Estimados compañeros:
Vivimos tiempos nunca conocidos por ninguno de nosotros. Nos rememoran épocas de pandemias pasadas. La más cercana, la mal llamada gripe española de 1918, que tuvo muchísima mortalidad. Todos estamos perplejos, desorientados, preocupados por familiares, amigos y nuestra propia seguridad. Ya algunos compañeros han perdido la vida desarrollando su trabajo.
Muchos me habéis transmitido enfado, indignación, cabreo… por cómo se están gestionando algunas cosas: material de protección, EPIs, mascarillas, desinfectantes, etc. Muchos me decís que no sabéis cómo actuar para evitar contaminaciones propias o de personas y espacios, que hay masificaciones, que se juntan pacientes con posible COVID con otros pacientes…
Comprendo que hay mucha incertidumbre y fallos.
No estábamos preparados para algo así; a pesar del altísimo nivel de nuestro sistema sanitario, este virus nos baja de nuestros pedestales de excelencia y nos enseña lo mucho que nos falta todavía por conocer, por tratar, por curar.
Pero hoy creo que también hemos de tener confianza y esperanza, pues algo que ningún virus, pandemia o catástrofe nos puede arrebatar es el estar ahí cuando se nos necesita, el hacer “todo lo que podemos”, el cuidar y acompañar ante situaciones que a todos nos desbordan.
Son grandes, muy grandes, las cosas que estamos haciendo: la verdadera esencia del ser médico se está poniendo de manifiesto estos días, y el resultado está siendo muy noble: generosidad y entrega por los pacientes, asumir el riesgo de contagiarse por falta de medios (más del 15% de la plantilla ya lo está, y muchos que no lo saben), la incomodidad de estar trabajando de una forma nunca vivida… Los hospitales y centros de salud están irreconocibles, pero los profesionales soportan EPIs agobiantes, dormitorios de guardia de campaña (en consultas, almacenes o en el propio suelo) donde descansar un poco durante la jornada, la colaboración entre servicios es altísima, hay numerosos cambios de puestos de trabajo para asistir allí donde más se necesita y, a pesar de la ansiedad de no estar “en lo nuestro”, ahí estamos, dando lo que podemos como verdaderos médicos.
No nos fijemos tanto en las estadísticas de infectados, de fallecidos, de gráficas o estimaciones, en noticias sobre si llegan o no llegan materiales, test diagnósticos de COVID-19….
Centrémonos en nuestra esencia, ser médicos. Detenernos, aunque sea un instante, en sonreír a nuestros pacientes, en su nombre, en la mano que nos tiende, en cada persona que se nos confía estos días, e incluso en esa última mirada de un paciente que fallece y nos la dedica a nosotros, por no poder hacerlo a su familia. La mayoría de ellos no nos puede reconocer, enfundados en los EPIs, pero nuestra atención e interés atraviesa mascarillas y gafas, os lo aseguro.
Mucho estamos haciendo, muchísimo, en esta catástrofe. La sociedad está manifestando su admiración hacia nuestra profesión, a cómo asumimos riesgos y los llevamos a nuestras familias y a que, a pesar de toda la preocupación, sudor y cansancio, saben que haremos todo lo posible por cada uno de ellos.
¡Qué generosa es la implicación de los médicos residentes! A veces hemos oído que estas generaciones no son como las de antes, que hay más materialismo y menos compañerismo, menos vocación. Pues mi percepción es que, si algo de ello era cierto, se ha desvanecido más rápido de lo que se transmite el maldito virus.
Hacen jornadas interminables, están en primera fila como los que más, aceptan todos los cambios, sufren también las tensiones de los servicios y los adjuntos y, a veces, se sienten abandonados. Su formación programada se ha paralizado. De repente actúan ya como especialistas. Es de justicia que la profesión lo valore y se lo trasmita. Que la Administración lo recompense con contratos de especialista interino o contratos de tres años, que no se vean mermados sus salarios por haberles quitado guardias para hacer otras labores y que cuando esto pase se les premie.
También desde mi atalaya puedo deciros que la implicación de las direcciones sanitarias de Salamanca está siendo máxima. Que la unidad de acción de toda la profesión médica y de los responsables políticos que pedíamos en enero, en la reciente creación del Consejo de la Profesión Médica, se está produciendo, aunque no sea del todo perfecta. Puede que peque de ingenuo, de que los “políticos” ahora quieren quedar bien y luego no se acordarán de “nuestros problemas” ni del necesario cambio de modelo asistencial y volverán a mirar cada uno a “lo suyo”. Eso ya lo iremos viendo.
Sin embargo, los valores que tenemos como médicos están por encima de sueldos, contratos, incomodidades de manutención, de falta de medios. Hemos de ver esta situación como una oportunidad de mejora personal y del modelo de sistema sanitario.
Por último, quiero felicitar a todos los médicos voluntarios. La gran respuesta que habéis tenido al llamamiento que os hemos hecho. Muchos ya os ofrecíais antes de nuestra petición. Hemos mejorado la atención en las residencias de ancianos y logrado que las autoridades y los periodistas hayan prestado atención a sus pobres voces envejecidas, a su soledad acentuada en la pandemia y al dolor que sufren ellos y sus familias.
Estos días, este Colegio de Médicos está muy, pero que muy orgulloso de todos vosotros. ¡Qué gran colectivo somos!
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