La unidad de Reumatología del Hospital Universitario de Salamanca ha iniciado una investigación en la que trata de averiguar qué descendientes de afectados por la enfermedad de Paget han heredado uno de los genes implicados en esta patología metabólica ósea. El objetivo es tratarlos cuanto antes para evitar las alteraciones propias de la dolencia.

Hace dos siglos, un doctor inglés, Sir James Paget, bautizó con su apellido una enfermedad poco conocida por los ciudadanos de a pie pero que resulta ser la segunda en importancia de las patologías metabólicas óseas, después de la osteoporosis. Puede que si hoy viviera, aquel cirujano británico hubiera corregido el modo español de pronunciar su nombre y el de la dolencia que describió, que en nuestro país ha perdido su entonación anglosajona para adquirir cierto aire francés al poner el acento en la última sílaba. Pero lo más probable es que Paget no tuviera nada que objetar al interés que su enfermedad suscita entre muchos de los colegas médicos que la estudian 200 años después para desentrañar sus secretos.
Algunos de ellos están en Salamanca, concretamente en su Hospital Universitario, donde la unidad de Reumatología, en colaboración con el Departamento de Medicina de la Universidad, continúa una línea de investigación iniciada hace más de quince años. El responsable del servicio, el doctor Javier del Pino, cuenta que por aquel entoces se descubrieron aspectos muy interesantes de una patología cuya mayor prevalencia se observa en focos territoriales “relativamente aislados” en los que la dolencia ha mantenido una presencia más destacada. “Ahora se trabaja en una teoría curiosa, que se basa en la idea de que la enfermedad de Paget se mantiene en zonas a las que llegaron británicos, como la Sudáfrica blanca, Nueva Zelanda, Gran Bretaña y Estados Unidos. De hecho, en algunas excavaciones arqueológicas se han encontrado restos óseos que sugieren la presencia de esta patología”, expone.
Tanto es así, que una de las mayores eminencias mundiales en este ámbito, el profesor Ralston, de la Universidad de Edimburgo, va a tratar de encontrar “el ancestro común” de esta dolencia, que sería, en base a esta hipótesis, de origen británico. Según destaca el doctor Del Pino, en España se ha descrito muy bien la enfermedad en zonas como El Bierzo, la provincia de Zamora, la zona de Gredos y la Sierra de La Cabrera de Madrid. En lo que respecta a Salamanca, parece que los focos se sitúan principalmente en Vitigudino y Las Arribes. “En nuestro país, la prevalencia es del 1,5% de la población mayor de 50 años, una cifra que ya es bastante importante; pero en estas áreas de la provincia asciende al 5%“, indica el especialista.
Deformidades y otras alteraciones
Y es que la patología que bautizó Paget se manifesta fundamentalmente a partir de esta edad, y lo hace causando “una deformidad localizada en determinadas zonas del esqueleto que empieza a producir alteraciones que dependen del lugar donde se asiente”.
Suele hacerlo cerca de las articulaciones y del sistema nervioso, lo que puede causar dolor, parálisis, entumecimiento, limitación de la movilidad… También cabe la posibilidad, aunque es “muy rara”, de que la enfermedad degenere en un tipo de cáncer óseo llamado osteosarcoma.

Otro dato curioso que aporta el doctor Javier del Pino es que esta dolencia suele afectar al cráneo, por lo que antiguamente podía observarse cómo los afectados “tenían que ir cambiando el tamaño de su boina o sombrero” debido a la deformidad que aparecía en la cabeza como consecuencia de la afección. Respecto a las posibles alteraciones neurológicas, la más frecuente es la sordera, debido a la afectación del nervio auditivo. Esta realidad ha llevado a este equipo investigador a impulsar un estudio junto con los otorrinos del hospital -liderados por los doctores Batuecas y Juan Luis Gómez-, a fin de evaluar las características de este tipo de lesión. Asimismo, es posible que la enfermedad de Paget “asiente en huesos donde no produzca ninguna manifestación, por lo que puede que la enfermedad esté mucho tiempo asintomática. Por esta razón, existe un porcentaje de diagnósticos a los que se llega después de una radiografía, un análisis de metabolismo óseo o exploraciones por otros problemas médicos”, subraya el jefe de la unidad de Reumatología del complejo hospitalario salmantino, quien apunta que, en cualquier caso, las consecuencias de la patología “evolucionan progresivamente”.
Pese a todo, hay razones para el optimismo. Fundamentalmente dos; la primera, que se han empezado a descubrir genes implicados en esta dolencia y la segunda, que en la actualidad existen “fármacos muy eficaces” para frenar las alteraciones óseas que causa. De ahí que la unidad de Reumatología siga embarcada en una línea de investigación que conjuga ambas realidades. En ella se enmarca un proyecto desde el que se han empezado a buscar descendientes de afectados con una de las mutaciones genéticas descritas para esta enfermedad. “La idea es ver quién ha heredado esa mutación para prevenir y actuar antes de que se manifiesten las alteraciones”, aclara el especialista. En estos momentos, el equipo se encuentra “en fase de reclutamiento” de enfermos que posean ese condicionante genético y de hijos que lo hayan heredado. En este sentido, el doctor Del Pino estima que, de una cohorte de 350 pacientes tratados, el 20% presenta esta alteración en sus genes, la más conocida de las que se han descrito para la dolencia.
Evidentemente, tendrán que transcurrir años -“al menos cinco”- para que los resultados de esta actuación se conozcan, porque el éxito de la prevención “sólo se podrá confirmar cuando pase el tiempo y los hijos de los afectados no hayan desarrollado la enfermedad”.
Una meta internacional
El grupo salmantino forma parte de un consorcio internacional liderado desde Edimburgo por el profesor Ralston y en el que también participan otros equipos españoles, además de científicos de Italia, Nueva Zelanda, Australia, Reino Unido y Holanda. Su meta es el conocimiento de los genes implicados en una enfermedad cuyo origen “todavía no está muy claro”. Por un lado, se sabe que tiene un componente “principalmente genético” y, por otro, según indica Javier del Pino, cobra fuerza una teoría que apunta a una dolencia ambiental en la que podría participar un virus lento -como el del sarampión- que quedaría latente en el organismo hasta la mediana edad, momento en el que volvería a dar la cara causando las alteraciones propias de la enfermedad de Paget.
A partir de ahí, y como subraya el responsable de la unidad de Reumatología, resulta sencillo combinar ambas hipótesis y sugerir “una patología con un componente genético hereditario que predispondría a padecerla a ciertas personas que en su día, quizás en su infancia, sufrieron determinada enfermedad infecciosa cuyo virus causante quedó agazapado, a la espera de regresar, cuatro o cinco décadas después, con otros síntomas y otro nombre, el que le otorgó un cirujano británico de apellido afrancesado.
Un ensayo no comercialEl trabajo emprendido por la unidad de Reumatología se encuentra actualmente en fase de reclutamiento de pacientes con la mutación genética implicada en la enfermedad de Paget. Como aclara el doctor Del Pino, la administración de un tratamiento que frene la evolución de esta patología supondrá iniciar un ensayo clínico no comercial, una característica que, por lo tanto, cerrará las posibilidades de financiación desde la industria farmacéutica. Por ello es “vital la acción de la Universidad de Edimburgo”, que coordina esta línea de investigación, y que pone a disposición de los países participantes en el estudio fondos europeos recolectados para estos proyectos. |
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