El Día Mundial sin Tabaco se ha celebrado este año con la entrada en vigor en Pekín de una ley muy parecida a la española, con la que se pretende poner fin a que cuatro millones de habitantes de la capital china puedan fumar en los transportes o en espacios públicos cerrados. El cumplimiento y la efectividad de esta normativa vienen precedidos por un halo de escepticismo mundial, a pesar de que las autoridades locales incluso han apostado por aliarse con las nuevas tecnologías para sorprender a los infractores.
De esta forma, si alguien pilla fumando a una persona a la puerta de un hospital, en un restaurante o en un parque infantil basta con poner un wassap o un SMS a la patrulla de vigilantes creada para tal fin para que le impongan una sanción, pequeña, pero sanción, al final y al cabo.
Ya sé que chivarse no está bien visto en nuestra sociedad. Pero a veces no nos dejan otra forma de hacer las cosas. En no pocas ocasiones reprender al fumador se salda con una monumental bronca y un considerable disgusto y otras, hay tantos infractores juntos que hasta da reparo meterse con todos ellos.
Pueden hacer la prueba a la puerta del recinto hospitalario o en las zonas de juego de los niños. A ver quién es el osado que se atreve a indicarles que están incumpliendo la ley, que apaguen el cigarrillo o que si no se chiva a… ¿a quién? Ah vale, que en España eso no podemos hacer. Será que así nos va como nos va. Mucha normativa, mucha sanción rimbombante y nadie que vigile su cumplimiento.
Quien habla de tabaco, habla de las cacas de los perros, de los desperdicios tirados al suelo, de vaciar los ceniceros del coche en el suelo del párking, de esperar ordenadamente el turno en una cola, de aparcar calculando los espacios para que entre un coche más… Al final es una mera cuestión de respeto, no sólo a la ley, sino a las personas. Y por mucho que me duela escribirlo, he de decir que el prójimo, en la mayoría de los casos, nos la trae al pairo y que preocuparnos por mejorar la convivencia es una cuestión que no se enseña en los colegios y que, como dependa de que cunda el ejemplo con los progenitores, estamos apañaos para bastantes generaciones futuras.
Tal es así que estos días parece reabrirse en España la polémica sobre si debería prohibirse fumar en los vehículos privados cuando se viaje con niños. A pesar de la lógica aplastante de preservar la salud de los menores en un espacio tan cerrado como otro cualquiera, ya hay padres que han puesto el grito en el cielo apelando a su derecho a decidir en el ámbito privado. Ni que decir tiene que, con niños o sin ellos, parece de locos permitir a los conductores circular hasta a 120 kilómetros por hora con una antorcha en la mano. Y por increíble que parezca, la Dirección General de Tráfico no parece tener la más mínima intención de meter mano a este asunto e incluir esta prohibición en el código de circulación; será que tiene trabajo de sobra con contar los euros que recauda gracias a los radares.
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