Cuando tienes la vocación de ser enfermera, simplemente, ocurre. Es algo que sale de ti tan natural como el deseo y, en cierto modo, obligación que sientes, de prestar tu ayuda a la gente que lo necesita.
Cuando entras en un hospital y te sientes tan caracterizada por ese olor; ese olor que, por cierto, a nadie gusta. Pero a ti sí, te hace sentir en tu ambiente, ahí te sientes segura, es donde te puedes evadir y actuar con naturalidad.
Cuando te conoces todas las plantas y cada uno de los pasadizos y rincones del centro donde trabajas mucho mejor que los de tu propia casa. Tu centro de trabajo, ese sitio donde creas lazos de unión tan fuertes con tus compañeros que los conoces como si fueran familia; ese lugar donde pasas horas y horas con lo que llamamos pijama, y en nuestro caso ese pijama nos sirve tanto para el día como para la noche, es nuestro elemento principal. Donde te acostumbras tanto a estar entre luces fluorescentes de diversas intensidades que, cuando sales a la calle, te cuesta aguantar el calor del sol.
Cuando da igual el día de la semana que sea o si es festivo, si cae en puente o en Navidades para trabajar; nos adaptamos a todos los turnos y a todas las plantas, siempre con la sonrisa bien puesta y con la satisfacción de haber ayudado y haber hecho un gran trabajo. Y es que para eso tiene que gustarte tu profesión, porque viene de vocación, y eso es algo que siempre se tiene. Y por eso podemos pasar de trabajar en la unidad con los más pequeños, Pediatría, a trabajar con los más ancianos, Geriatría, pasando por otros múltiples servicios y secciones: ayuda a la mujer, Obstetricia y Ginecología; al hombre, Urología, incluso por los cuidados más intensos y complejos, Medicina Interna, y Cuidados Paliativos, no olvidando otra de las importantes ramas, como es la Enfermería Psiquiátrica, en la cual no viene de más tener algún que otro conocimiento en Psicología, acompañado, sobre todo, de mucha paciencia y escucha activa.
En todo esto, aparecen los pacientes, esos pacientes –y, sobre todo, esos familiares– que se pasan las horas quejándose o pidiendo explicaciones cuando intentas hacer todo lo mejor posible, y lo que no saben es que somos poco personal para tantos pacientes y nos multiplicamos más de lo que podemos para que todos los que tenemos a nuestro cargo estén sanos, sin molestias y bien atendidos.
Esto se vuelve complicado cuando uno de nuestros pacientes presenta patologías graves, sufre convulsiones o comienza a hiperventilar. En ese momento, intentas conservar la calma y continuar tu turno con normalidad, atendiendo a todos tus pacientes, pero, quieras o no, con el pensamiento centrado en el paciente en peor estado.
Luego están esos otros pacientes adorables, al igual que sus familiares, que no quieren causar molestias y ni siquiera tocan al timbre cuando se encuentran mal, que lo que necesitan es una sonrisa por parte de su enfermera y mucho cariño. Y ahí está la satisfacción que sientes cada vez que les prestas atención y procuras calmar sus dolores, aunque no lo consigas, pero siempre te lo agradecen por el hecho de mantener una sonrisa en la cara y, sobre todo, de saber escuchar.
Por todo esto elegimos ayudar a los demás, tanto en los momentos críticos como en casos más leves. Todo lo que se puede curar, lo curamos o, por lo menos, lo intentamos. En todo caso, lo que siempre hacemos es ACOMPAÑAR, hacer que el paciente nunca se sienta solo aunque sus familiares estén a su lado. Es necesario que el paciente sienta que avanzas junto a él.
¿Y todo ese bienestar que sientes después de haber calmado el dolor que sentía un hombre con úlceras en las piernas? ¿Y aquel otro dolor que sentía una niña de 10 años porque la habían operado de escoliosis? Todo ese sentimiento de gratitud, de haber hecho las cosas bien, es lo que te llena.
Cuántas veces nos habremos ido a casa con la cabeza a punto de reventar, dándole vueltas a “¿por qué hice esto y no esto otro?”; “si hubiera actuado de otra manera, a lo mejor le habría aliviado más” o “¿por qué le curé de esa forma y no usé otros medios que podrían haber sido más eficaces?”. Y estamos deseando que llegue el día siguiente para preguntar al paciente qué tal se encuentra.
Así que… ¿Por qué la Enfermería? Porque es curar y aliviar, porque es cuidar y acompañar, porque es dar amor, dar sonrisas, dar cariño… a cambio de los “gracias” de nuestros pacientes.
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