Nos hemos acostumbrado a vivir relativamente relajados en nuestra burbuja de resfriados, gripes y otros virus de uso corriente, para los que no existe cura, sólo remedios para mitigar sus síntomas, más o menos llevaderos. Llegaron a acongojarnos con la terrible Gripe A de hace años, y todavía hay quien cree a pie juntillas en las teorías de conspiración de los laboratorios, a los que acusan de dedicarse a inocular por el mundo determinados agentes contaminantes para enriquecerse a costa de vendernos los antídotos.
Una ha visto tanta peli americana al respecto, que no pondría la mano en el fuego para sacarle la cara a la industria farmacéutica. Es más, hace poco he descubierto con pavor que hace ya una década que las grandes marcas nos han dejado con el culo al aire en la lucha contra las bacterias. Los antibióticos no dan dinero, no son rentables, los bichos mutan demasiado rápido y la investigación es tan cara que no habría consumidores suficientes para amortizar las multimillonarias inversiones.
Nadie piensa en las consecuencias de la enfermedad, en la aparición de nuevas y mortales bacterias. Ni siquiera los gobiernos. La decisión corre a cargo de la empresa privada y, como ya se sabe, las arcas públicas no están por la labor de financiar ningún tipo de investigación. Así que, cuando la ciencia nos abandone, habrá que ponerse en manos de la fe, que sea lo que Dios quiera y que éste mismo nos pille confesaos.
No es por ponerme alarmista, pero en África se ha registrado un brote de ébola (una de las diez enfermedades aún sin cura) y aquí estamos tan pichis. Como si nada, como si las barreras de las fronteras territoriales sirvieran para detener los virus en un mundo global como el nuestro. Y mientras cruzamos los dedos o ponemos velas a los santos, seguimos haciendo una aplicación incorrecta de los antibióticos. Los tomamos pese a no estar prescritos por los facultativos, muchas veces sin saber que el mal uso de la medicina supondrá su ineficacia en el siguiente organismo que ataque la bacteria. Y tres cuartos de lo mismo sucede con las vacunas. Hay padres que consideran que son una opción personal, sin tener en cuenta que su decisión puede afectar a la salud del resto de la ciudadanía.
En fin, me entran escalofríos sólo de pensarlo. Esperemos que sean sólo cuentos de ciencia ficción o guiones cinematográficos, pero no me negarán que el virus de mirar para otro lado en lo que corresponde a la investigación está muy extendido entre la población.
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