Con la celebración de la OPE de Enfermería del pasado 12 de mayo, hemos vuelto a asistir, cómo no, a un nuevo show que en nada beneficia a nuestra profesión enfermera y que ha encontrado su caldo de cultivo propicio en el momento electoral en que nos encontramos. Acostumbrados ya a este tipo de espectáculos, solo me queda reconocer la sorprendente habilidad de semejantes tahúres en el reparto y juego de cartas cuando de jugar se trata contra estos profesionales.
Una vez más, contemplo aterrado, y no es la primera vez –mucho me temo que tampoco la última–, la imagen de un colectivo confuso, furioso y desmadejado con una capacidad autodestructiva inimaginable en cualquier colectivo de trabajadores que presuma de tener objetivos comunes. Un colectivo bañado en el veneno inoculado por terceras partes que golpean donde duele.
Solo es necesaria una ridícula dosis de ese veneno para infectar a la víctima, enferma y dolorida desde hace tiempo, y el objetivo está cumplido. Una víctima cuya única terapia es la de aliviar este dolor con más dolor y donde parar la hemorragia supone amputar nuevos miembros.
Formamos parte de un entramado tejido lentamente desde hace décadas, sustentado en la precariedad, la inseguridad y la pérdida progresiva de derechos. Y ahí es fácil manipular y dirigir al antojo de unos para sembrar la discordia. Nos jactamos de ser muchos, de ser visibles y de ser la base del sistema sanitario y, sin embargo, tenemos el dudoso honor de un balance negativo en cuanto a nuestra unidad.
Es necesaria una inyección urgente de autocrítica y humildad, desde los mandos hasta los profesionales a pie de cama, pasando por las organizaciones sindicales, cuyo objetivo, el de unir a los enfermeros y enfermeras hacia un objetivo común, debe ser condición sine qua non para su existencia y donde se deben erradicar los oscuros intereses que no contemplen el servicio a los profesionales.
No sólo necesaria, sino de obligatoria ejecución por parte de los profesionales, es retirar la mirada del propio ombligo, de intereses personales, erradicando zancadillas y empujones en el camino que debemos recorrer hacia los objetivos de la profesión enfermera: ser más fuertes y más reconocidos en nuestro imprescindible trabajo en el sistema sanitario.
Debemos ser conscientes de que detrás de este teatrillo donde se desarrollan debates estériles se oculta el verdadero enemigo, el verdadero culpable de nuestros males. No debemos sucumbir a quien intenta dividir a la Enfermería, porque eso sólo irá en nuestro detrimento.
Hasta hoy, repartidas las cartas, solo podemos preguntarnos si seremos capaces de jugar alguna vez una buena mano.
¡Hagan juego señores!
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