Hablamos con el doctor Luis Robles. Le preguntamos acerca de su labor; trabaja en el Servicio de Oncología Médica del Hospital 12 de Octubre de Madrid. Además, compagina esta tarea con la de perito médico especializado en Oncología.
Doctor Robles, coméntenos por quién suele ser requerido para realizar informes periciales.
Estoy inscrito en la bolsa de peritos del Colegio de Médicos de Madrid y en la bolsa de peritos de la Sociedad Española de Oncología Médica, colaborando de forma regular con la Administración de Justicia. En ocasiones, también acuden a solicitar mis servicios abogados que representan a personas en las que se presume que podría haber una desviación de lex artis o bien una desviación de los plazos razonables en la atención de un proceso oncológico. Extraordinariamente, se me solicitan segundas opiniones en casos difíciles, y con ello se pretende confirmar o buscar alternativas sobre el diagnóstico, pronóstico y alternativas terapéuticas que otro profesional ha planteado. En estos casos suelo recomendar que la segunda opinión se solicite a un profesional que pueda poner en práctica el plan que propone. Por ello, salvo que fuera a ser yo el facultativo que llevara el caso, no lo recomiendo de entrada.
¿Cómo son esos informes que realiza?
En los informes uno se debe comprometer a analizar los hechos objetivos a los que tendrá acceso a través de la documentación de la historia clínica, según su leal saber y entender y desde el conocimiento médico existente en el momento en que acaecieron los hechos. No se deben realizar interpretaciones de opiniones o relatos subjetivos, sino basarse en los datos indiscutibles reseñados en la historia clínica. Sobre esos datos, y en el conocimiento médico del momento, se llegará a las conclusiones del informe.
¿Cree que a la hora de prescribir un tratamiento los oncólogos se encuentran presionados por la industria farmacéutica?
Las limitaciones actualmente las podemos encontrar más por parte de las administraciones públicas que se encargan de aprobar o restringir la financiación de ciertos medicamentos de eficacia probada por las sociedades científicas y agencias reguladoras, como ocurre con el tema de actualidad de la hepatitis C y el fármaco Sovaldi. A esta situación llegamos porque la investigación de nuevos fármacos actualmente recae mayoritariamente en la industria farmacéutica, cuyo objetivo principal es hacer negocio con sus patentes. Quizá hubiera que recapacitar acerca de ello. Países con sistemas sanitarios públicos como el nuestro tienen un gran potencial investigador que no se aprovecha y no se potencia para ofrecer una alternativa al desarrollo de nuevos fármacos. La famosa afirmación de Unamuno de “que inventen ellos” nos sigue pasando factura. Por otra parte, considero que al igual que en el resto de la Administración, es necesaria más transparencia para conocer las colaboraciones que los profesionales médicos realizamos con la industria farmacéutica. Una relación de cooperación honesta entre profesionales y la industria privada puede ser provechosa para ambas partes y no tiene por qué temer que sea transparente.
Vayamos a su día a día como oncólogo. ¿Sigue algún tipo de protocolo en la comunicación de malas noticias?
Para cometer menos errores de comunicación, lo primero es explorar el grado de conocimiento que tiene el paciente de su enfermedad y lo que quiere conocer de ella. Saber de dónde partimos nos ayuda mucho a saber hacia dónde podemos llegar. Desde ahí, se irá construyendo el relato del diagnóstico, pronóstico y alternativas de tratamiento dosificando la información y dando tiempo a que el paciente pueda ir preguntando sus dudas. Considero que nuestra forma de comunicar como médicos debe tener un sustrato teórico similar al descrito que hay que aprender desde la universidad, y luego influye mucho, a la hora de aplicarlo, tanto la personalidad de cada uno, su empatía, así como los maestros que nos hayan podido ilustrar con su oficio.
¿Se recurre mucho al equipo de psicólogos?
No, salvo que uno detecte que el paciente no está preparado para recibir este tipo de información o que tiene una mala adaptación a las implicaciones de su enfermedad. En mi experiencia, esto ocurre en pocas ocasiones; estimo que quizá tres o cuatro veces al año. En estos casos puede ser prudente que, a la vez que pedimos alguna prueba diagnóstica complementaria en la primera visita, solicitemos una valoración preferente por nuestros psicólogos. Tras compartir la impresión entre oncólogos y psicólogos se pueden identificar problemas que requieran un soporte emocional específico y así realizar un proceso de comunicación adaptado a la situación particular ante la que nos encontramos.
(Gracias al doctor Luis Robles por aceptar de buen grado nuestras preguntas, por su amabilidad y su buen trato).
Cristina Gil en Linkedin
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