Me ha costado comenzar a escribir sobre este tema. Quizá porque, por un lado, siento que está todo dicho, y por el otro, porque desafortunadamente sigue habiendo muchísimo pendiente de dialogar. Y digo dialogar, porque eso supone observar una serie de principios en el proceso: por encima de todo, escuchar a los demás de forma activa, decir lo que uno siente y piensa, suspender nuestro juicio sobre lo que escuchamos y respetar al otro.
¿Cómo reaccionar a los horrores de Siria, Irak, París, Pakistán, Túnez, Mali, Afganistán, Nigeria? ¿Cómo gestionar algo que nos cuesta entender, por la complejidad que entraña? ¿Cuántas cosas, alcanzamos a pensar e intuir, se entrelazan en ese espacio?
También mi miedo, rabia y tristeza se entremezclan y chocan a ratos con la incredulidad. ¿Cómo es posible que eventos así tengan lugar? ¿Qué es eso de que no podemos protegernos, que los estados no pueden cuidarnos?… Y, sin embargo, lo cierto es que nos encontramos ahí.
Nosotros, que sentimos tener prácticamente todo bajo nuestro control, empezamos a darnos cuenta de que no podemos garantizar nuestra propia seguridad. En las horas posteriores a los ataques de París, decían en múltiples tertulias: “La pregunta no es si va a volver ocurrir, sino dónde, cómo y cuándo”.
Es desde este lugar desde el que empiezo a pensar sobre el camino que nos ha traído hasta aquí. Cómo conseguimos que algo de por sí ya complejo se enredara perversamente para hacernos verdaderamente difícil encontrar un hilo conductor, algo que nos sirviera de guía y nos ayudara a poder trabajar con una visión más holística sobre la situación.
Aparecen entonces en mi mente las palabras de un juego de mesa, Todos juegan… Aunque quizá debería decir Todos jugamos, pues no en vano parece que muchos de nosotros, no digo que todos, empleamos varias horas del día en jugar a no tener la capacidad de vislumbrar posibles consecuencias de las acciones (u omisiones) que tomamos.
Considero una de las causas la excesiva fragmentación de nuestros mundos, en los que solo existe aquello a lo que le prestamos atención. ¿Cómo imaginar el recorrido e impacto que puede tener una decisión nuestra cuando en el radar de nuestra atención no están aquellas personas en las que recaerá?
Y me aventuro a hablar de otra posible causa: nuestra educación en el individualismo. Si con nuestra acción obtenemos lo que buscamos para nosotros, ¿por qué debería ocuparnos, no digo ya preocuparnos, a quién más pueda afectarle o cómo? ¿Y qué valores estamos estableciendo cada vez que nos conducimos así en nuestros pequeños actos cotidianos?
Vayamos a por otra vuelta de tuerca, la complejidad continuamente creciente. Aunque a lo largo de la historia han existido siempre fenómenos complejos, no es menos cierto que ha aumentado el número de los que pueden denominarse como tal. La globalización, la conectividad y la tecnología han incrementado la inter e intra-dependencia y, con ello, la pérdida de la causalidad.
Todos estos cambios han sido más rápidos que nuestra capacidad de adaptación para manejarnos en los nuevos entornos, y nos encontramos una y otra vez empleando herramientas de antes para dar respuesta a necesidades de ahora. Vivimos en el futuro con cuerpos y mentes del pasado. Y hacemos esto, quizá ignorantes (aunque intuyo que hoy ya menos), de que en entornos complejos no hay soluciones simples ni respuestas correctas.
Me gustaría retomar en este punto el Todos jugamos para preguntarme ¿qué podemos hacer?, ¿cómo mejorar nuestra capacidad de adaptación?, ¿qué hago yo diferente mañana?
Y como sugerencias para empezar a probar, me permito tres:
– Dedicar un minuto diario a prestar atención plena a algo o alguien. Un minuto entero de verdadera atención, con los cinco sentidos concentrados en ello.
– Dedicar un tiempo específico a la semana para aprender sobre algo o alguien que me resulta desconocido. No tienen que ser grandes cosas… Solo se requiere tener la disposición y apertura de corazón y mente para aprender.
– Hacer, al menos una vez por semana, el mapa de a quiénes puede afectar una decisión mía (por ejemplo, salir de viaje el fin de semana, mantener un nivel de estrés alto, reducir recursos de un departamento, cancelar un programa…) y tratar de imaginar, al menos, cinco posibles consecuencias.
Y como propuesta a mantener en el tiempo, a pesar de lo difícil que es, intentar transmitir con cada palabra y con cada hecho el valor que tiene para todos nosotros mantener la paz, en todo momento, circunstancia y lugar.
Buena semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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