No hay dos personas que sean iguales, de modo que podemos observar cómo lo que para alguien puede resultar emocionante, para otro puede ser traumático, como, por ejemplo, montar en una montaña rusa. Sin embargo, también es cierto que hay cosas que nos dañan a todos los humanos, y que lo que marca la diferencia es el tiempo de exposición: cuanto mayor tiempo se está viviendo inmerso en la situación traumática, mayor es la probabilidad de que nos dañe.
En busca de qué es lo que nos resulta traumático a los humanos, y seguramente también al resto de mamíferos, se ha encontrado que el trauma lo provoca la sensación de impotencia que se siente al ver que hay un peligro ante el que el cuerpo pide la lucha o la huida, y del que, por la razón que sea, no es posible librarse de ningún modo. En definitiva, las personas nos traumatizamos cuando nuestra capacidad de responder ante una amenaza percibida queda restringida en algún sentido.
Algunos otros ejemplos de sucesos que pueden ser traumáticos son los procedimientos médicos, invasivos o rutinarios; la pérdida de seres queridos y otros duelos; los desastres naturales; el acoso escolar y laboral; presenciar el dolor ajeno en exceso, etc.
Hasta hace poco, únicamente se consideraban como traumatizados y necesitados de atención especializada los soldados que habían luchado en el frente. Después también se sumaron las víctimas de abusos, de violencia severa, de accidentes o personas con lesiones graves. Sin embargo, hoy en día se sabe que las situaciones menores, si se convierten en algo constante, pueden tener un efecto traumático tan importante como los traumas mayores.
Los seres humanos, y especialmente los niños, pueden sentirse abrumados por lo que acostumbramos a llamar sucesos cotidianos. Así, en nuestras consultas, los psicólogos podemos ver, por ejemplo, cómo una persona puede tener síntomas de fobia relacionados con un recuerdo de la infancia en el que se la obligaba a comer bajo amenazas y castigos.
De niños tenemos una serie de necesidades básicas cuyo exceso o defecto de cobertura tiene importantes consecuencias, generando síntomas y diferentes tipos de trastornos y desórdenes psiquiátricos, que darán la cara de distintas maneras a lo largo de la vida. Así, nos encontramos, por ejemplo, con personas que en la edad adulta carecen de capacidad de autorregulación emocional debido a que en la infancia no aprendieron a hacerlo, porque no tuvieron de quién aprenderlo adecuadamente.
Las necesidades básicas son:
1- Sentirse queridos y cuidados de manera estable e incondicional sólo por el simple hecho de existir.
2- Seguridad y protección. Para los niños, no ser salvaguardados por sus padres de los abusos externos es tan traumático como el abuso mismo.
3- Aceptación y respeto hacia su persona y hacia sus seres queridos. Ejemplos de casos en los que esto no se cumple son el niño zurdo al que se le obliga a escribir con la mano derecha o el que vive cómo su madre es maltratada.
4- Experiencias apropiadas a su nivel de maduración. Ver ciertas películas, las noticias o atender las necesidades de un adulto intercambiándose los roles, son ejemplos de esto.
5- Un entorno con una estructura clara, flexible y libre de cualquier tipo de violencia.
*Concha Caraballo Ortega es psicóloga especialista en en trauma y violencia. Clínico EMDR. Atiende presencialmente en Madrid y ‘on line’ a través del portal Siquia.
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