Si alguna vez pude imaginar que la cárcel de Sierra Leona no tendría cámaras de seguridad, que en un puesto de control en el patio, entre los barracones y presos, habría guardias durmiendo la siesta con el uniforme quitado, que decenas de reclusos, desnudos, estarían repartidos por el patio, lavándose a cubos de agua, y que los presos condenados a muerte vestirían de negro y con una gran ‘C’ cosida sobre su uniforme…
No lo soñé, volví a estar dentro de la cárcel denominada el infierno sobre la tierra durante más de dos horas….
Mi primera visita fue gracias a que un misionero salesiano me presentó como un gran donante europeo que daba mucho dinero para la cárcel. El pretexto fue creíble, porque Don Bosco Fambul es la única organización que entra con libertad en la cárcel y tiene un pequeño edificio para atender a un numeroso grupo de presos, muchos de ellos demasiado jóvenes y enfermos, pero todos igual de débiles y desnutridos.
Aquella visita me permitió comprobar cómo unos simples muros y una alambrada en el centro de la ciudad pueden hacer retroceder décadas, y hasta me atrevería a decir que siglos, en la situación y en los derechos de los reclusos. Vi cosas surrealistas que, dos años después, siguen sin cambiar…, aunque de nuevo sólo pueden ser documentadas por el increíble trabajo que el fotoperiodista Fernando Moleres llevó a cabo dentro de ella años atrás. Desde entonces, está prohibido entrar con cámaras, móviles… (me he acordado de que existía un invento llamado Google Glass que habría sido de gran utilidad…).
En esta ocasión, mi segunda visita, mi papel era el de ayudante del médico-enfermero, el misionero salesiano que intenta llevar un poco de Cielo al infierno de la prisión: Jorge Crisafulli. Con un voluminoso botiquín con numerosos compartimentos lleno de todo tipo de medicinas, test de enfermedades y básicos aparatos médicos, entramos en la cárcel para hacer un reconocimiento de todo, vivir otra experiencia inenarrable en la que el sufrimiento que ves se mezcla con la resignación y la apatía de los presos y también con el agradecimiento que demuestran con cada gesto de atención.
El objetivo final de la visita a la cárcel de Pademba es conseguir que nos den permiso para filmar un documental dentro de ella, incluido el trabajo que realizan allí los salesianos, porque, aunque con muchas limitaciones, en el fondo también es conocer la complicada vida en la prisión.
Antes de eso hubo que pasar el rutinario control y registro. Esta vez no hubo cacheos ni la acreditación de visitor estaba rota y con un imperdible oxidado. En esta ocasión era colgada y con una cinta deshilachada… El policía que registró el botiquín preguntó estupideces. Entre más de 50 frascos de pastillas, se centró en las del dolor de estómago: Buscopan… No le llamaron la atención ni las jeriguillas con agujas, ni las tijeras, ni las pinzas…
Cada recluso tiene su ficha con un número asignado dentro del grupo Don Bosco y yo, el enfermero Alberto, les tomaba primero la temperatura y los pesaba. Después contaban su problema o dolencia. En su ficha figura la fecha desde la que están en prisión, si tienen o no condena y el motivo. La mayoría lleva varios años, muchos aún esperan juicio y los motivos… la mayoría por agresiones sexuales y robos con violencia o muertes…
Jorge Crisafulli desplegó el botiquín y fue suministrando uno a uno las medicinas: paracetamol, antibióticos para las infecciones, complejos vitamínicos y para los que se encontraban bien, un caramelo que pensaban que era una pastilla y que también les subía el ánimo.
En mi primera visita había 1.400 presos en un centro con capacidad para 300… En esta segunda visita la pizarra, rellenada a tiza, marcaba 1.951 internos.
En dos horas extrajimos un gran tapón de algodón de un oído y derivamos al paciente al hospital porque tenía más inaccesibles (sin saber si finalmente lo trasladarán), vimos cataratas, hernias, infecciones en la piel, hicimos test de malaria…
La conclusión, al final, es tan dura como sencilla: con una alimentación más equilibrada la mayoría de estos problemas no existirían, ya que casi todos los reclusos pesan menos de 50 kilos…
Al final, el tankiu ser como agradecimiento y las manos juntas con una pequeña reverencia o querer estrecharte las manos denotan la necesidad de atención, de escucha y de ánimo que precisan en la purga de sus delitos y en la resignación por lo lento que pasan los días allí dentro. Salí convencido de que muchos saben que morirán allí, a pesar de su juventud, de cualquier enfermedad curable fuera de esos muros.
HISTORIAS DEL ‘INFIERNO EN LA TIERRA’
Tres muestras de la situación en la cárcel Pademba Road
KEMPES:
El joven Kempes se había quedado ciego por la falta de vitamina A. Así de contundente y, una vez más, por la mala alimentación. Gracias a los Salesianos, con el seguimiento diario, los medicamentos de vitamina A y unas gafas con graduación especial, ha recuperado la visión, aunque aún queda mucho por hacer. El problema que presentaba en la revisión semanal era un tapón de algodón en el oído, que fue extraído sin problemas, pero después comprobamos que tenía una costra de otros tapones anteriores que era imposible extraer, así que deberá ser traslado al hospital…
RUSSEL:
Como hizo Don Bosco en la cárcel de La Generala de Turín, los Salesianos consiguieron sacar a presos de Pademba Road para que fueran intervenidos quirúrgicamente. Russel es un joven que fue abusado sexualmente en la cárcel y llegó un momento en el que las fisuras en el ano le impedían ir al baño. Los Salesianos le dijeron que no se preocupara de nada, que tras la operación y unos días de recuperación conseguirían su libertad, pero no se fió y el día de la operación, por la noche, pidió ir al baño y se escapó con los puntos de la intervención. Hace unos días ha sido detenido en su aldea medio año después. Tras la huida, los salesianos rezaron para que saliera del país y no dieran con él porque de lo contario, como ha ocurrido, será maltratado y no le espera nada bueno dentro de la cárcel.
OMAR:
El joven Omar ha venido a Don Bosco Fambul para agradecer que haya contribuido a que salga de la cárcel. Sobre él pesaba una condena de tres años por una infracción de tráfico. La fianza impuesta en el caso de Omar era un millón de leones (menos de 125 euros). La mitad ha sido pagada por su familia y la otra mitad por Don Bosco Fambul, pero hay decenas de casos en los que la fianza es inferior a 3 euros pero el recluso lo desconoce, porque su familia no sabe ni que está en la cárcel, no tiene abogado, su expediente se ha perdido y lleva años esperando un juicio que nunca llegará.
El trabajo salesiano en Sierra Leona. Misiones Salesianas
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