Durante el fin de semana sentí la necesidad de escribir sobre lo que les cuento ahora. Mi diario comienza el sábado noche, según sigue: “Me pregunto si estamos, al menos yo, en medio de una profunda crisis de falta de propósito, de objetivo. En dos ocasiones durante el día de hoy he tenido que reconocer la estupidez de conducir durante buen rato para conseguir una satisfacción inmediata”.
La primera, emplear el tiempo de duración de la fiesta de cumpleaños a la que asistía mi hija pequeña para ir de compras con la mayor al centro comercial más cercano. La segunda, a final del día, desplazarme para disfrutar de pasar una horita con una amiga.
No me malinterpreten. Me gusta el progreso, el transporte, la comodidad y el poder desplazarme con rapidez de un lado a otro. Además, ambas acciones no me parecen en sí perjudiciales, al fin y al cabo, me apetecía pasar tiempo con mi hija mayor y también muchísimo ver a mi amiga después de una semana complicada, pero lo cierto es que, por alguna razón, mi atención decidió concentrarse en las distancias cubiertas en coche que me permitieron hacer ambas cosas…
En total, para ir de compras durante dos horas recorrimos 7,6 km y para tomar una caña de hora y 10 minutos me desplacé 13,6 km. Fue entonces cuando me pregunté: si hubiera tenido que ir a pie, ¿lo habría hecho? Y la respuesta fue bien contundente… Si no hubiera tenido un coche disponible a la puerta, no habría sido así. De ahí la pregunta que me hago sobre mi particular crisis de falta de propósito. ¿Era tal o simplemente inercia?
Hace no mucho, leyendo sobre el calentamiento global, creo recordar haberme encontrado con un comentario sobre la necesidad de volver a niveles de emisiones similares a las de los años 70. Aunque posiblemente evoco esas fechas con bastante romanticismo -al fin y al cabo, son las de mi infancia-, en ocasiones me sorprendo pensando que quizá no estaría nada mal regresar a ritmos y estilos de vida como los de aquellos años.
Seguro que entonces jamás se me hubiera ocurrido desplazarme 7,6 km para ir de compras dos horas, y mucho menos recorrer una larga distancia para una cañita rápida. Tampoco creo que sintiera entonces la necesidad de llenar mis días con el elevado número de tareas y obligaciones con que los lleno hoy. Imagino que, en este ejemplo concreto, por un lado, el sentido común se hubiera impuesto y, por otro, hubiera puesto muchísima más atención, cuidado y mimo al planificar el encuentro con mi amiga o el tiempo de calidad con mi hija, pues es la relación, el encuentro, lo que merece la pena. Quiero pensar que probablemente pasaría más tiempo y de más calidad con aquellos con los que quería compartirlo.
Tengo la sensación de que antes, cuando no todo estaba disponible para nosotros todos los días y a todas horas –para los que está disponible, claro está, aproximadamente el 29% de la población mundial con ingresos superiores a $10.000/año–, teníamos más capacidad de esperar, de retrasar el conseguir la satisfacción de nuestros deseos. Hoy, sin embargo, en la vorágine de la rapidez, parece que ni siquiera nos percatemos de nuestra necesidad de satisfacción inmediata. Y de ese modo, como decían en la película Demain, “empleamos a diario, para cubrir distancias cortas, un vehículo que pesa 1.500 kg para transportar a alguien que no va más allá de los 70 kg… Sencillamente, no tiene sentido”.
Feliz semana con buenos propósitos.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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