Somos, o por lo menos nos creemos, los amos del universo. La ciencia evoluciona de una forma tan vertiginosa que a veces tenemos la falsa sensación de que podemos controlar y dominar todo lo que nos rodea. Diseñamos, fabricamos e incorporamos a nuestra vida cotidiana máquinas tan sofisticadas y precisas que a menudo nos olvidamos del factor humano y de su capacidad de tomar decisiones erróneas y/o atroces.
Estas últimas semanas, y a raíz del accidente aéreo, he oído no pocas críticas a un sistema que en plena era de las telecomunicaciones no es capaz de hacer frente a situaciones como la provocada por el copiloto de Germanwings. He escuchado a expertos asegurar que debería ser posible hacerse con el control del avión desde fuera de él para evitar tragedias de este tipo, ya sea por un fallo mecánico o por una incidencia humana.
Se han llenado los informativos y las páginas de diarios y revistas con manuales de cómo se pilota una aeronave y de los cambios en ciertas normas de seguridad y navegación aérea; pero apenas he escuchado comentarios acerca de lo poco que nos preocupamos por la mente humana.
Vaya por delante que siempre he tenido la sensación (no sé si infundada o cierta; nunca lo he consultado a un experto) de que el raciocinio es una línea tan, tan delgada que en cualquier momento puede quebrarse con nefastas consecuencias. En algunas redes sociales se ha debatido sobre si Andreas Lubitz era un enfermo mental o un psicópata sin escrúpulos; pero en ningún foro de los que yo haya tenido acceso se ha debatido sobre lo poco que nos preocupamos por nuestra propia salud mental.
Las empresas nos hacen reconocimientos médicos (siempre con la sensación del trabajador de que están más enfocados a evitar pagar bajas laborales que a que se preocupen por nuestro bienestar). Nos miden nuestra capacidad muscular, los triglicéridos, la función respiratoria; pero en ninguno de los que yo conozca hay una visita al psicólogo o al psiquiatra para ver cómo se encuentra nuestra mente.
Todavía no hemos superado la barrera de considerar un desprestigio acudir a estos profesionales cuando intuimos que algo no marcha bien. Seguimos encasillando a los enfermos mentales como locos sin más. Los apartamos y nos olvidamos de ellos, como si no existieran. La Psiquiatría es una rama más de la Medicina y, como en cualquier otra especialidad, ya se sabe que la prevención es primordial. Claro que habría que preguntarles a los responsables de nuestro sistema sanitario qué motivos tienen ellos para descuidar tanto a este sector.
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