
He estado tentada toda la semana de dedicar íntegramente estas líneas a un sinvergüenza de nombre Francisco Granados. Me hubiera gustado buscar 500 palabras para definirlo, aunque para él y los de su cuerda equivaldrían a una mera retahíla de insultos. Pero he desistido. No creo que este estafador merezca tanto esfuerzo. A estas alturas, no me sorprende descubrir que un cargo público ocultara una cuenta en Suiza con 1,5 millones de euros. No me escandaliza que encima se vaya de la política dando un portazo, resentido y malhumorado como un niñito consentido cuando le pillan en un renuncio; pero sí me indigna el hecho de que se marche diciendo que la política le aburre y no le llena nada eso de dedicar su vida profesional a apretar un botón cuando se lo ordenan. No me sorprende que él lo diga, porque está a la altura de su talla moral; me enciende la nula reacción de sus camaradas, que ni se han molestado en defender ni dignificar la función pública. Así que si antes tenía dudas, ahora me queda cristalino; esta clase política es indecente, sin excepciones.
Dicho lo cual, y para evitar el riesgo de una visita a las consultas de Psiquiatría, aprovecho esta tribuna para hablar de asuntos más productivos y reconfortantes. Leo con satisfacción maternal la noticia de la apertura de una línea telefónica para resolver dudas sobre urgencias pediátricas. Imagino que los profesionales son conscientes de la enorme alegría que esta buenanueva proporciona a los progenitores, que en no pocas ocasiones acabamos en los servicios de Urgencias por el conocido “por si acaso” o el temido “cómo no ha venido usted antes”.
Confío en que el servicio esté a la altura de las expectativas y no se convierta en un caramelo envenenado, del tipo de una línea que siempre comunica o con la que es difícil contactar. Y lejos de querer ser un pájaro de mal agüero, eso de contar con el acceso a la historia clínica para poder implantarlo, me huele a chamusquina y a experiencia piloto perpetua en las áreas urbanitas de la provincia. Culpa de los profesionales no será.
Porque lo cierto es que si hay un servicio médico que cuente con el beneplácito de la opinión pública, es el de Pediatría. Todo el personal en su conjunto acostumbra a ser encantador, no sólo con los niños, sino con los, a menudo, histéricos padres. Las instalaciones se supieron adaptar a las necesidades visuales de los asustadizos menores, tan reticentes genéticamente a las batas blancas. Los guantes se convierten en globos, la sala de espera, en una ludoteca…
Qué distinta esta estampa de Urgencias de Pediatría a las atronadoras salas de espera de consultas externas. Alguien debería implantar cordura en este asunto y conceder prioridad de paso en la atención médica a los menores. No es necesario prolongar la agonía de un chaval al que van a hacer unas pruebas de alergia y que aguanta una espera superior a una hora, atemorizado y reconcomido por el miedo a las agujas. De los impacientes bebés, ya ni hablamos. Admito que ajustar los tiempos conlleva una enorme dificultad, pero algún protocolo podrá establecerse para evitar el mal trago a los pequeños. Al fin y al cabo, todos tenemos hijos y/o sobrinos a los que estaríamos encantados de ceder el turno, ¿o no?
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