Grupo Pandano: voluntariado nocturno de Cáritas

Él vive en la calle. No tiene hogar en el que guarecerse. Es uno de miles sin casa, anónimo con identidad e invisible. ¿Quién es? ¿Dónde está? Se deja ver en cualquier urbe, cazando tesoros entre los escombros de lo que otros han tirado sin miramientos. De la ciudad, é? conoce la cara más dura, sufre en carne propia la exclusión social extrema y, en la práctica, ha sido marginado de las dinámicas del mundo actual para ganarse la vida, ejercer la ciudadanía, mantener relaciones sociales y familiares estables. Ha quedado expuesto al peligro de la jungla citadina y suele ser víctima de agresión, violencia, enfermedad; esta noche pudiéramos cruzarnos con él y no sabríamos de la profundidad del drama en el cual vive.

El drama es sustantivo: no tener casa mata. Ante esto, Cáritas Diocesana de Salamanca, en el marco de una iniciativa nacional para visibilizar el sinhogarismo, trabaja comprometidamente en favor de muchas familias que acuden a la institución, en busca de ayuda, para superar momentos difíciles que ponen en riesgo la conservación del hogar.

También extiende la mano a las personas que ya han perdido ese lugar permanente de residencia y se ven obligadas a vivir en la calle. Las acciones, en ese caso, están encaminadas a tratar de aliviar el sufrimiento, a través de un voluntariado que actúa por las noches.

A ello se dedican algunos jóvenes en Salamanca, se les conoce como el grupo Pandano, del proyecto Molokai. Salen por la noche para charlar y dar calor a las personas sin hogar, como dicen ellos, “a buscar a aquellos que necesiten café, calor, conversación, escucha…”. El objetivo es romper el hielo que rodea la vida de las personas sin hogar y ofrecer un vínculo con algunos de los recursos disponibles en la comunidad para llevar una oportunidad que puede hacer la diferencia.

Los voluntarios de Pandano son como “los ángeles de la noche”, acompañan sin importunar, entienden que la dignidad de la persona ha sido vulnerada y quizás reparar el daño no esté a su alcance, pero que su gesto sí puede avivar los corazones.

Los jóvenes voluntarios de Molokai saben que los recursos son escasos y que la construcción de la confianza interpersonal toma tiempo. Por eso, la palabra y la promesa de que cada noche estarán allí para ayudar la guardan con fidelidad. Como dice Natalia, una voluntaria del grupo, “nuestra palabra es otra de las cosas importantes que tenemos, es lo único que realmente podemos ofrecer, nuestro compromiso, el mañana volveremos, y cuando lo decimos debemos ser conscientes de que así será”.

El problema del sinhogarismo es complejo y demanda actuaciones sistémicas que nunca terminan de llegar, por eso vale mucho el que vayamos arrimando el hombro. En ese sentido, colaborar con la acción de Cáritas es una manera de poner nuestro granito de arena, sabiendo de antemano que llegará a buen destino.

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