Cuando uno comienza en este oficio de la emergencia, está quizá demasiado sugestionado con el hecho de que las cosas son como las venden las poco realistas (visto a través de los años y la experiencia) series de televisión.
El primer día ya empiezan a descuadrarte algunos detalles: no a todos los lados se va corriendo; de hecho, un dolor puede durar más de dos meses sin que al paciente le entre la prisa por ir al hospital. Sí, es cierto, créeme. Lo de comer tranquilo… bueno… eso merece una entrada aparte.
Pero tú, a lo tuyo. Has visto que en Hospital Central todo lo que pasa es muy serio, así que esperas el aviso que te encumbre al Olimpo de los Héroes. Ese aviso es el de una persona sin conocimiento… Es tu momento, pero, esta vez, el inconsciente de tu paciente es el que te abre la puerta, y tú ya empiezas a plantearte cosas, hasta que un accidente de tráfico te saca de tu meditación. ¿Dónde está el herido? Buscas, preguntas, y pronto lo encuentras hablando con su seguro… Hay que solucionar lo de ese golpecito en el paragolpes y los días que va a estar de baja por el cuponazo cervical.
Vas ordenando tus pensamientos. Empiezas a intuir cosas: que si el Centro Coordinador te llama tres veces cuando vas de camino puede ser por dos motivos, que se hayan olvidado de pasarte el aviso o que la cosa sea realmente grave; que los comas etílicos son como las meigas, haberlas, hailas, pero nadie las ha visto; que existen las urgencias programadas y que hay gente inmortal e indestructible.
Y llega la hora de dormir (doy por hecho que has podido comer). ¿Dormir? Hoy no, ya veremos cuando llegues a casa. Pronto dirás que las noches son para descansar, que odias esa melodía del teléfono que ayer te parecía tan graciosa, aunque la hubieras oído veinte veces, y que eso que te dijeron esta mañana de que despertarte por un aviso en plena fase REM es como si te levantaran con una patada en la cabeza es cierto.
Perderás memoria y dormirás también mal en casa (avisado quedas).
Cuando llegas al hospital por primera vez con algo realmente urgente y te das cuenta de que, si entras gritando el sexo, la edad y la patología del paciente, todo el personal se te va a quedar mirando, y no precisamente con cara de admiración, entiendes que la cosa lleva otro ritmo distinto al de la tele.
Que los médicos de Urgencias también tienen malos días y a veces no son tan simpáticos, que no están tan interesados en hacerse cargo de tu paciente como creías y que, realmente, son los celadores los que marcan el tempo de todo un hospital.
Que las camillas y demás aparatos que has usado no se limpian solos, que las sábanas ahora vienen dobladas del revés y mil cosas más que ahora no te importan, porque tienes sueño… y hambre… y ganas de ir al baño… pero eso tiene que esperar. Hay cosas que hay que hacer en casa antes de la guardia (2º aviso).
Y así acaba tu primer día. Esto no es como lo habías visto en la tele, pero te gusta. Dentro de unos años escribirás algo parecido a esto y te darás cuenta de que, por desgracia, hay inconscientes que nunca podrán volver a abrir una puerta, que los accidentes de tráfico no son sólo chapa y pintura, que los comas etílicos existen de verdad y que aún no se ha conocido a nadie inmortal. Que, al contrario de lo que la gente piensa, lo peor de este trabajo no es la sangre, sino esas situaciones terribles que a veces ves y que prefieres no contar a nadie.
Pero tranquilo, también habrás reído unas cuantas veces, siempre habrá algo que te sorprenda, verás que hay pacientes, familiares, médicos… encantadores (aunque otros no tanto), y que, con el paso del tiempo y las noches, habrás desarrollado una increíble visión nocturna. Ahora sí que eres un auténtico superhéroe; enhorabuena, lo has conseguido.
La clave de la inmortalidad es vivir una vida digna de recordar.
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