Después de varias décadas junto a las aguas movedizas del Atlántico, al regresar al punto de partida, a esta tierra salmantina, a estos pagos castellanos donde nací pero donde no tuve tiempo de echar raíces (canaria de corazón y adopción), una de las primeras cosas que hice fue desplazarme a la estación de trenes de la capital charra para recordar los años de mi infancia y adolescencia montada en el convoy de una ensoñación que me llevarían un día a dar la vuelta al mundo liviana de equipaje.
Pero me encontré que no quedaba nada de aquel recinto de la espera, ni siquiera las puertas y ventanas de madera, pintadas de un color verde esperanza. La estancia se había convertido en un área comercial con dos o tres ventanillas para sacar los billetes de los pocos trenes de segunda que circulan (ya lo decía Einstein: Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad, solo tendrá idiotas y ese día hace años que llegó) y poder hacer realidad muchos sueños de primera.
En el ayer y entonces las salidas y llegadas de los convoyes eran prolíficas. En el acá y ahora son muy pocos, al igual que los bancos para sentarse en la sala de espera. Cuatro o cinco asientos ocupados por personas mayores que se resguardaban del frío de sus casas sin calefacción durante todos los inviernos y del calor sofocante del verano castellano.
No ha pasado mucho tiempo desde el avistamiento del reencuentro. Caras cargadas de tristeza que no viajaban a otro lugar que no fuera al paso sin barrera, las agujas del reloj que marcaba los pocos años (meses, días, quizás horas) que les quedan.
Y hoy, en plena época de peste, que ya dura más de dos años, he regresado al lugar de mis quimeras, a los despertares de niña y… he visto a muy pocos viejitos calentándose los huesos. ¿Estarán vivos o habrán muerto de frío y de pena? El miedo a los contagios les ha obligado a quedarse en sus casas todos los días y las noches del gélido invierno.
“Si hay que papear con dos abrigos puestos, se papea, pero mantengan las puertas y las ventanas abiertas”. Este ha sido el último consejo que ha dado el médico “lumbreras”, Fernando Simón, a través de las pantallas de televisión mientras él remangaba las mangas de su guayabera veraniega…que no es precisamente sinónimo de ambiente polar.
Si el trabajo es salud ¡viva la tuberculosis! cantaba mi abuelo Antonio acompañado de su inseparable guitarra. El tango del actual mandatario-presidente español, como no tiene buen oído para la música (¿) quema más de cuarenta mil euros cada temporada invernal para calentar su mansión y encima presumiendo de ecologismo, renegando del gasóleo por contaminante, cuando todo el gobierno lo consume en abundancia, cuando tira millones de euros en 22 ministerios, en 23 puestos en el consejo de ministros (no olvidemos que cada ministerio cuenta con 200 asesores, más secretarios de Estado, directores generales, etc.).
Como los políticos no tienen alma (que duele, luego existe) no pueden sentir el frío ajeno, la tiritona de tantos y tantos jubilados con pensiones raquíticas después de cuarenta años de trabajo de sol a sol forzado. Ciudadanos culturizados, honestos con sueldos de cuarta, no de primera, en este país de la Europa descafeinada, entre los que yo me encuentro, que en el acá y ahora no podemos enchufar ni la primera fase de un pequeño brasero, ni la vitrocerámica, ni la plancha (con la auto disculpa de que la arruga es bella) teniendo que recurrir al ropaje polar, para el exterior y casero, y así evitar agarrar una pulmonía que nos lleve directamente al cementerio. Y es que teniendo en cuenta que el sistema sanitario del gobierno de Sánchez, después de la entrada en vigor de la Ley Orgánica de Regulación de Eutanasia, en seis meses se ha “llevado” a 60 personas ¡no hay valiente que se la juegue!
Es triste, demasiado triste, que la lista de espera para una operación se prolongue más de año y medio (en mi caso personal ya son 548 días esperando la llamada para ser intervenida de todos los metatarsos del pie izquierdo), mientras que el trámite para la eutanasia no se prolonga más allá de los 40 días: Falta de transparencia en una ley patraña. La política siempre fue sucia y actualmente repugnante, trolera, y seguirá siéndolo mientras exista el egocentrismo y la avaricia por trepar, por la plata fácil y sin nada de esfuerzo.
¡Cómo para hacer la vista obesa y no tomar medidas todos los días del año, pues como ellos no tienen alma…firmarán rápido y veloz el traslado del muerto al cementerio, antes de que éste huela!
Sí, los políticos son la gente de las grandes contradicciones: los soportados y los odiados, los troleros, los frustrados y vete tú a saber que misteriosas intenciones llevan para que en plena crisis económica pongan el precio de la luz como si fueran lingotes de oro y no podamos calentarnos durante el gélido invierno, exigiendo a los españoles el racionamiento en las ingesta de carne, de pescado, de huevos y demás proteínas con el discurso rancio de que nos enganchemos a las hamburguesas de insectos y hierba Timotea.
Los políticos no tienen alma, ni corazón, mientras los médicos y todos los sanitarios se juegan la vida para salvar la vida de los demás. Un gobierno que apuesta más por la muerte que por la vida…no tiene alma (que existe, porque duele).
En el colegio aprendí el Teorema de Pitágoras. La moral, en mi casa y en mi trabajo periodístico (con documentación en la mano caiga quien caiga) dentro del área de Sucesos (investigación criminal).
Gracias vida. Gracias por estos momentos difíciles de lucha contra el tiempo y de carencia monetaria, que me ha servido para comprender que con pocas cosas materiales, una puede llegar a sentir que lo posee todo.
Gracias vida, porque vivir es lo único cierto.
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