Antonio Sitges-Serra (Barcelona, 1951) es catedrático de Cirugía de la Universidad Autónoma de Barcelona y fue jefe del departamento de Cirugía del Hospital del Mar. Se especializó en Cirugía General en el Hospital de Bellvitge (1975-1985) para después ejercer en el Hospital del Mar, donde dirigió las primeras tesis doctorales y dinamizó la investigación clínica. Ha publicado ‘Si puede, no vaya al médico’: con este motivo hemos querido charlar con él para que nos exponga su visión, lúcida y no exenta de polémica, de la sanidad en Occidente.
Antonio Sitges-Serra tiene una extensa trayectoria asistencial y académica en diversas áreas de interés clínico, sobre todo en el campo de la cirugía endocrina. Ha sido presidente de la Societat Catalana de Cirurgia, de la European Society of Parenteral and Enteral Nutrition y de la European Society of Endocrine Surgeons, de la que fue miembro fundador. Ha publicado más de cuatrocientos artículos científicos y cerca de cien capítulos de libros. El último, Si puede, no vaya al médico, da título también a la charla ofrecida ayer tarde en el Colegio de Médicos de Salamanca. En ella habla de la dramática medicalización de la sociedad. De sobremedicalización, sobrediagnóstico y situación actual del sistema sanitario y de la industria farmacológica hemos hablado con él.
Para empezar, su enfoque es muy sorprendente para el gran público. Usted, que es un referente de la ciencia médica, recomienda no ir al médico si no es imprescindible. Díganos por qué.
Bueno, los títulos de los libros son siempre llamativos. De hecho, el libro arranca en un artículo que hice para El Periódico de Cataluña. El editor lo leyó y me dijo: “Aquí hay un libro”. Lo cierto es que vivimos demasiado preocupados por la salud. Pero no solo nosotros: también lo están los políticos; la industria médica, con sus nuevos aparatos; los periodistas, que a veces hacen titulares que ponen los pelos de punta. ¡Uno de los últimos que he leído es “Los tres chequeos médicos imprescindibles en 2023”! [el doctor Sitges-Serra confiesa coleccionar los que más le impactan]. Es un problema sistémico. Por una parte está la codicia industrial, y intereses corporativos que a menudo resultan un bluf sanitario. El gasto en este sentido es un pozo sin fondo.
Da la sensación de que usted cree que vivimos embriagados de tecnología, que quizá sobrevaloramos el ultimísimo aparato para detectar una enfermedad, la última terapia revolucionaria para diagnosticar otra…
La tecnología invade todos los ámbitos. Esta obsesión empieza entre la I Guerra Mundial y el final de la II, con Hiroshima. Vivimos en un mundo en el que la tecnología debe aportar la solución a los problemas que Occidente se ha creado a sí mismo: siempre queremos más. La tecnología copa cada vez más espacios. Y no responde a una necesidad real, sino a la agenda propia. Steve Jobs dijo: “La gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas”. Esta frase sobre el consumo tecnológico es muy reveladora. En mi libro demuestro que el coste-beneficio en sanidad no es tal: el progreso real en salud no compensa. Lo hemos visto en cirugía un montón de veces: llega un aparato que deslumbra durante cinco años y si no lo usas eres tonto, pero luego desaparece y llega otro… que dura otros cinco años. En cirugía, por ejemplo, tiene un gran impacto, debido a la curva de aprendizaje que supone.
Comentaba tiempo atrás que en los últimos 30 años España ha sextuplicado su presupuesto en sanidad, pero que apenas ha tenido repercusión en el aumento de la esperanza de vida. ¿Dónde falla entonces el sistema?
Por una parte, en la pérdida de referentes morales: no hay ninguna pregunta moral sobre nuevos hallazgos que realmente no responden a necesidades. De algún modo, la ciencia y la tecnología han suplido las creencias religiosas. Y la ciencia no es fe, es un método. Por otro, la gente tiende a pensar que la asistencia sanitaria y la medicina son la base de todo, pero en realidad solo representa un 15 o un 20% de nuestra salud. La salud está en el otro 80%, y descansa sobre tres pilares: tus hábitos de vida, tu entorno (la ciudad en la que vives, la salubridad de tu vivienda, etcétera) y tu genética, tus determinantes biológicos. Sin embargo, es a ese 20% al que trasladamos nuestras inversiones y por el que nos obsesionamos.
Entre los años 50 y los 80, la esperanza de vida subió de 55 años a 75. ¿Por qué? En esos años desapareció la pobreza, se potabilizó la mayor parte del agua, ya no sufríamos las consecuencias de la guerra civil… Había una serie de factores ambientales que mejoraron notablemente. Pero una vez asumimos cierta riqueza y cierto estatus, esa curva de mejora tendió a aplanarse. De hecho, en la actualidad, y tras la pandemia de covid, la esperanza de vida ha bajado en algunos países entre uno y tres años. Por otra parte, está el transhumanismo, esa filosofía que busca la inmortalidad. Millonarios como Jeff Bezos han invertido millones de euros para investigar sobre la longevidad. Google ha hecho una inversión masiva. Nos cuesta aceptar que la muerte es un hecho natural.
“La ciencia y la tecnología han suplido de algún modo a las creencias religiosas. Y la ciencia no es fe: es un método”.
Si usted pudiera gestionar el presupuesto de salud de un país, ¿dónde invertiría más?
Pues depende del país. La asistencia sanitaria correcta tiene mucho impacto en los países pobres. La primera parte de esa curva es muy vertical, porque por poco que hagas en un país que no tiene nada (mejorar la higiene, vacunar a la población), la curva se dispara. A partir de los veinte o treinta mil dólares per cápita, la curva de mejora sanitaria tiende a aplanarse. Un ejemplo: en el año 2008, en plena crisis global, la Generalitat redujo el presupuesto sanitario en un 20% y la salud pública no se vio muy afectada. El presupuesto se nota en países que tienen muchos problemas con el agua, o que viven en situaciones climáticas extremas, o con contaminación ambiental, con sequía, con estilos de vida muy duros… O en el lado contrario, en Estados Unidos, donde la obesidad mata a la población. Depende del país.
Pero en uno desarrollado lo suyo sería invertir en políticas científicas adecuadas, por ejemplo. Se gasta muchísimo dinero en comprar robots para hospitales. De hecho, entre el 65 y el 70% del gasto sanitario se va a los hospitales. En otros países europeos se trabaja con la mitad de la plantilla que aquí. También es verdad que aquí operamos la mitad y cobramos la mitad, lo que genera unas bolsas de ineficiencia enormes. España tiene el número de médicos más alto del mundo. Y es el segundo país con más facultades de Medicina después de Corea del Sur. En lo que respecta a la investigación, hay muy poca eficiencia: se investiga para publicar. El 80% de los papeles en medicina no sirven para casi nada.
¿Cuál es, en su opinión, el gran mal del sistema sanitario español?
Hay varios factores. Uno sería revisar las plantillas de los hospitales, el uso que se hace de la tecnología, conseguir que esta se amortice, y controlar gasto farmacológico. Los oncólogos, por ejemplo, gastan miles y miles de euros en tratamientos de quimioterapia para enfermos terminales. Es una barbaridad.
“A partir de los veinte o treinta mil dólares per cápita, la curva de la mejora sanitaria tiende a aplanarse”.
Su libro gira en torno a lo mucho que dependemos de los médicos y me tienta preguntarle por el uso que hacemos de las urgencias…
Las urgencias se han convertido en el recurso rápido, porque la primaria da cita tarde. Es el camino rápido de acceso al especialista. Pero esto se debe a que la Atención Primaria falla. El presupuesto hospitalario crece mientras adelgaza el presupuesto en Atención Primaria, donde hace falta inversión. Suecia, por ejemplo, ha penalizado la asistencia a urgencias con 30 euros, pero allí tienen un buen sistema de primaria, potente y bien financiado, como en Dinamarca. Allí, los médicos de Atención Primaria cobran el doble que los hospitalarios. Hay que reforzar este nivel asistencial, y se vio con la pandemia de covid: todo el mundo iba a urgencias, porque la Atención Primaria estaba colapsada, y el contagio en las salas de espera se disparaba. De hecho, solo hay que ver la prensa de los últimos dos meses: la falta de recursos en Atención Primaria sigue siendo un problema grave.
Usted ha mencionado en alguna ocasión la necesidad de reorientar la salud de la mujer, que abusa de los ansiolíticos y antidepresivos. ¿Qué han hecho con nosotras, cuáles son las causas de esta sobremedicación?
Las mujeres estáis más sometidas a estrés. La cara B de ese cambio de la mujer en la sociedad es el estrés laboral unido a la presión de la crianza de los hijos. Pero es que también os presionan con la belleza, el juvenilismo… A pesar de que se habla de empoderamiento femenino, el ejercicio práctico de la cirugía estética demuestra que es la mujer la que más acude a estos servicios. Habéis pagado un alto precio por vuestro papel actual en la sociedad. ¿Y cómo se trata el problema de salud mental en la mujer? Con ansiolíticos.
Sobremedicarse es otro gran problema del mundo en el que vivimos. Nos medicamos incluso estando sanos. ¿Qué papel juega el paciente, cuál el médico y cuál los laboratorios farmacéuticos?
Moviendo los rangos de normalidad generas muchos más enfermos. Hay un capítulo del libro que habla sobre las enfermedades biométricas. El límite establecido de glucosa en sangre para considerar a una persona diabética bajó de 140 a 120. Con esa diferencia, en Estados Unidos, por ejemplo, has generado 6 millones nuevos de diabéticos. Lo mismo sucede con la hipertensión arterial y la osteoporosis, enfermedades todas de alta prevalencia. Eso es pasto de las farmacéuticas. Al parecer, hay una sobreprescripción de medicación para el colesterol del 80% por lo mismo: el nivel de hipercolesterolemia antes estaba en 240 y ahora, en 200. Aquí juega un papel muy importante la industria, que tiene intereses comerciales detrás. Añadiendo el miedo de la población a estas enfermedades sucede la tormenta perfecta. El médico, que va a congresos pagados por la industria, prescribe un tratamiento farmacológico al paciente, que se va contento de la consulta. ¿Cómo te metes en eso?
Otra parte interesante es la de animar a la gente a que se haga pruebas que no necesitan. Los ricos, por ejemplo, se someten a carísimos chequeos médicos que en realidad no les hacen falta.
“Al bajar los rangos de normalidad en los niveles de biometría hemática generas muchos más enfermos. Eso es pasto para las farmacéuticas”.
¿Qué somos más, hipocondríacos o clientes de la farmacia?
Una cosa lleva a la otra. De fondo está el miedo a la enfermedad. El periodismo a veces tiene la culpa: acusa al ciudadano de no saber lo mal que está. Hay titulares que generan ansiedad en la población: “Más de la mitad de los niños tienen un problema visual y tú no lo sabes”. Lo primero que piensas es lo mal padre o mala madre que eres. Luego está el interés corporativo. El médico quiere ver a muchos enfermos, especialmente en el contexto privado: desde la pandemia, la contratación de pólizas médicas se ha disparado: once millones de españoles tienen póliza privada. Hay un gran negocio de las multinacionales. Es la lógica del mercado: consumir de todo, también medicamentos.
¿Hay más miedo al dolor o a la muerte?
La gente no quiere sufrir. Y la saña médica puede llevar a la tortura. Los oncólogos medican de forma innecesaria, cuando no hay solución, porque la esperanza es lo último que se pierde. Si no puedes acabar con la enfermedad, acabemos cuanto antes. Los paliativos terminan siendo una tortura. La eutanasia es un reflejo del ciudadano para defenderse de los tratamientos. Estoy a favor de la eutanasia. En países como Holanda están mucho más maduros en este sentido. ¿Por qué hay que ensañarse con el paciente con tratamientos que se alargan?
¿Cómo ve, desde la perspectiva de la salud pública, los recursos destinados a luchar contra la pandemia de covid?
Bueno, aquello fue algo nunca visto antes. Primero llegó la sorpresa; luego, la rapidez, el contagio, el hecho de que nos enfrentábamos a una enfermedad muy agresiva… Agresiva en cuanto a la capacidad de contagiar, no de matar. Pero claro, si mataba al 1% de la población, son muchas personas en todo el mundo. Y se reaccionó como pudo. Creo que aquí se hizo un papel más que bueno. El Ministerio de Sanidad hasta entonces era algo oscuro, y se hizo un gran esfuerzo para llevar el tema lo mejor posible. España es de los países que mejor manejaron la pandemia. También se puso en evidencia algo evidente: la externalización industrial nos llevó a una total indefensión. Nadie hacía en nuestro país mascarillas ni EPIs. La globalización tiene su cara B y pudimos comprobarlo durante la pandemia. Pero por primera vez se hizo un auténtico esfuerzo europeo en el gasto público, en la compra de vacunas, en trabajar conjuntamente. En ese sentido, el esfuerzo fue muy positivo.
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