En enero de 2012, como parte de los módulos del Máster en Cambio Organizacional (Ashridge Masters in Organisational Change) que estaba realizando, tuve la fortuna (aunque no lo disfruté nada en el momento) de pasar unos días en Schumacher College. Este módulo y el inmediatamente anterior, enfocado sobre todo en el dificilísimo arte del Diálogo, sin duda fueron los de mayor aprendizaje para mí.
Entre las peculiaridades de Schumacher College está el compartir cuartos de baño, habitaciones bien austeras, comida vegana, meditación comunitaria opcional al alba, reunión de comienzo del día para todos los residentes, colaboración en las tareas comunitarias de limpieza, cocina, recogida… Las denomino peculiaridades, pues la gran mayoría de mis compañeros éramos ex directivos y consultores bien acostumbrados a otro tipo de condiciones cada vez que acudíamos a formación.
En Shumacher College se ocupan de educar en muchas cosas importantes y no muy presentes en el día a día de nuestras sociedades occidentales. Entre sus múltiples estudios de postgrado está el Economics for Transition o Economía de Transición. Éste era el que se encontraba realizando el estudiante que supervisaba las tareas de recogida de la cocina después de la cena.
Mientras realizábamos nuestra tarea comunitaria asignada del día charlábamos sobre múltiples temas, y esa noche me enseñó algo que nunca más he olvidado. Me ayudó a poder oírle (la estancia en Schumacher para mí fue complicada, pues no sentía que allí hubiera lugar para mí) el hecho de saber que ambos compartíamos trayectoria, procedíamos del sector de la energía y nos encontrábamos ahora embarcados en algo muy diferente.
En un momento dado, imagino que hablando de tirar cosas, me recordó: “There is no such thing as away”. Esta pequeña frase se grabó a fuego, y está siempre presente cada vez que tengo que deshacerme de algo o tirar algo, aun lo más pequeño, a la basura. Esa noche entendí de otra forma (por supuesto que lo sabía cognitivamente en mi mente, pero eso no es suficiente) que el hecho de que yo deje de ver algo o percibirlo con cualquier otro de mis sentidos no significa que ese algo haya desaparecido. Sencillamente, se ha trasladado de lugar, pero continúa en algún huequito del planeta.
Quién sabe si, como las miles de bolsas de plástico que desechamos, acaba en uno de los enormes vertederos de la India… o si, como otros productos en estado líquido, en medio de nuestros ríos o acuíferos… o en el fondo de nuestros océanos, que acumulan toneladas de basura.
Y hoy quería compartir esto con ustedes porque hace nada hemos visto arder un descomunal vertedero ilegal de neumáticos. Vertedero que llevaba siendo ilegal más de diez años, al parecer. Vertedero que no consiguió almacenar 90.000 toneladas de neumáticos en tres días, ni tres meses… sino que siguió almacenando día a día, poco a poco, a pesar de ser ilegal. Y todo ello con muchos, imagino –no lo sé-, mirando hacia otro lado e imagino también, sin que nadie durante ese tiempo consiguiera convencer a quienes podían hacer algo, que quizá ya era prioritario solucionar el tema. Y no porque no hubiera varios que ya habían levantado la voz.
Hablo de este vertedero, aunque podría hablar de muchos otros peligros potenciales, porque enlaza con el título de hoy. Se han quemado 60.000 toneladas de neumáticos. Podríamos hasta pensar: “Qué providencial, 60.000 toneladas de problema menos”. Y aquí está… que no los veamos no significa que no estén. Cada uno de esos neumáticos se ha convertido en algo diferente al quemarse. La combustión ha generado múltiples compuestos que, sencillamente, se han ido a la atmósfera. E imagino que algunos otros compuestos se irán filtrando lentamente en el terreno cuando llueva.
Qué consecuencias tendrá, no lo sabemos; dependerá de los sistemas de retroalimentación (positive feedback) del planeta… Lo importante es saber que no han desaparecido, aunque dejemos de ver los neumáticos, se recojan los restos del incendio y el humo blanco deje paso dentro de unos días al cielo azul.
George Marshall, en su libro Don’t even think about it. Why our brains are wired to ignore climate change (Ni se te ocurra pensar en ello. Por qué nuestros cerebros están predispuestos a ignorar el cambio climático), comenta que una de las razones por las que posiblemente ignoramos el cambio climático (y no tomamos acción) puede deberse a que, como han demostrado varios experimentos, “la incertidumbre de resultados/consecuencias futuras es uno de los factores clave que nos llevan a actuar para nuestro interés a corto plazo”. Los estudios también demuestran que, en general, damos prioridad al corto plazo frente al largo plazo y tenemos la tendencia de evitar costes o situaciones negativas para nosotros, actuando según nuestro interés propio.
Como explicación al porqué de no dar solución a un problema como el del vertedero ilegal, parece plausible. El problema es que hoy sabemos, y está suficientemente demostrado, que la intervención humana ha sido clave en acelerar el calentamiento global, aunque no lo podamos ver. Y que continuar en el corto plazo y en aquello que nos interesa individualmente –o a determinados colectivos– es tomar partido conscientemente por no garantizar a las generaciones futuras de todas las especies que todavía hoy están en la tierra un planeta donde puedan vivir.
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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