En algún momento te has sentido fuera de sitio, ¿a que sí? Puede que en más de una ocasión. Si estás leyendo esto, seguro que alguna vez en tu vida has sentido que nadie te entendía, que no estabas en el lugar apropiado, que acababas de aterrizar en el planeta Tierra procedente de Venus, justo diez minutos antes.
Hay quien tiene esa sensación únicamente en la adolescencia, cuando es más común estar o sentirse desubicado o desubicada. Otras personas arrastran esa sensación de desarraigo, de no pertenecer, durante toda su vida. Esto no es bueno ni malo, simplemente… es.
Las personas con discapacidad, muchas veces, somos ese tipo de «alienígenas». Porque pareciera que acabáramos de llegar desde otro lugar, lejos en las estrellas, para estar una temporada entre los humanos. Los cuerpos alienígenas son distintos, su forma de interactuar con el mundo es diferente: se mueven, tocan, hablan y miran de una manera particular. También la especie humana los trata, los observa y se relaciona con ellos y ellas de manera parecida a como lo hacen en las películas americanas, cuando las naves espaciales pretenden invadir el planeta azul.
Suele haber entre las masas terrícolas curiosidad, miedo, hostilidad, desconfianza y fascinación ante la especie visitante. También amor, aceptación, descubrimiento y comunidad. Miran con asombro tecnología de vanguardia que jamás se había visto antes y se preguntan de dónde han salido esos curiosos especímenes, cómo vivirán, qué querrán o si también contarán ovejas extraterrestres para dormir.
Por otro lado, cómo los alienígenas ven y entienden las cosas también es un poco diferente a la norma. Porque es como si el mundo no estuviera preparado para ellos. O como si no se ajustaran del todo al molde que han ideado para el resto de la humanidad. Es por eso que muchas personas con discapacidad, en secreto, se ven a sí mismas como extraterrestres. Y yo soy uno de ellos.
Por eso este espacio, que me han cedido amablemente en Salud a Diario, hace referencia a esa condición exoplanetaria. Porque pretendo anotar en el cuaderno muchas de las cosas que, con asombro, veo como un alienígena. También para compartir con todos y todas cómo se ven las cosas siendo de esta otra «especie».
Y quiero aclarar desde ahora que se trata de una licencia puramente creativa y literaria. El objetivo de tribunas como esta es precisamente el acercamiento y la integración, no exaltar la diferencia o la contraposición con «otro» u «otra», que no es como yo.
Vivimos tiempos convulsos, plagados de odio y miedo a lo que no se entiende, a lo que no encaja en los moldes de «lo normal». Por eso, integrantes de minorías como la que configura la discapacidad necesitan hacerse oír más que nunca. Para entender y hacerse entender. Para ofrecer la mano y abrir la puerta a nuestro planeta particular.
Ese y no otro es el objetivo de esta columna: compartir una perspectiva personal del mundo, a través de la lente de la discapacidad. De una en particular: la mía. Porque la discapacidad es un universo en sí mismo y hay tantos universos diferentes como personas discapacitadas comparten su vida contigo.
También escribo esto en la época de la desinformación y la ofensa permanente. Por eso toca aclarar que aquí expresaré exclusivamente opiniones, que son mías y de nadie más. No pretendo convencer, aleccionar, ni adoctrinar. Tampoco quiero tener siempre la razón. No persigo la notoriedad, la confrontación o el cacareo digital vacío. Me gustaría que quien me lea pueda ponerse en el lugar de un extraterrestre unos minutos y haga el esfuerzo de meterse en nuestra nave espacial. Que sea capaz de ver desde dentro de nuestro traje espacial. Quizás así las diferencias entre nuestros planetas sean cada día menores.
@CesarBritoGlez
Estoy totalmente de acuerdo. Lo que nos hace personas es nuestro ser social. Si se nos evita, se nos marca, se nos separa, lo más normal es que terminemos aceptando el ser incapaces, devolviendo y asumiendo el papel que nos asigna la sociedad.
Tengo una hija etiquetada con discapacidad.