La nueva experiencia vital de tener que desarrollar nuestra vida cotidiana en tiempos de una pandemia, como la actual, sin duda alguna nos afecta a todos, pero con rasgos diferenciales según los distintos grupos de edad. En el caso de los ancianos, y especialmente en el grupo de mayores de 75 años, sus consecuencias serán menos reversibles y más graves que para el resto de la población general, según advierte el responsable del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), Fernando Gonçalves.
El anciano vive con miedo y acepta mal las necesarias medidas de distanciamiento social que le vienen impuestas, porque implican una severa distorsión de sus contactos personales cotidianos, y no solamente en el plano físico, sino incluso en lo emocional, tan prioritario a su edad, según Gonçalves. Desgraciadamente la soledad, a esas edades, suele ser una compañera habitual de vida del anciano, incluso compartida con su cónyuge, si aún lo tiene. Pero de vez en cuando, en determinadas fechas, como sucede en la Navidad, esa soledad se veía aplazada por la presencia ocasional de sus familiares más directos (hijos, nietos, etc.), cosa que a día de hoy no sucede, porque esos contactos no están recomendados por el riesgo de contraer la enfermedad. “Esas ausencias impuestas aumentan su melancolía, su aislamiento y su incomprensión”, en palabras del representante de la SEMG.
Además, a esas edades el aumento del sedentarismo impuesto por las restricciones de movilidad, a su vez, incrementarán sus ya habituales limitaciones físicas. A esto hay que añadir, según el responsable de Salud Mental de la SEMG, la disminución de sus controles médicos habituales para sus patologías previas, que pueden verse agravadas por un servicio médico ahora limitado, debido a la pandemia, a simples contactos telefónicos, que con frecuencia son dificultados, por ejemplo, por sus déficits sensoriales, tanto auditivos como visuales.
De ese modo, todas sus rutinas comunicativas, incluso con los sanitarios, se ven profundamente alteradas, y todo ello en medio de una atmósfera llena de sensaciones de irrealidad e incertidumbre, mientras “asiste a un bombardeo continuo, a través de los medios de comunicación, de noticias desalentadoras y amenazantes para su futuro, ante el cual se siente inerme”. Según el responsable del Grupo de Trabajo de Salud Mental de la SEMG, esto “da lugar a insalvables sentimientos de desesperanza, soledad y abandono, difíciles de manejar por el anciano, ya de por sí, solo”.
El peligro que conlleva para las personas de mayor edad la posible exposición a una nueva enfermedad, como la COVID-19, es muy superior al del resto de la población. La frecuente existencia de patologías previas, más o menos hasta ahora controladas médicamente, conllevan un riesgo de desestabilización física y emocional, muy superior en el anciano, que consciente de ello, incrementa el temor del paciente ante la posibilidad cierta de que la nueva enfermedad pueda suponer su propio final con la llegada de la muerte.
En definitiva, las necesarias limitaciones impuestas por la presencia de la epidemia que vivimos conllevan para el anciano el lógico temor a morir por ella, aturdimiento mental por las noticias permanentes de riesgo y la advertencia de nuevas o mayores restricciones, más aislamiento físico y emocional, aumento de la soledad, e incluso disminución de sus habilidades físicas a la marcha por aumento forzado del sedentarismo. Todo ello, en lo psicológico, podría conducirle a un mayor deterioro cognitivo, que ya estaba presente en mayor o menor grado, así como del riesgo de demencia. “Ese aumento de su deterioro cognitivo le provoca un mayor grado de desorientación, de incomprensión de la realidad en la que vive, cada día más dura y un aumento de la sensación de extrañeza, irrealidad y abandono”, según el experto.
Recomendaciones
Por todo ello, el responsable del Grupo de Salud Mental de la SEMG hace una serie de recomendaciones para disminuir, en la medida de los posible, las consecuencias de las medidas de aislamiento para el anciano. Por un lado, intentar alejar al anciano de cuantas noticias para su riesgo vital por la pandemia pueda tener acceso. Hay que favorecer la desaparición de sus miedos, incluso aunque ello pueda conllevar mayor riesgo. Desdramatizar y fomentar en su entorno un ambiente de cordialidad y solidaridad, sincero y optimista. “No se trata de mentir, ni de disfrazar la realidad, si no de poner al anciano en una perspectiva positiva, real y vital, pero ante un horizonte de esperanza, siempre posible”, según Gonçalves.
Del mismo modo, hay que fomentar su actividad física y mental, e intentar potenciar su autonomía, animándole a hacer cuantas cosas le permita su estado físico, aunque le conduzcan al cansancio. Por ejemplo, labores de mantenimiento en el hogar, como preparar sus comidas, hacer su cama, mantener su higiene personal y de sus pertenencias, tanto como sea posible, con la supervisión y la ayuda que sea necesaria. “Debemos esforzarnos en que el anciano vuelva a sentirse útil, porque ello aumenta su optimismo y su autoestima”, afirma el responsable de Salud Mental de la SEMG.
En las fiestas navideñas que se avecinan, el experto recomienda utilizar las nuevas tecnologías, si es posible, para favorecer el contacto con sus antiguas amistades o familiares que puedan aportarle momentos de ilusión y alegría, por medio de videollamadas, envío de cartas clásicas, etc. “Recibir una carta le retrotraerá a mejores épocas pasadas en su biografía personal y le aportará buenos recuerdos”.
Valorar sus opiniones y facilitar su ventilación emocional, con la escucha atenta a sus relatos e incluso a sus temores, solicitando detalles de sus recuerdos y respetando sus tiempos y sus silencios; transmitirle seguridad y confianza en un futuro más halagüeño, cada vez más posible y más cercano; y asegurar, ofrecer y fomentar sus apoyos espirituales si antes los tuvo, respetando sus prácticas, a su demanda, son otros de los consejos que ofrece el Grupo de Salud Mental de la SEMG.
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