Un estudio multiinstitucional en el que participa la Universidad Complutense de Madrid (UCM) asocia trastornos de conducta alimentaria (TCA) en mujeres con déficits en funciones neuropsicológicas, en concreto funciones ejecutivas.
Las funciones ejecutivas que se ven alteradas en personas con trastornos de la conducta alimentaria son aquellas que ayudan a controlar la conducta, las emociones y la adaptación a entornos cambiantes.
Entre ellas se encuentran la anticipación, la organización o la toma de decisiones. En concreto, el trabajo publicado en Progress in Neuro-Psychopharmacology and Biological Psychiatry, señala la capacidad para adaptarse al cambio de tareas (cambio de set), la inhibición de estímulos distractores (control de la interferencia) y la velocidad de procesamiento como las funciones neuropsicológicas más afectadas.
“Aunque para poder realizar afirmaciones definitivas hace falta más investigación en esta línea, el haber encontrado déficits en ciertas funciones ejecutivas señala que éstas deben ser evaluadas en pacientes con TCA. Además, pueden diseñarse tratamientos que las tengan en cuenta como parte del trabajo sobre distintas áreas de funcionamiento afectadas”, señala Andrés Pemau, investigador del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la UCM.
Además de la UCM, en el estudio participan, entre otros, los hospitales madrileños Clínico San Carlos y Niño Jesús e investigadores -pertenecientes a tres grupos del área de Salud Mental del Centro de Investigación- Biomédica en Red (CIBERSAM).
La gravedad condiciona más que el tipo de trastorno
Para llevar a cabo el estudio, se contó con una muestra hospitalaria de 75 mujeres que sufrían un TCA y 37 mujeres sanas. Todas respondieron una serie de cuestionarios sobre distintos aspectos de psicopatología (ansiedad, depresión, impulsividad…) así como distintas pruebas neuropsicológicas (midiendo funciones ejecutivas principalmente). Los resultados de ambos grupos se compararon.
A su vez, el grupo de pacientes se dividió según su perfil de control de peso, es decir, si restringían la ingesta o purgaban tras las comidas, sin atender al diagnóstico. Finalmente, se realizaron correlaciones entre la sintomatología clínica y los test neuropsicológicos para comprobar hasta qué punto la gravedad de síntomas se asociaba con los déficits observados.
Esta diferenciación les permitió concluir que el déficit de las funciones ejecutivas no depende de los perfiles clínicos, sino de la gravedad de la sintomatología general.
Entre los retos que se plantean los investigadores en los próximos pasos están ampliar la muestra en tamaño y género, así como hacer el estudio longitudinal, es decir, comprobar hasta qué punto las dificultades en función ejecutiva son causa o consecuencia de las conductas relativas a la alimentación.
Referencia bibliográfica:
Marina Diaz-Marsa, Andres Pemau, Alejandro de la Torre-Luque, Francisco Vaz-Leal, Luis Rojo-Moreno, Luis Beato-Fernandez, Montserrat Graell, Alvaro Carrasco-Diaz, Jose Luis Carrasco, “Executive dysfunction in eating disorders: Relationship with clinical features”, Progress in Neuro-Psychopharmacology and Biological Psychiatry, Vol 120. DOI: 10.1016/j.pnpbp.2022.110649.
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