He dedicado la mayor parte de la semana pasada a finalizar y completar procesos de coaching para una institución, dentro de un programa de desarrollo directivo. He de decir que he disfrutado mucho descubriendo y acompañando a personas y profesionales excelentes y aprendiendo en cada momento del camino.
Estaba claro que el cierre no iba a ser una excepción en cuanto a aprendizaje. Hubo algo que me llamó la atención, que me conectó con algo similar que ya había oído antes.
En los procesos de cierre, dedicamos suficiente tiempo antes de finalizar la sesión a compartir con el otro cómo fue para nosotros estar en el mismo. Como coach, comparto aquello que más he apreciado de mis clientes, realizo un reconocimiento del progreso y exploramos qué podría depararnos el futuro y cómo enfrentarnos a ello. A mis clientes les pido su más sincero feedback, para descubrir qué funciona y qué no para el cliente y, a través de la reflexión, continuar en el camino de mejorar constantemente. En mi opinión, estas sesiones son, sin duda, de las más fructíferas -me atrevería a decir- para ambos.
Pues bien, en una de ellas, al realizar la primera pregunta, “¿cómo ha sido para ti estar en este proceso?”, me sorprendí con la respuesta, pues era más o menos algo similar a: “Ha estado muy bien y me ha servido mucho, pero no sé cómo responder, porque como es mi primera vez, no tengo nada con qué comparar…“.
Me sorprendió porque, evitando entrar en disquisiciones filosóficas sobre lo absoluto y lo relativo (y sobre las que merece la pena leer) junté dos y dos con otras experiencias recientes con mis peques y me dio la sensación de que, hoy por hoy, prácticamente todo lo medimos en términos relativos. Es decir, que algo es bueno en tanto en cuanto sea mejor que otra cosa similar, mejor que lo de mi compañero, más avanzado, más moderno, más caro, más sofisticado, mejor construido, en mejor zona…
Creo que por el camino perdimos la capacidad individual de valorar cosas y experiencias, sin necesidad de echar mano de la comparación. Y así, mi hija sólo se lo ha pasado bien un sábado si su programa de actividades era mejor y más variado que el de su hermano… Y el valor de lo suyo se deprecia o aprecia a golpe de comparación (y el de su disfrute, también).
De este modo se generalizan comportamientos como elegir el producto más caro, porque a la fuerza tiene que ser mejor, solicitar que nos acompañe el mismo coach que acompaña al súper jefe… aunque no seamos capaces de entendernos con él o ella, comprarnos ese cuadro que no nos dice nada, pero que es de un autor muy reconocido…
No abogo por eliminar la comparación, que tiene su lugar y es muy útil para discriminar. Sí reclamo recuperar la capacidad de valorar por nosotros mismos y de apreciar algo por lo que significa para nosotros… Porque, en este marco actual, ¿cómo valoramos el trato humano de un profesional sanitario, una maestra, un cuidador o la sonrisa del camarero? Quizá por ello hay cada vez más iniciativas en las que uno aporta según valore el producto o servicio:
http://www.comunicacionnoviolenta.com/cmsAdmin/uploads/p190rssh9q7g3rnq1cjojea1cac3.pdf
http://peterkoenig.typepad.com/eng/money_seminars/index.html
Y una vez llegados ahí, comencemos una conversación fascinante sobre lo relativo y lo absoluto.
¡Feliz semana!
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