Hace pocos días recibí una llamada telefónica. No tiene nada de extraño, imagino. Pero me valió para hacer un juego con las cinco preguntas clásicas del periodismo, que sí que me hicieron pensar un poco. Aún quedan personas que te llaman por teléfono sólo para saber cómo estas y charlar un rato. Escasean.
Y lo sé porque yo soy una de ellas. Hablo de marcar un número y usar las cuerdas vocales, no una aplicación de textos o audios, por muy largos que estos sean. Una llamada de teléfono de las de toda la vida.
Antes me enfadaba no recibir el mismo tipo de respuesta de la gente que considero cercana, a la que suelo llamar de manera periódica porque sí, sin motivo. A mí me suelen llamar para pedirme favores y contactos —algo de rencor queda, como verán—, así que me alegré mucho tan sólo por ese detalle. Ese «qué» me gustó mucho.
El matiz lo aporta el «quién», el «cuándo» y el «para qué». Procuraré resumir estas tres cuestiones de manera rápida, para ir a lo que importa. La llamada me la hizo un ex compañero de facultad. He tenido muchos, claro está. Algunos más cercanos que otros. Este entra dentro del perfil «grupito en la cafetería, cigarro entre clases y charlas eternas para arreglar el periodismo y el mundo». De los de visita casi diaria a su casa, cuando su piso de alquiler quedaba en la calle de enfrente. Digamos que, además de colega de profesión, es amigo, vaya. Nos vemos poco, como suele pasar siempre. Compartimos amistades y tratamos de hacer lo que podemos, a través de las redes sociales, para no perdernos la pista.
A este amigo le han diagnosticado una esclerosis múltiple hace un tiempo. Cuando hablamos por aquel entonces del tema lo noté hundido, claro está. Rondando la cuarentena, empezando a asentar una relación sentimental, una vida nueva, un proyecto de futuro y el mazazo de una enfermedad neurodegenerativa que lo manda todo al carajo. El temple disfrazado de mala hostia que le acompañó siempre amortiguó el golpe. Pero le conozco, estaba totalmente descolocado.
Pero eso fue hace tiempo y la llamada del otro día… esa era otra llamada. Era vital, alegre, llena de chispa. Me contó todos sus proyectos, me animó a enzarzarme con él en las redes sociales «porque hay que frenar al fascismo, Brito», me contó sus planes de futuro, sus proyectos a corto plazo. Era otra persona. Como defecto profesional, al colgar empecé a darle vueltas a su historia y su relación conmigo, a la diferencia entre las sucesivas llamadas telefónicas que hemos mantenido en estos últimos años. Y viene aquí la clave de todo, lo que todo buen periodista debe perseguir: entender el «por qué» de las cosas, para poder explicarlas.
Y no lo descubrí yo, en plan Pulitzer. Me lo dijo él mismo: «Brito, no sé cuánto tiempo me queda en estas condiciones, ya me ganas en una carrera y empiezo a encontrar dificultades en el habla. Quiero hacer todo lo que quiero hacer, como quiero hacerlo en el tiempo que me quede. Puede que esto quede aquí o que la siguiente charla sólo pueda tenerla contigo por whatsapp, pero quiero aprovechar cada minuto». Si eso no es vida, si eso no es energía… que me contradiga alguien, pero con argumentos. Entiendo su urgencia. Pero también celebro que haya escogido ese camino, tan propio de él —y también muy familiar para mí—. El de «jodido, sí, pero pienso dar por culo hasta el último día».
Y en este caso se trata de la esclerosis múltiple, pero puede ser cualquier otra patología, degenerativa o no, que te convierta en extraterrestre. Podríamos hablar de cualquier otra discapacidad. Te pone ante el espejo DE VERDAD y te hace una pregunta que no puedes no responder y que es de las pocas realmente importantes que te harás jamás: «¿Qué hostias quieres hacer con tu vida?». Porque el resto de personas, las que no tienen ninguna discapacidad, van por la vida sintiéndose invulnerables, inmortales, posponiendo planes e improvisando. Sin saber que no todos los extraterrestres lo son de nacimiento, como yo. A algunos los desahucian de planeta a mitad del camino, como a mi colega.
Y es entonces cuando todo el rompecabezas se hace pedazos y tienes que colocar pieza a pieza de nuevo. Para ver una imagen nueva, quizás. Y tomar LA decisión: hundirte en la mierda o vivir. Y les aseguro que mi viejo compañero de batallas está viviendo. Y lo está haciendo de verdad, con una intensidad que muchos de ustedes quizás desconozcan, pero que también se merecen. Y les digo esto para que tengan clara una cosa. Nadie está libre de nada. Vivan, por favor, háganlo como si hoy fuera su último día. Ha sido siempre así, desde el día que nacieron, pero un montón de condicionantes sociales y de nuestro entorno hacen que lo olvidemos. Y no deberíamos.
@CesarBritoGlez
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