
Sin duda esta sentencia que me encontré hace unos días, merece una larga reflexión.
Los niños, escuchen bien, se empapan absolutamente de toda la información que circula a su alrededor. Hablamos delante de ellos y lo hacemos de forma inconsciente, basándonos en la creencia errónea de que “no se enteran, están en su mundo”.
Y claro que están en su mundo; un mundo maravilloso, creativo y mágico que, con frecuencia, profanamos con la mayor impunidad. Por tanto, al mantener esta creencia estamos contribuyendo a mantener un mito que deberíamos erradicar, dándoles la oportunidad de crecer con una autoestima equilibrada.
Los niños son como esponjas que absorben sin parar, con sus sentidos alerta de forma ininterrumpida.
Desde la más tierna infancia, incluso desde la vida intrauterina, ya codifican la información que provoca emociones de manera inefable.
Los infantes sufren igual que los adultos, viven los acontecimientos traumáticos con la misma intensidad -o aún superior-, que los mayores, pero sin la posibilidad de expresarlo con palabras. Un niño pasa por un desorden emocional exactamente igual que el adulto, y el impacto que alguna información tiene sobre ellos es, en ocasiones, devastador. Afortunadamente su mundo infantil es a veces protector, pero no suficiente.
Primero necesitan ser escuchados, comprendidos y consolados. Después, muéstrales su capacidad de superación, pero SIEMPRE DESPUÉS. Cuida tus conversaciones delante de ellos.
Hace unos días escuchaba a una señora dirigirse a un pequeño de dos años, al que había preguntado su nombre, con esta frase: “Es un burro, no sabe cómo se llama”. La gravedad de esta actitud es que a veces el adulto no se conforma con lanzar la sentencia una vez, sino que ésta se hace reiterativa. Aunque sea dicha en tono bromista; los niños no entienden de bromas, sólo registran la información, información que queda impresa en su tejido cerebral. Ellos no tienen aún la capacidad cognitiva para distinguir si lo que escuchan es una broma o es que el adulto simplemente tiene un mal momento, y aunque el adulto no sienta realmente lo que ha dicho, si no se le reinterpreta al niño, esto quedará como una verdad que pasará a formar parte del proceso de instauración de sus creencias.
Ante este tipo de situaciones, podemos desarrollar las siguientes estrategias:
En primer lugar, pide disculpas al niño; él se lo merece y, además, así le estarás enseñando de forma práctica a pedir perdón. En ellos predomina el aprendizaje por imitación, por tanto… que tu conducta sea imitable.
Después, pregúntale qué ha sentido y ayúdale a que ponga nombre a la emoción.
En tercer lugar, valida siempre su emoción (incluso si es rabia hacia ti), permítele que la canalice (pregúntale cómo puede sacar su emoción y escucha y valora su respuesta). Golpear un cojín es una buena técnica para canalizar la ira.
Y más estrategias:
Háblale directamente; e indirectamente, mientras están entretenidos con algún juego. Refiere sus virtudes y su capacidad para superar limitaciones.
Dile cada día que le amas.
Recuérdale al levantarse lo importante que es.
Dedícale cada día un tiempo sagrado (aunque sea media hora, sin interrupciones; apaga el móvil, la tele, descuelga el teléfono).
ESCRIBE AMOR EN SU ALMA.

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