El investigador del CSIC Vicente Larraga, de 72 años, confía en que su vacuna contra el SARS-CoV-2 esté terminada a finales de año. Pero es cauto: “Esto es una carrera de resistencia”, dice. Ahora que las primeras vacunas ya han llegado al mercado, Larraga insiste en que hay que “ofrecer algo nuevo” para que alguna multinacional se interese en la distribución.
En su caso, dos son las ventajas de su candidato vacunal: la conservación a temperatura ambiente, algo que, de momento, no tiene ninguna de las vacunas que se están suministrando; y que, al ser una vacuna de ADN sintética, puede rehacerse rápidamente para adaptarla a variantes del virus que sean más resistentes.
El parasitólogo, que trabaja en el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC), cree que, con la vacunación en marcha, a partir de otoño recuperaremos la normalidad, pero avisa: “La enfermedad continuará 2 o 3 años”, por eso “hay que seguir fabricando vacunas y es tan importante que tengamos nuestra propia capacidad para hacerlas”.
¿En qué fase está la vacuna que está desarrollando contra el SARS-CoV-2?
Teóricamente, estamos terminando la fase preclínica (de ensayos con animales). Digo teóricamente porque cuando trabajas en una vacuna nunca sabes cómo va a ser el paso siguiente. Esto es una carrera de resistencia. Además de probar los modelos animales, hay que hacer otras cosas: saber exactamente cuál es el grado de integración que tienen, si han funcionado igual en todos los animales o no, cuál es la dosis mínima, si añadiendo algún complemento el resultado mejorará y podremos bajar la dosis… Seguiremos con estos estudios alrededor de un mes más. Cuando tengamos todos los datos -espero que sea a principios de primavera- acudiremos a la Agencia Europea del Medicamento. Si nos lo aprueban, empezaríamos ya con las pruebas en humanos y, si todo fuera bien, a finales de año tendríamos la vacuna terminada.
¿Terminada y lista para su distribución?
Sí, lista para su distribución, que es una fase totalmente distinta. Nosotros trabajamos desde 2008 con la empresa Biofabri, con quienes hicimos la vacuna contra la leishmaniasis canina, y para esta ya hemos hecho el desarrollo industrial, lo que se denomina el escalado; porque cuando empiezas los ensayos con humanos tienes que tener toda la fabricación prevista, es decir, el banco maestro y el banco de trabajo deben estar preparados.
¿Qué es el banco maestro?
Todas las dosis de vacuna que se van a distribuir tienen que ser exactamente las mismas que se usan en las pruebas. Por eso se hace un banco, en nuestro caso con bacterias en las que introducimos el plásmido (vehículo sintético de ADN) candidato a vacuna. Es lo que serían las madres de los cultivos que luego darán los lotes de vacunas. Eso es el banco maestro. Luego de cada uno de los viales que están en el banco maestro se saca un lote completo de otros viales que están congelados y forman lo que se llama el banco de trabajo. Cuando se distribuye un lote y hace falta el siguiente se saca un vial del banco de trabajo, vuelve a producirse el lote completo y así sucesivamente, hasta que consumes el banco de trabajo primero y luego el maestro y tienes que repetir todos los experimentos, como si empezaras de nuevo. Es el procedimiento que exigen las agencias del medicamento para asegurar que lo que se va a inocular a cualquier paciente es exactamente idéntico al resto de lotes. Por eso cuando terminas los que hiciste al principio, debes empezar otra vez.
¿Qué es lo que caracteriza su vacuna? ¿En qué se diferencia de las otras dos del CSIC, así como de las que ya se están suministrando en varios países?
Nuestra vacuna se parece más a las de Pfizer y Moderna que a las otras dos del CSIC, basadas en virus. El equipo de Luis Enjuanes está atenuando completamente el propio SARS-CoV-2, de forma sistemática, gen por gen. La vacuna de Mariano Esteban se basa en un virus en el que se ha introducido el gen de la proteína S del coronavirus. Sin embargo, nosotros utilizamos un vehículo sintético de ADN que imita el mecanismo de un virus para entrar en la célula y hacer que esta sintetice la proteína del gen que queremos, en este caso la proteína S o spike, que es el antígeno (sustancia que desencadena la reacción inmune) del virus. Además, estamos haciendo pruebas con alguna proteína distinta. Lo hacemos todo a la vez, vamos tan deprisa que en un año hemos hecho el trabajo de 2 años y pico por el método tradicional.
¿Qué implicaciones tiene diseñar una vacuna sintética en lugar de una basada en un virus?
Cuando trabajas con un virus, por muy atenuado que esté, significa que al final se lo vas a inyectar a una persona. Nuestra vacuna se basa en una molécula sintética en la que hemos puesto todas las señales para que el gen de la proteína del virus se integre, se produzca, sea reconocida como foránea por el sistema inmune y se genere la protección. Por eso no tenemos que hacer ningún ensayo en macacos. No es necesario y es una ventaja adicional porque, si las vacunas actuales dejaran de funcionar con cepas más resistentes, podríamos hacer una nueva en tres semanas; solo tendríamos que tomar la secuencia (de la proteína) de la nueva cepa, construir un gen que codifique para ella y volver a hacer lo mismo. Modificaríamos en el ordenador la nueva secuencia y nos saltaríamos el trabajo previo. Al ser una vacuna sintética, es más flexible y se puede adaptar fácilmente. Su otro punto fuerte es la temperatura.
Se refiere a su fácil conservación.
Sí. Una vacuna que dure un tiempo razonable a temperatura ambiente y no se degrade cuenta con una gran ventaja. Si quieres conservarla, puedes guardarla en una nevera, pero si no, resiste varios días. Nosotros hicimos pruebas de hasta un año.
De las vacunas que ya están en el mercado, ¿alguna tiene esta característica?
Ninguna, al menos de momento. Hay una compañía americana, Innovio Pharmaceuticals, que está desarrollando algo parecido a nosotros, pero no sé en qué punto están.
Su fácil conservación facilita su distribución, ¿por qué eso es tan relevante?
Hasta ahora prácticamente solo se está vacunando en EEUU y Europa occidental, y en Rusia y China, que además están llevando la vacunación a otros países para aumentar su influencia política. Pero el porcentaje de personas que se han vacunado en los países en desarrollo es bajísimo; únicamente lo están haciendo las élites, no la población general. Las vacunas solo se están distribuyendo de forma masiva en Occidente, Rusia y China. Fuera de ahí, en Argentina se está suministrando la vacuna rusa, y en Brasil, la china… Nuestra vacuna podría transportarse fácilmente a otros países. Relacionado con la vacunación, hay otro aspecto que suele ignorarse y quiero señalar: la fase 4. Esa fase, aparte de la comercialización, consiste en ver qué pasa en la población general y los datos que conocemos no son tan prometedores. Por ejemplo, en Brasil se habla de una protección del 50%, un porcentaje muy inferior al que daba la compañía Sinovac. En el caso de Israel, aunque no hay información oficial, se especula con que la vacuna de Pfizer está obteniendo un 70-75% de eficacia, que está muy bien, pero no es el 95% que aseguraba la compañía. Hay que manejar los datos con cierta objetividad y cautela.
Digamos que cuando se habla de porcentajes tan elevados de eficacia, de en torno al 95% para las vacunas Pfizer y Moderna, generalmente son cifras obtenidas de los ensayos. Para obtener una información precisa de la eficacia, ¿hay que esperar a la fase 4, cuando ya está la población vacunada y se realiza el seguimiento?
Exactamente, eso es lo correcto. Generalmente en esa fase 4 la eficacia baja, porque no son lo mismo las pruebas realizadas en fase 3 con una población seleccionada –por muy numerosa que sea– que la vacunación a millones de personas.
¿No es lo mismo fundamentalmente porque el grado de heterogeneidad se multiplica?
Así es. La respuesta inmune siempre se basa en la genética del individuo, y la heterogeneidad de las personas es enorme, por eso unas responden de una forma y otras de otra. Hasta que no tienes información de millones de individuos no sabes exactamente cuál va a ser la respuesta. Pero con las vacunas que tenemos será buena, porque una protección del 70-75% está bien. El problema es que, como los medios difunden tanto esa eficacia del 95%, parece que las vacunas por debajo de ese porcentaje no son válidas. Qué va, las hay muy buenas con un 70% de eficacia, y además van mejorándose con el tiempo. Hay vacunas que han funcionado para eliminar epidemias con niveles de protección inferiores: la del cólera protege un 38%. La de la tuberculosis, que se usa desde hace más de un siglo, solo protege un 30%. Las vacunas que en los ensayos muestran un 70% de eficacia pueden ser perfectamente viables.
En el CSIC hay tres prototipos de vacuna bastante avanzados. Si establecemos una comparativa con otros países europeos, ¿en qué posición está España?
R: En Francia y Alemania también hay grupos de investigación básica trabajando. Cuando tienes estos grupos, en este caso de vacunas, tienes el know how y puedes empezar a diseñar el nuevo candidato vacunal. Sin ese conocimiento básico, esto no se puede hacer ni aquí, ni en Francia, ni en ninguna parte. Después, ¿llegarán las vacunas al mercado y a utilizarse en la población? Eso nunca se sabe. Las vacunas tienen dos componentes, el tecnológico y el económico. Puedes tener una vacuna estupenda, sintética o basada en un virus, da lo mismo, pero al final siempre hay que contactar con una multinacional que la distribuya. Y el interés de la multinacional va por su lado, no tiene en cuenta si eres español, francés o alemán, eso se ha visto claramente con AstraZeneca. Quienes dirigen las multinacionales no suelen tener que ver con el mundo farmacéutico; son economistas que miran en una hoja de cálculo dónde están los beneficios. Si ofreces algo que encaja en sus intereses, llegarás a un acuerdo, si no, no.
En alguna ocasión ha afirmado que “la carrera económica de las vacunas ha finalizado” y que, como ya han llegado las primeras al mercado, hay que ofrecer algo nuevo.
Claro, si quieres distribuir tu vacuna tienes que ofrecer a las multinacionales algo que no tengan, algo que complemente su oferta. Necesitas una vacuna que sea buena, eficaz, segura y que además incorpore algo nuevo. Nosotros estamos intentando que sea la distribución a temperatura ambiente, que siempre es más sencilla, pero se pueden buscar otras cosas. La farmacéutica Johnson & Johnson, que está a punto de sacar su vacuna, lo ha entendido bien. Sabían que llegaban tarde porque un error al inicio retrasó todo, así que buscaron una especificidad: una vacuna de una sola dosis. Aunque solo proteja en torno a un 66%, eso les permite entrar en la competición.
¿Cómo se aplicará su vacuna? En un principio no iba a ser inyectable.
Exacto. La que hicimos contra la leishmaniasis canina, que ya está terminada, es intranasal, la inyectamos por nebulización en los perros. Pero para esta otra vacuna, ese sistema planteaba problemas, hicimos unas pruebas iniciales y no nos salieron mejor que la inyectable, así que ahora estamos probando esa opción. En principio será de dos dosis inyectables.
En la entrevista a Mariano Esteban, este se refirió al escaso tejido empresarial que hay en España en este sector como uno de nuestros puntos débiles.
Sí, solo hay una empresa autorizada para fabricar vacunas, Biofabri. El resto lo que hacen es envasar lo que les envían desde otros países. Aun así, si consigues llegar hasta el final, aunque solo haya una empresa, estará bien posicionada y lo hará razonablemente bien. El problema es que es ella quien negocia con la multinacional y solo hay una. En España tendría que haber al menos 2 o 3. En Bélgica, por ejemplo, hay muchas porque se han especializado en eso.
Tanto en términos de financiación como de personal, las diferencias entre los tres grupos del CSIC que desarrollan las vacunas y otros equiparables en Europa son notables. Con los recursos disponibles, ¿qué puede hacer la investigación desde España?
Lo que podemos hacer es desarrollar una buena vacuna que ocupe un nuevo nicho de mercado, pero no competir a nivel internacional. A lo mejor dentro de 10 años, si las cosas cambian y se empieza a apoyar a la ciencia decididamente, sí. Pero ahora, después de 10 años de estar machacándonos en los Presupuestos Generales del Estado, es imposible. Hay que entender que este tipo de trabajo, no solo el nuestro, me refiero a toda la investigación y desarrollo, es una inversión a largo plazo. Lo entendió muy bien Angela Merkel, que, a raíz de la anterior crisis, afirmó en un discurso en el Bundestag en 2010: “Vamos a recortar en todo menos en educación e investigación porque no puedo acabar con el futuro de nuestro país”.
¿Llegará al mercado alguna de las vacunas españolas?
R: Estoy convencido de que alguna llegará, incluso creo que 2 o 3 podrán salir al mercado, ojalá alguna sea la nuestra o la de mis colegas del CSIC. Creo que nosotros ofrecemos algo diferente. Si presentamos una buena vacuna que cubra un nuevo nicho le resultará interesante a alguna de las grandes farmacéuticas.
¿Cree que la crisis causada por esta pandemia puede ser un punto de inflexión en las políticas de I+D? ¿Aumentará el apoyo de la sociedad española a la ciencia?
Ojalá. Sí pienso que una gran parte de la población se ha dado cuenta de nuestra importancia, supongo que eso influirá. Pero no creo mucho en los pactos de estado. Ya se ha firmado alguno en favor de la investigación y luego no ha servido porque el gobierno de turno ha hecho lo que ha querido. Confío más en que la sociedad vea la necesidad de la investigación y que eso a largo plazo influya en la clase política.
¿Por qué es importante para un país disponer de vacunas propias?
Es muy importante tener la capacidad de proteger a tu población y garantizar su salud. Esa seguridad no se debe ceder a otro país o a una multinacional porque lo que nos ha hecho AstraZeneca lo puede hacer otra. Debes tener tu propia fábrica, por pequeña que sea, para producir 80 o 100 millones de dosis, que es lo que necesita España. Eso puede hacerlo Biofabri, después se buscaría cómo distribuir la vacuna, aumentar la producción, venderla fuera…
¿Quiere decir que con la infraestructura que tenemos esa seguridad está garantizada?
Desde luego. No hay ningún problema para fabricar las dosis suficientes para vacunar a la población española. Si hablamos del mercado global, es otra cosa; para acceder a él sí se necesita una multinacional. Pero para fabricar y distribuir en España estamos perfectamente capacitados. Claro, generalmente no haces una vacuna solo para los tuyos, sino que te planteas ir más allá, no solo por razones económicas, también éticas, para que llegue al mayor número de personas y sobre todo a las más desfavorecidas. A menudo se olvida que mientras estas personas no estén protegidas, nosotros tampoco lo estaremos. Por ahora estamos solucionando la pandemia en el mundo occidental, pero la enfermedad va a continuar al menos durante 2 o 3 años, eso lo sabemos.
Si la enfermedad va a continuar 2-3 años, ¿la vacunación también se prolongará ese tiempo?
Sí, por eso hay que seguir fabricando vacunas y es tan importante que tengamos nuestra propia capacidad para hacerlas. Esto va para largo y no podemos depender del exterior porque los intereses de otros no coinciden con los nuestros. Desde la capacidad de fabricar mascarillas hasta las vacunas, hay que reindustrializar España, y esa reindustrialización debe basarse en la innovación. Eso se consigue con investigación. En el siglo XXI, si no tienes el conocimiento, vas a ser un país muy subsidiario. No tengo manía a los bares, pero ya toca cambiar el modelo.
Aunque la enfermedad dure algunos años, eso no significa que la pandemia persista con la misma dureza. Una vez más, la misma pregunta: ¿cuándo recuperaremos la normalidad?
Lo lógico es que la pandemia disminuya mucho a partir de este verano, y que en España esté prácticamente terminada a finales de 2021. Eso sería lo normal. Yo diría que podremos volver a nuestra vida normal el próximo otoño. Estamos teniendo algunos problemas con la vacunación, deberíamos ir más deprisa, pero para otoño debería haber un número elevado de personas protegidas y entonces el virus a la fuerza irá decayendo. Además, aunque surjan nuevas cepas, la enfermedad tiende a atenuarse. Ha sucedido en todas las epidemias a lo largo de la historia, ¿por qué va a ser distinto ahora?
En estos momentos, las principales incógnitas respecto a las vacunas son dos: cuánto dura su protección y hasta qué punto son eficaces respecto a las variantes del SARS-CoV-2.
Frente a la variante inglesa sí son eficaces, frente a la sudafricana, hay dudas, y frente a la brasileña, también. Ojalá nuestra vacuna o las de Moderna y Pfizer nos permitan, si fuera a necesario, reaccionar muy rápidamente y rehacer la vacuna para adaptarla a las nuevas variantes. La duración de la eficacia aún no puede conocerse porque estamos yendo muy deprisa y apenas ha pasado un año desde el inicio la pandemia. Eso lo veremos con el tiempo.
¿Qué nos está enseñando esta pandemia para abordar otras crisis similares en el futuro?
Que tenemos que estar preparados para lo imprevisible. Éramos una sociedad muy confiada y, en contra de lo que pensamos, somos sumamente frágiles. Aun así, estamos siendo capaces de reaccionar razonablemente bien. Siempre hay una minoría de ‘descerebrados’, pero creo que muchas personas se han dado cuenta de nuestra vulnerabilidad y del cuidado que hay que tener con los demás. Esto debería servir para mejorar nuestros sistemas y cambiar lo que no funciona. Por ejemplo, el completo abandono, desde hace muchos años, de la investigación científica y la innovación. Un sistema de I+D no necesariamente muy grande, pero sí muy sólido, es esencial para responder a cualquier eventualidad de este u otro tipo.
¿Cómo le ha cambiado la vida en este último año? No solo en cuanto a la mayor carga de trabajo, también respecto a la presión y los efectos sobre el estado anímico.
No me ha cambiado demasiado. La actividad se ha multiplicado, pero no tanto en el trabajo como en el tiempo que dedico a los medios. Muchos periodistas me llaman para consultarme dudas. En cuanto a la presión… Luis Enjuanes, Mariano Esteban y yo somos mayores, niños de la posguerra. España era muy diferente en los años 50, era otro mundo, y la presión era algo constante. En aquella España millones de personas tenían que luchar a diario para sobrevivir. Quiero decir que nosotros hemos visto la dificultad de la vida en la calle y creo que mentalmente estamos más endurecidos. Tenemos interiorizada la idea de ‘apretarse el cinturón y tirar para adelante’. Algo nos ha cambiado la vida (yo hace mucho que no veo a personas queridas) y eso siempre afecta, pero anímicamente eres más duro.
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