Si vos es joven, tienes que saber que la vida se te escapa y se te va… minuto a minuto, y no puedes ir al mercado a comprar vida. Entonces, lucha por vivirla. La diferencia de la vida humana con las otras formas de vida es que vos le puedes dar, hasta cierto punto, orientación a tu propia vida.
Tú puedes, en términos relativos, ser autor o autora del camino de tu vida. Después de haber nacido, puedes darle un camino o no. O puedes enajenar tu vida y que te la compren los mercaderes. Pero si tuviste un sueño y peleaste por una esperanza e intentaste trasmitir a los demás, tal vez quede un pequeño aliento, rodando en las colinas de los mares, un pálido recuerdo que vale más que el Taj Mahal del norte de la India.
Sentada en una dura silla de la sala de Urgencias del Hospital Universitario de Salamanca esperando a que me tocara el turno para entrar en la consulta, tal día como hoy de hace nueve años, de pronto me vinieron a la memoria aquellas reflexiones “sobre el valor de la vida” que hizo el presidente más pobre del planeta, José Mujica, en aquel encuentro entrañable que mantuvimos en su humilde morada, situada en un poblado (El Rincón del Cerro) de las afueras de Montevideo. Jamás podré olvidar aquellas lecciones de vida, provenientes de un joven de ochenta años y que, pocas horas después de haber entrado en el hospital salmantino, me servirían para estar positiva y no venirme abajo.
Quizá por eso, al despertar del coma profundo (después de permanecer casi un mes en la UCI tras dos largas operaciones de páncreas en cuatro días y con muy pocas esperanzas de vida) y aún bajo los efectos de la morfina para aliviar los grandes dolores, se agolparon de nuevo en mi mente los recuerdos hermosos de aquel hombre ejemplar e idealista que luchó, que continúa luchando, por hacer un mundo nuevo, más perfecto, más humano, más justo, más igualitario, hasta el extremo de renunciar a su paga vitalicia como exmandatario de Uruguay por considerar que cobrar sin trabajar era como robar la plata al país. “Con 450 dólares mensuales tenemos suficiente para vivir mi esposa y yo”, explicaba (con toda la normalidad del mundo) este “dios de la abundancia”. En una sociedad del poseer y el despilfarro, esto sí es una gran lección sobre el valor de la vida. Piensa que puedes y podrás, me decía para mis adentros en el allá y entonces y sigo repitiéndome, nueve años después, en el acá y ahora.
En esta larga lucha contra el destino cruel que se empeñaba en “pasarme a la otra orilla”, al final he ganado la gran batalla al cáncer de páncreas. Hoy voy a confesar que el cáncer tampoco logró arrebatarme la capacidad creativa, ni la capacidad de emoción, ni mucho menos la memoria para poder recordar cada día al prestigioso cirujano salmantino que me salvó la vida (Dr. Juan Sánchez Tocino, gran profesional y un ser humano extraordinario), al veterano oncólogo, también de esta tierra charra (Dr. Germán Martín), que siempre estuvo ahí y que hoy día continúa estando.
En este noveno aniversario, no puedo olvidar tampoco a los médicos anestesistas que actuaron durante las dos largas intervenciones quirúrgicas, ni a todos los sanitarios de la UCI, ni a las enfermeras de la planta de Cirugía, ni a la médica que estaba de guardia el día que acudí a Urgencias (pensando que tenía sarampión) y que, al ver la gravedad del caso, ordenó el ingreso inmediato. A mi buena amiga la Dra. Concepción Medina (un verdadero ángel que, sin tener alas en los costados, consiguió volar muy alto); a la persona anónima, donante de sangre, que colaboró en los momentos tan difíciles de mi vida cuando estaba desangrándome. Y cómo no, el agradecimiento infinito a mis queridos hermanos, cuñados, sobrinos que no se separaron de mi lado en ningún momento.
Gracias, miles de gracias, a todos los sanitarios del departamento de la Unidad de Quimioterapia del referenciado hospital salmantino. Esas personas de gran humanidad que son capaces de poner luz en medio de la oscuridad. Un recuerdo especial a los profesores canarios, amigos del alma, Paco Pelayo y Pepe Rosales, a los compañeros de profesión de acá de Salamanca, a los amigos del Cuerpo Nacional de Policía (pertenecientes a la Jefatura Superior de Canarias) con los que compartí tantas vivencias durante los veinte años en el área de Sucesos y que siguieron mi evolución desde el primer momento. Los que confiaron plenamente en la profesionalidad de los médicos, porque de ellos dependería el milagro de mi resurrección, como así fue. Me gustaría ser eterna, inmortal, para poder seguir dándoles las gracias a todos los que me levantaron cuando estaba a punto de caer.
Y a los compañeros de lucha contra el cáncer, decirles que nada vale más que la vida y que hay que luchar con alegría, sin dejar que se apodere la tristeza. Hay que seguir batallando por la felicidad, y la felicidad es darle contenido a la vida y rumbo a la vida y no dejar que nos la roben, como decía Mujica sentado en una silla parcheada junto a la puerta de su humilde casita uruguaya.
Han pasado nueve años y un día desde mi retorno y he vuelto a brindar, con zumo de guayaba, por lo que he vivido y por lo que me queda por vivir.
Dicen que las cosas más difíciles de la vida surgen de repente, sin previo aviso. Así que disfrutemos de lo que ésta nos ha regalado, de lo que nos ha devuelto, porque todo lo maravilloso se compone de grandes y pequeños momentos (como se dice en Filosofía: todo es igual y diferente).
¡POR LA VIDA!
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