En 2015, había activos 35 conflictos en todo el mundo y más de 60 millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares. El impacto directo de las guerras en las poblaciones civiles se ha ido agravando: a menudo son víctimas buscadas de bombardeos, ataques y abusos. Cuando no, quedan atrapadas en zonas sin posibilidad de asistencia o se ven obligadas a buscar refugio en condiciones extremas.
Entre las víctimas de los conflictos, no solo hay heridos de guerra. También hay millones de personas que cada día luchan por sobrevivir y necesitan atención médica porque padecen una enfermedad crónica, han sufrido un trauma psicológico debido al conflicto o, sencillamente, se ponen de parto.
Desde su origen, Médicos sin Fronteras (MSF) trata de llevar ayuda médico-humanitaria a las víctimas de las guerras. No obstante, en los últimos años el panorama se ha recrudecido, con un aumento de ataques a hospitales y personal sanitario. Desde el bombardeo del hospital en Kunduz (Afganistán) el pasado 3 de octubre de 2015 – la peor desgracia en la historia de MSF–, más de 90 estructuras médicas gestionadas o apoyadas por MSF han sido atacadas.
La gran mayoría de estos ataques ha ocurrido en Siria y Yemen. Miles de personas viven atrapadas o perseguidas por la guerra y sufren, a diario, sus consecuencias; desde hace décadas, los equipos de MSF les prestan asistencia, a menudo en zonas a las que pocas organizaciones llegan.
En estas crisis, cobran incluso más importancia los conocimientos médico-humanitarios derivados de más de 40 años de trabajo en conflictos y la capacidad de MSF a la hora de operar en entornos inseguros y ejercer influencia política, así como su respeto de los principios humanitarios de independencia, imparcialidad y neutralidad.
Con su nueva campaña, Yo me quedo, MSF quiere denunciar la situación de quienes están atrapados en las guerras y la urgencia de prestarles ayuda, en un momento en el que el sistema humanitario internacional está fallando a la hora de responder a estas crisis agudas en países como Siria, Yemen o Sudán del Sur.
Los principales focos de esta iniciativa se basan en la en la sensibilización y en la captación de fondos a través de msf.es/yomequedo. En esta web, cuatro especialistas de MSF explican las prioridades de la organización en países en conflicto: cirugía de urgencia, asistencia en partos, atención a enfermos crónicos y apoyo psicosocial. La web recupera también los testimonios de varias víctimas de estos conflictos: Yaqub, Sunud, Amal, Karim, Mansur y su hijo Asil, Sophie y sus gemelas recién nacidas, Marie, Mohamed, Erfan y Safa. Estas personas son solo algunas de las miles de razones que MSF tiene para quedarse.
En cirugía, Amal y Sunud
Amal Abdulá, 36 años, este de Alepo (Siria): “Solo aspiro a ser una chica normal”
“He vivido toda mi vida en la parte este de Alepo. Era muy bonito. Nos ayudábamos los unos a los otros y nos iban bien las cosas. Pero entonces empezó la guerra y todo cambió; la vida que teníamos se desvaneció. En julio de 2012, las autoridades nos dijeron que debíamos evacuar el barrio o atenernos a las consecuencias. Me trasladé con mi familia al centro de Alepo, donde teníamos parientes, pero mi padre decidió quedarse en casa. De vez en cuando volvía al barrio a verle y a recoger algo de ropa, pero era peligroso. Había bombardeos y combates, circulaban pocos coches y no había luz ni agua”.
En uno de esos días, cuando Amal regresaba a casa, se refugió de las bombas en un edificio que también fue atacado. Tras el bombardeo, la envolvieron en una manta y la llevaron en ambulancia al hospital de campaña de Abdul Aziz, para trasladarla después a un hospital público, donde la intervinieron durante 10 horas.
“Cuando me dieron el alta, no había ningún lugar seguro al que ir. Tenía una lesión ósea grave, pero mi mayor problema era que tenía miedo. Cada vez que oía aviones me empeoraba el dolor. Han pasado cuatro años y me han operado 20 veces. En el hospital de cirugía reconstructiva de MSF en Ammán (Jordania) he estado un año: me han hecho injertos óseos y, tras la recuperación, ya casi estoy lista para el alta hospitalaria. Camino con muletas y tengo una articulación artificial en la mano, por lo que ahora puedo moverla normalmente”.
Sunud 12 años, Taiz (Yemen): “Pueden matarte por ir a buscar agua”
Sunud tiene 12 años y se recupera en la cama junto a su madre. Todo el mundo en el hospital la quiere y recuerda el día que llegó con una grave herida en el abdomen.
Como cada mañana, había ido a recoger agua con sus hermanos y amigos. Sintió un fuerte impacto en el estómago y pensó que le habían tirado una piedra. No se dio cuenta de que era una bala hasta que se llevó la mano a la tripa y se le llenó de sangre. La niña tuvo que ser operada de urgencia: fue una intervención compleja para salvarle la vida. Luego ha tenido que pasar por quirófano una segunda vez, para tratar todas sus lesiones abdominales. Y finalmente tuvo que quedarse mucho tiempo en cuidados intensivos. Ha sido todo un mes en el hospital: un proceso largo y, para alguien tan pequeño, muy traumático también. Ahora por fin se marchará a casa, aunque tendrá que volver para una revisión. Ya ha recuperado su vitalidad y empieza a reírse un poco.
En salud mental, Marie y Yaqub
Marie, 37 años, Mambasa (República Democrática del Congo) Logró escapar… y su marido los repudió a ella y a su bebé.
Marie tenía un pequeño negocio de bebidas y solía ir a las minas de oro y diamantes que hay en el bosque para vender sus productos. Una vez, de camino a las minas, se encontró con un grupo de hombres armados con cuchillos que amenazaron con matarla si se negaba a irse con ellos y ser su “esposa”. Durante todo un año estuvo retenida por aquel grupo, junto con otros cautivos, hasta que pudo escapar aprovechando un ataque del Ejército congoleño contra el campamento.
Marie regresó con su marido, pero estaba embarazada de cuatro meses, como resultado de las repetidas violaciones. Él la repudió. Ahora vive con su hermano mayor, pero su cuñada no parece aceptar al bebé. Marie espera conseguir un poco de dinero para iniciar un nuevo negocio y alquilar una habitación para los dos.
Yaqub, 17 años, campo de refugiados de Fawar (Territorios Palestinos Ocupados). Nunca volvería a caminar pero nadie se lo dijo
Yaqub vive en Fawar, un campo de refugiados palestinos cerca de Hebrón (Cisjordania) en el que son frecuentes los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes. Hace cuatro años, se preparaba para un partido de fútbol con sus amigos, en un campito junto al colegio. Cerca de ellos se situaron cuatro o cinco soldados. Algunos chavales empezaron a tirarles piedras. Los soldados respondieron disparando, con fuego real. Eso es lo último que recuerda Yaqub, porque perdió el conocimiento. Se despertó en el hospital; una bala le había atravesado el abdomen y se le había alojado en la espalda, afectando a la columna.
Nunca volvería a caminar pero nadie se lo dijo. Cuando volvió solo a casa, fue su madre quien le contó que necesitaría una silla de ruedas. Yaqub no lo encajó bien. No quería aceptarlo. Su madre decidió pedir consejo a los especialistas de MSF. “Me ayudaron con la furia que sentía”, recuerda el chico. Ahora tiene una vocación que espera pueda convertirse en su profesión: cuida pájaros. “A veces creo que soy como los pájaros de la jaula, que no pueden volar. Pero entonces recuerdo que a lo mejor dentro de poco tendré una silla de ruedas eléctrica que me permitirá volar”.
En enfermedades crónicas, Karim y Mansur
Karim Hospital de MSF en Idlib (Siria). Encontrar un simple inhalador es imposible
Karim (nombre ficticio por deseo de la familia) tiene asma. Llegó a las urgencias de uno de los hospitales de MSF en Siria incapaz de respirar, debido a una crisis provocada por el polvo. Karim ya no tenía inhalador: cuando se le acabó el último que le quedaba, sus padres no pudieron encontrar más. Casos como el de Karim son habituales en el país y MSF trabaja para atenderlos también a ellos en medio de la guerra. MSF gestiona seis hospitales en el norte de Siria y da apoyo a otros 150 centros médicos en todo el país, muchos de ellos en zonas asediadas. Este apoyo consiste, sobre todo, en suministrar medicamentos y material para que estos hospitales puedan ser operativos.
Mansur y su hijo Asil, 28 y 7 años, respectivamente, Taiz (Yemen). “Por culpa de la guerra no tengo para pagar el tratamiento de mi hijo”
Mansur Abdulla tiene tres hijos. Es albañil y tuvo que huir de su casa a causa de la guerra y los ataques aéreos. Su hijo Asil sufre convulsiones. Tiene un problema de audición: no oye nada y tampoco habla. A veces puede estar caminando normalmente y de repente caerse al suelo; la última vez se rompió varios dientes y sangró mucho. Por todo ello, Asil está siendo atendido por el equipo médico de MSF.
“Con la situación actual, no tengo dinero suficiente para mantener a mi familia y pagar el tratamiento de mi hijo. Cuando empezó la guerra, llegar a los hospitales se volvió casi imposible e, incluso, cuando lo lograbas, no siempre conseguías el tratamiento adecuado. Muchos hospitales cerraron y algunos de ellos lo están a medias por falta de electricidad.
Me recomendaron que llevara a mi hijo al hospital de MSF, porque allí le atenderían gratuitamente. La medicina de mi hijo es cara, cuesta 7.500 riales (27 euros) cada dos semanas. Antes de la guerra yo ganaba ese dinero y me sobraba para enviar algo a mi familia pero ahora ni me puedo permitir ese medicamento ni tengo para alimentar a los míos”.
En partos, Sophie y Safa
Las gemelas de Sophie Batangafo (República Centroafricana): “Escuchamos disparos y corrimos a refugiarnos al hospital”.
En noviembre de 2015, un nuevo estallido de violencia entre los diferentes grupos armados presentes en Batangafo (en el norte de República Centroafricana) provocó nuevos desplazamientos de población. Como consecuencia, unas 16.000 personas se refugiaron en el hospital de MSF. Una de ellas era Sophie (nombre ficticio por deseo de la paciente), que en aquel momento estaba embarazada de casi 9 meses.
“Al tercer día de estar refugiada en el hospital empecé a sentirme mal, tenía mucho dolor y creí que estaba de parto, así que fui a la maternidad. Todo fue muy rápido y nació mi hija. Pero entonces la matrona me dijo que venía otra bebé pero que no estaba bien colocada. La matrona llamó a la doctora, fue muy complicado, sangré bastante y tuve que quedarme dos días más en el hospital pero al final todo salió bien. Ahora tengo dos niñas sanas pero no sé cuándo podremos volver a casa”.
Sin la asistencia mínima que recibió, la complicación sufrida por Sophie durante el parto habría supuesto un grave peligro para ella y su segunda bebé.
Safa 10 días, campo de desplazados de Dibaga, en Erbil (Irak). Un parto difícil de olvidar
Safa (que significa “pureza”) tiene solo 10 días. Su madre, Ekbal, dice que fue todo muy difícil. Nació en el masificado campo de desplazados internos de Dibaga (Irak), inicialmente preparado para 4.500 personas y que ahora acoge a más de 6.000, cifra que no deja de crecer.
“No pude hacer otra cosa. Me puse de parto a las tres de la madrugada y duró hasta las cinco de la tarde. Yo acababa de llegar y no conocía el lugar. Por suerte me ayudó una mujer de nuestro pueblo que tenía experiencia en partos y todo fue bien. Pero fue muy largo, había mucha gente a mi alrededor y el olor era terrible. Estábamos cerca de los lavabos pero no había lugar para lavarse y había mucha confusión. Al día siguiente unos familiares llevaron a la niña al hospital de Majmur para que la examinaran. Le dieron unas gotas y dijeron que estaba bien. Yo no he ido al médico; intentaré ir en Erbil, cuando ya estemos bien instalados aquí, porque llegamos hace solo cinco días”. Para poder asistir en partos complicados como el que sufrió Ekbal, los equipos médicos de MSF, que hasta ahora se movían en clínicas móviles por todo el campo de Dibaga, están ahora trabajando también directamente en el centro de salud del recinto.
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