Recuerdo que, allá por el Plesitoceno, cuando mi hijo era pequeño, a veces le subía la fiebre por la noche. Cuando el termómetro pasaba de 38 grados, mi pareja y yo (no somos médicos) nos asustábamos mucho y salíamos corriendo hasta las Urgencias más próximas. Afortunadamente, nuestra angustia nunca fue justificada; el niño no padeció jamás otra cosa que un proceso vírico u otra afección banal que, en realidad, no requería asistencia urgente. Pero pudo tener una meningitis o una patología grave que no estábamos en condiciones de diagnosticar.
Pues bien, según el doctor José Rodríguez Sendín, presidente de la Organización Medica Colegial (OMC), los padres que, en el futuro, se angustien como nosotros, son unos irresponsables, unos malos ciudadanos y unos egoístas que deben de ser condenados a re-pagar por la atención prestada a sus retoños. No contento con esa condena, el dirigente máximo de todos los colegios de médicos de España propone sancionar también a los irresponsables que se atrevan a no recoger las pruebas o que no acudan a las citas con el especialista.
Si algún dilecto gestor sanitario de los que padecemos hubiera hecho estas propuestas por su cuenta, quienes estamos en contra de medidas así pensaríamos en otro exceso de la pasión ahorradora característica de la administración actual. Pero aseveraciones así sorprenden en boca de un profesional de la Medicina con responsabilidades de gestión en un organismo que -se supone- debería de representar a todos sus colegas.
Sin necesidad de ser una persona de su peso, simplemente con haberse molestado en echar un vistazo al manual de urgencias de cualquier hospital, se sabe que existe un concepto denominado urgencia social, el cual hace referencia a situaciones subjetivas de angustia y preocupación que, a menudo, rondan por la mente de muchos usuarios sin conocimientos médicos. En fin, como presidente de la OMC debería de comprender algo tan elemental como es que, como afirman los representantes de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES), “cuando una persona acude a Urgencias a las tres de la mañana es que le ocurre algo”. Físico o psíquico, añado yo.
Tampoco se debe olvidar que, en muchas áreas geográficas, el único servicio sanitario disponible es el de Urgencias y Emergencias. Ni que, muchas veces, son los propios médicos de Atención Primaria los que se ven obligados a recomendar a ciertos pacientes que acudan a Urgencias como única manera de obtener pruebas o radiografías que, de otra manera, requieren meses de espera.
El doctor Rodriguez Sendín también debería comprender que, a menudo, los pacientes no recogen pruebas porque previamente han tenido que ser ingresados de Urgencias, e incluso porque han cometido la descortesía de morirse antes. Como es imposible que una persona de su talla desconozca todos estos datos, la única explicación que se nos ocurre es que semejantes declaraciones no sean sino un globo sonda tendente a ir creando opinión a favor de la introducción del copago en los servicio de Urgencia. Y, por supuesto, a largo plazo, de su privatización total o parcial. Esa sería la explicación de que la señora ministra de Sanidad, doña Ana Mato, se haya apresurado a anunciar entusiastamente que se estudiarán las sabias propuestas de la OMC.
Es verdad, pese a todo, que es imprescindible que el usuario aprenda utilizar el sistema sanitario de una forma más racional. Y que ese uso racional contribuiría a evitar el colapso de las Urgencias y la prolongación de muchas listas de espera. Pero para ello sería necesario racionalizar los recursos disponibles y dar a la población educación sanitaria, no penalizarla económicamente para que la utilice menos, es una medida contraria a la equidad que margina del sistema a los sectores más deprimidos y a las personas más pobres. Y lo más conveniente para enseñar a utilizar los recursos sanitarios sería incluir estos conocimientos en una asignatura obligatoria, unos contenidos que estaban previstos en la urgentemente derogada Educación para la Ciudadanía, que nadie ha pensado en sustituir por otra cosa que el profundo conocimiento del catecismo y la doctrina católica, sin duda muy respetable, pero quizás menos útil para la vida actual.
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