Más de un 20% de los niños derivados a especialistas por episodios sospechosos de epilepsia eran en realidad trastornos paroxísticos de diferentes tipo, benignos y que desaparecen con la edad; pero este error, admitido por los neurólogos, genera muchos problemas de ansiedad para los padres, además de pruebas y tratamientos equivocados.
Así se ha puesto hoy de manifiesto en la mesa redonda sobre estos trastornos que ha tenido lugar en el marco del XXX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (Sepeap). La moderadora, María Luis Ruiz-Falcó Rojas, aseguró que los Trastornos Paroxísticos no Epilépticos (TPNE) en la infancia pueden afectar hasta un 15% de los niños menores de 15 años, quince veces más que la epilepsia, que afecta al 1% de la población infantil. Sin embargo, en torno a un 23% de los menores derivados a unidades específicas de epilepsia no sufrían esta enfermedad. Un proceso que genera numerosos problemas en la familia y puede complicar la vida del niño con tratamientos y pruebas innecesarias.
“¿Por qué nos equivocamos?”, se preguntaba la doctora Ruiz-Falcó y la respuesta es variada, desde “una anamnesis equivocada, una mala interpretación semiológica o que directamente no conocemos el trastorno”. Pero es que, además, en un 30% de los casos de epilepsia el electroencefalograma es normal, y en un 2,9% de los electros en pacientes sanos pueden apreciarse “anomalías consideradas como epilepsia”. Incluso la doctora relató “dos casos, dos equivocaciones en la que se apreció un mal enfoque”. Uno de ellos se trataba de un bebé que a las 24 horas sufrió hipotonía y saturación, y a los 5 días, una desconexión durante 40 segundos. Estuvo en la UCI en tres hospitales diferentes, con todo tipo de medicamentos agresivos, como el fenobarbital, y a los 10 meses se demostró “que no era nada”.
En la misma línea, Arancha Hernández Fabián, del Servicio de Neurología Infantil del Complejo Asistencial de Salamanca, aseguró que estas manifestaciones bruscas, producidas por una descarga anormal, excesiva y desordenada de un grupo de neuronas, muestran formas muy diversas, “pero son muy frecuentes en los lactantes y es cuando más se parecen a la epilepsia, lo que hace más difícil su diagnóstico, y hay que tener mucho cuidado con el tratamiento pues se le puede hacer más daño, la vigilancia activa es fundamental”.
Aunque la lista de los TPNE “es horrorosa”, por la variedad y las múltiples formas de manifestación, la doctora Hernández Fabián habló de las asociadas a anoxias o hiposias cerebrales, de los trastornos motores y los del sueño. En todos ellos, abogó por “una exploración a conciencia, es mejor perder mucho tiempo en hacer una buena ficha el primer día, que ponernos a hacer pruebas innecesarias”. Además, al igual que la doctora Ruis-Falcó, puso de manifiesto la importancia de las grabaciones domésticas, “nos ha venido Dios a ver con esta posibilidad, son útiles y evitan pruebas, es verdad que no son fáciles de realizar y no debemos demorar ningún proceso por ellas”, pero lo cierto es que pueden arrojar pistas concluyentes.
Posteriormente, la neuróloga puso numerosos ejemplos de estos trastornos, “benignos y que se curan con el desarrollo”, como pueden ser las mioclonías del lactante, con caídas de cabeza que pueden hacer pensar en el Síndrome de West, que es una encefalopatía severa; o determinadas tortícolis o distonías paroxísticas; ataques tipo escalofríos con breves periodos de inactividad; espasmos del sollozo, que afectan al 5% de los niños desde los 5-18 meses hasta los 5 años; conductas de estimulación, como la masturbación, presente desde los 3 meses; y hasta los temidos cólicos del lactante.
Sus compañeros del Servicio de Neurología, Irene Ruiz e Ignacio Bermejo, abordaron los mareos en la infancia y la adolescencia, y los terrores nocturnos, respectivamente, un abanico de síntomas y manifestaciones tan diversas casi como la propia naturaleza humana. Pero, sin duda, reconocer los errores en el diagnóstico abre el camino para no equivocarse.
La piel como expresión de enfermedad sistémica
El pediatra valenciano Fernando García-Sala, moderador de esta segunda mesa de interés científico, aseguró que la piel es un órgano de alarma ante numerosas enfermedades sistémicas, a veces bacterianas, a veces víricas y a veces autoinmunes. Las que más frecuentemente se manifiestan en nuestro gran órgano son las de origen vírico, tal y como indicó el también pediatra y profesor de Valladolid, Juan Carlos Silva, quien además nos dio las claves para preocuparnos en caso de manchas en la piel: “Si son puntiformes, de color rojo intenso y si el apretarlas no desaparece el color, hay que acudir a un pediatra”.
Por su parte, la jefa de Dermatología del Hospital de la Ribera de Alzira, Valencia, habló de la gran prevalencia de la urticaria en la población infantil, en torno a un 20%; y su compañera Lucero Noguera, se encargó de explicar la entrada de las bacterias a través de la piel, “casi siempre son casos tontos, y los padres ni siquiera pueden identificar cómo pasó, pero una simple picadura puede derivar en numerosas complicaciones”.
Todos ellos dieron las claves para mantener una piel sana: higiene, “ducha diaria sí, pero no baños de más de diez minutos”, hidratación, protección y ropa adecuada.
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