En varias ocasiones he escrito en estas páginas sobre el control, y en la mayoría de ellas, tratando de hacernos recordar cómo se nos escapa cuan arena de la playa entre los dedos, cuanto más lo perseguimos. Hoy lo hago desde una perspectiva diferente, tratando de entender por qué muchos de nosotros (a mí me ocurre, e intuyo que a otros también) tenemos tanta necesidad de controlar las situaciones en las que nos encontramos.
Para ello voy a servirme de experiencias propias y a favorecer este espacio de la experiencia, más que el del pensamiento.
Segundo día del segundo mini curso de vela esta mañana. Hay suficiente viento, así que partimos sin que tengan que remolcarnos. No resulta una salida fácil, pero rápidamente estamos fuera, y poco tiempo después nuestro catamarán adquiere lo que para mí es una velocidad de vértigo.
Intentamos parar para escuchar las indicaciones del instructor y nos cuesta muchísimo. Ninguno de los dos somos capaces de recordar cómo para el barco, y todo lo que hacemos no hace sino contribuir a que la velocidad vaya en aumento. Me entra un miedo terrible (y eso que, en principio, lo máximo que podría pasar es que volcáramos y nos cayéramos al agua) en cuanto me doy cuenta de que no podemos controlar la embarcación en la que navegamos.
Tendré más ocasiones durante la mañana de sentirme igual… cuando intentamos girar y conseguimos que nuestro barco se pare sin remedio, pues nos hemos quedado frente al viento. En el momento en el que se acercan a vernos nuestros pequeños y todos los barquitos de su grupo se convierten para mí -como a Don Quijote los molinos en gigantes- en obstáculos que tenemos que sortear.
La oportunidad de navegar lejos, con muchísimo espacio para poder practicar, significa un cuarto de hora más de angustia. Hoy, la velocidad que en otras ocasiones he disfrutado enormemente se ha transformado en una fuente inagotable de falta de control, y sólo quiero que termine la clase y regresar a puerto.
¿Cómo transcurrió la mañana? Intentando cada vez menos, haciendo sólo aquello que nos ha funcionado antes, descoordinación total entre los miembros de la tripulación (y sólo éramos dos), aumento de las dificultades para los demás (por no seguir al resto de los barcos del grupo), dificultad para mantener el rumbo, no entender bien las consignas o acabar haciendo algo diferente. Y todo esto, por un miedo atroz al menos a dos cosas: la primera, a hacerlo mal, y la segunda, al frío que podría pasar en el supuesto de que el barco volcara (pues el tiempo no era bueno). Interesante la fuente de mis acciones.
En una línea similar, hace no demasiado tuve ocasión de facilitar una sesión con una colega con la que no había tenido la oportunidad de trabajar. En la reunión previa a la celebración de la sesión, me di cuenta de que me había entrado una obsesión total por la estructura de la misma y de que necesitaba que estuviera clarísima, completamente definida. Cuando pude adquirir algo de distancia, me di cuenta de que, nuevamente, el miedo a hacerlo mal, a que la sesión no tuviera éxito, me estaba dirigiendo y empujándome a tratar de conseguir controlar la situación (o, más bien, mi ansiedad), por encima de todo. En esta ocasión, el miedo se manifestó a través de una estupenda rigidez, de cuestionarlo todo al tiempo que disminuía mi capacidad de trabajar sobre la marcha, aceptando que nada funciona nunca acorde a plan…
Afortunadamente para participantes y para nosotros, en el momento de la sesión decidí no dejarme llevar por las sensaciones de miedo y estar presente en lo que ocurriera. Al parecer, algo cambió, pues resultó muy productiva. Si extrajéramos los párrafos que hablan de las manifestaciones de mi miedo… ¿les resulta familiar? ¿Los reconocerían en alguna de las organizaciones en las que están? ¿Han experimentado comportamientos similares, suyos propios o en otros?
Si la respuesta es sí, será bueno tener presentes ejemplos similares, mejor los suyos, para recordar que cuando nos absorbe una necesidad imperiosa de controlar quizá se deba a algún miedo, real, imaginario o una combinación de ambos, y que es éste, y no nosotros, quien está decidiendo por nosotros y llevándonos a la acción. Si además podemos traer a la mente posibles consecuencias, como las que he señalado, que la mayoría de nosotros no queremos, quizá esta pequeña reflexión nos ayude a cambiar el rumbo.
Felices vacaciones.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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