Me considero una absoluta admiradora de las segundas oportunidades, de la gente que se reinventa tras la adversidad o sin ella, de quien mantiene el espíritu joven durante toda la vida. Así pensaba al ver recoger un Goya con 58 años y cantar a un gran poeta con 73.
Aún somos capaces de aprender en la vejez, dice la Neurociencia.
A los 20 años ya no tenemos las mismas neuronas que con 2 años, y ciertas capacidades van perdiéndose con el paso del tiempo. Dicen que con 65 ya no estaríamos en condiciones de crear algo que mereciera un Premio Nobel… aunque yo tengo mis dudas. El cerebro es una máquina que sigue funcionando de forma espléndida. Compensa continuamente.
En la vejez tenemos ciertas ganancias, como, por ejemplo, el vocabulario y la habilidad social, con la consiguiente capacidad de resolver conflictos, y se ha demostrado que mejora la capacidad de controlar las emociones y dar sentido a la vida.
Con buen criterio, se ha escrito que “el mejor invento del siglo XX son los abuelos, los abuelos sanos, con la cabeza perfecta, que disfrutan estando con sus nietos y les enseñan las cosas importantes de la vida”. Aquí haría referencia a tantos y tantos… Pero recordaré a los cuatro de mis hijos.
Las segundas oportunidades caben en el aspecto personal, cuando se decide tener hijos cuando ya se supera la media de edad. Así conozco a mucha gente. Esos hijos se crían desde una especial madurez que les hace singulares.
Caben en las personas que regresan al trabajo tras años de distanciamiento o inician una nueva profesión. Como estás pensando tú ahora.
Caben cuando la vida te cierra una puerta y, a la vuelta de los años, te está abriendo otras mucho más afortunadas, bellas, espléndidas…
Así le paso a César.
Oportunidad tardía es ilusionarse como un niño hasta el último día, manteniéndote distraído del paralelo fin de la vida.
Así le paso al abuelo Pepe.
Segunda oportunidad es rescatar una amistad tapada por los años y las circunstancias, pero con tantas cosas en común que uno no entiende cómo ha podido vivir sin ella. Esa es Ana.
La historia del naturalista que escribe libros y crea charcas que se llenan de vida animal y vegetal…
Mis tías, que fallecieron sobrepasando la edad centenaria, eran ejemplo de ello. Se mantuvieron activas física e intelectualmente y tremendamente ilusionadas hasta el último día.
Hay un libro muy bueno que habla del Ikigai de los japoneses, la “razón que nos mueve”, donde se relata cómo el secreto de la longevidad en la aldea de los centenarios, Ogimi, al norte de Okinawa, no es otro que NO jubilarse nunca.
Ese es el nexo de unión que encuentro en todas las personas que viven mucho y envejecen bien: la ilusión.
¡Que este lunes nos invite a buscar ilusionarnos para vivir más y mejor!
* La Dra. Elia Martínez Moreno es especialista en Oncología Médica en el Hospital Universitario de Fuenlabrada (Madrid)
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