
A través de los estudios sobre conducta infantil y mi bagaje como psicóloga emergencista y experta en duelo he podido constatar que los niños sufren un impacto emocional ante la pérdida de un ser querido (sobre todo de la madre o del padre) verdaderamente grande, y que sus repercusiones en la vida futura son impredecibles. Erradicamos, pues, el mito de que los niños, “por no enterarse de nada”, no sufren.
Los infantes consideran la muerte como algo temporal, como dormir o marcharse. A través de su pensamiento mágico, característico de esta edad, se forman la idea de que se vuelve a vivir (idea reforzada por los dibujos animados que mueren y reviven). Piensan que ni sus padres ni ellos van a morir. Sin embargo, cuando la muerte sucede, el impacto emocional es dramático.
¿Cómo explicarles qué es la muerte?
Es preciso utilizar palabras sencillas y muy concretas: “el cuerpo ha dejado de funcionar”, “dejó de respirar”, “de caminar”, “de sufrir”… Como conveniente es el uso de manifestaciones afectuosas, como el abrazo, mientras se les explica, utilizando la palabra muerte.
Utilizar momentos pedagógicos, como la muerte de animales o plantas, les ayudará a integrarla.
Cuando muere uno de los progenitores, se suele alargar el momento de decírselo al niño, en un afán de protegerle; esta situación le provoca más confusión y prolonga el proceso normal de duelo. Por tanto, es conveniente comunicar al niño, cuanto antes, el fallecimiento de su ser querido utilizando los “muy” repetidamente -“ya sabes que ha estado muy, muy, muy enfermo-, para evitar al niño el miedo a la muerte ante cualquier enfermedad banal.
A la hora de comunicar la noticia al pequeño, hay que hacerlo con serenidad, dulzura y afecto, utilizando palabras sencillas. Dedicar todo el tiempo que el niño requiera para esta comunicación y para asimilar sus consecuencias según sus directrices. Hay que estar dispuesto a repetir muchas veces lo mismo y a abrazarles si ellos lo permiten. Puede ser común que en ese momento de impacto el niño se niegue a manifestaciones de afecto.
Por otra parte, es muy recomendable evitar los eufemismos -“Dios se lo llevó”, “ha emprendido un largo viaje”…- que generan más angustia en los niños.
Cuando no tengamos respuestas para sus preguntas, contestarles honestamente que no las tenemos es lo más acertado. Se les puede explicar que en la vida hay cosas que no podemos controlar, y que la muerte es una de ellas. Es muy importante hacer hincapié en que nada de lo que ellos hayan dicho, hecho o pensado ha causado la muerte del ser querido (el pensamiento mágico del niño le puede llevar a creer que ha sido un comportamiento suyo lo que ha provocado la muerte de su familiar).
En cuanto a las manifestaciones conductuales del niño ante una pérdida, hablamos de conmoción; negación; confusión (por la falta de atención adecuada por parte de los mayores); ira (especialmente si la persona fallecida era una figura esencial para el niño), que se manifiesta con juegos violentos, pesadillas, irritabilidad… A menudo, el niño sentirá enfado hacia el progenitor sobreviviente. También puede producirse ansiedad, que se manifiesta con un gran miedo a sufrir otra pérdida -en el caso del fallecimiento de la madre, el niño se vuelve especialmente sensible a cualquier separación de la figura que cumple con las funciones maternas-; culpabilidad…
La mejor manera de ayudar a los niños a elaborar su pena es que el adulto exteriorice su dolor, así les estamos ayudando a comprender que afligirse es natural y les damos la oportunidad de que ellos puedan hacerlo. Por más que se quiera ocultar por completo los sentimientos a los niños, es tarea imposible, ya que son muy perspicaces y observadores, y si algo va mal, normalmente lo perciben.
Además, la comunicación no verbal -gestos, actitudes, silencios, cambios en el tono de la voz, negativas a una explicación coherente- encuentra al niño más indefenso y receptivo, y por ello empeora su estado de ánimo y estimula sus fantasías, sin olvidar que, a veces, las fantasías suelen ser más terribles que la cruda realidad.
Pautas para ayudar al niño a recuperarse
- Dedicarle tiempo, especialmente si es un hermano el que ha fallecido; por regla general, se centra toda la atención en el hijo que murió.
- Permanecer a su lado.
- Dejar que los demás te ayuden.
- Darle la oportunidad de que exprese sus emociones y normalizárselas.
- Animarle a hacer alguna actividad física.
- Leer un libro juntos.
- Recurrir a un grupo de ayuda mutua.
- Ser consciente de cuándo es necesario buscar ayuda profesional.

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