Lo cierto es que hasta hace bien poco no fui consciente del recorrido del miedo o el temor que cualquiera de nosotros puede sentir al encontrarse con la oportunidad de poder tener una verdadera conversación, donde realmente ser libre “para poder hablar, expresar y expresarse”, al poner a su disposición un espacio donde poder ser escuchado sin juicio y donde en la conversación no se persiga objetivo alguno más allá de que quien escuche lo haga con todos los sentidos y toda la presencia.
Cada día que pasa afirmo que es cierto lo que dicen, “el pez es el que menos sabe del océano”. Después de unos años ya trabajando el espacio de las buenas o útiles conversaciones, yo misma parezco olvidar la diferencia entre las conversaciones que tienen lugar en el ejercicio de mi profesión, en las que me pongo al servicio de quien o quienes hablan en cuerpo y alma (unos días con mayor fortuna y otros con menos), y aquellas que mantenemos probablemente durante el 75% del tiempo que empleamos comunicándonos.
Intentaré explicarme. Tomo prestadas para ello algunas notas sobre “qué es una conversación y qué no lo es” de una gran colega, a quien admiro y de la que aprendí muchísimo, Sarah Rozenthuler.
Dice Sarah en su libro Conversaciones que cambian la vida (Life-Changing Conversations, Watkins Publishing) que “la esencia de una conversación es girar juntos… la conversación es una improvisación en la que cada uno se mueve respondiendo al otro y donde no hay objetivo y nadie tiene el control”.
Comparte también los elementos que convierten un intercambio de palabras en una conversación:
• Todo el que está presente participa (activamente, hablando o escuchando, presente).
• Cada uno dice lo que es cierto y verdadero para ellos.
• Todos son escuchados.
• Se habla de lo que realmente importa a cada uno de los que participan.
• Nadie trata de controlar dónde llegará la conversación.
• Las diferencias de cada uno se respetan.
Y termina diciendo que una conversación real y verdadera abre nuevas posibilidades.
Todos sabemos exactamente cuándo salimos de una conversación que nos podíamos haber ahorrado (hubiera sido más productivo dedicar el tiempo empleado a cualquier otra cosa) y cuándo ha merecido la pena. Sabemos en qué ocasiones nos hemos dejado impresionar (permitimos que lo que allí surgió haga mella en nosotros, en nuestro ánimo, en nuestra forma de pensar o de interpretar algo, que nos induzca una reflexión o haga surgir una duda… ) y en cuáles nosotros pasamos por la experiencia, pero la experiencia de la conversación no pasó por nosotros.
Recientemente comprobé que para que alguien creyera de verdad encontrarse en una de esas conversaciones, relajarse en ella y aprovecharla en su totalidad… Sentirse de verdad en ese espacio seguro, como yo lo denomino, necesitaba de mucho más que compartir las reglas del juego o establecer una alianza (“lo que aquí se dice es confidencial, estoy aquí para que puedas reflexionar y no para evaluar o dar consejos, lo importante son tu aprendizaje y tu desarrollo… Ese es el sentido de éste trabajo conjunto, etc.”).
Entendí que un elemento clave en el establecimiento de la confianza con mi cliente, que le permitiría obtener el mayor beneficio de las sesiones, tenía que ver con que él comprendiera perfectamente qué papel jugaba yo dentro del proceso del que ambos estábamos siendo parte.
Él necesitaba saber a quién conocía en la organización, cuánto sabía, si tenía alguna alianza, de qué grado y con quién. Éstos, e imagino que otros muchos elementos, irían determinando a lo largo del proceso, el grado de confianza que podía depositarse en mí. Ese grado de apertura y confianza redundaría, a su vez, en su capacidad para hablar en nuestras sesiones “de lo que realmente importa” y, finalmente, esto incidiría en las posibilidades de cambio y de desarrollo que se perseguían con el proyecto.
“Menuda pescadilla que se muerde la cola”, pensé. “No se siente seguro, va con pies de plomo y, por tanto, limita (como yo también haría) la información que comparte. Eso hace que no podamos abordar las situaciones en toda su complejidad, sino, de momento, de forma parcial… Y por lo tanto, difícil será ganar en seguridad trabajando sólo sobre la parte expresada, aquella de la que se puede hablar”.
Recordé al salir de la última sesión uno de los temas centrales de mi tesina de máster, para el que hube de tomar prestada de Argyris una palabra que, precisamente por su propia naturaleza, no existe en el diccionario, undiscussable. Aquello que ha de permanecer sin expresar, que todo el mundo conoce y de lo que todos saben, pero que permanece sin nombrarse. No puede existir una palabra para describir aquello de lo que no se puede hablar. Acababa de toparme con un undiscussable, y no pequeño.
¿Cómo podía yo proveer a mi cliente de un espacio seguro de conversación en el que avanzar cuando yo misma era vista como un engranaje más de la organización del proyecto en cuestión, parte del diseño que le empujaba a mantener determinadas cosas fuera del radar de las sesiones y, por tanto, completamente excluido de nuestras conversaciones, invisible?
Me di cuenta de que “crear un espacio seguro”, especialmente cuando uno trabaja como freelance en proyectos, iba mucho más allá de lo que yo había pensado y necesitaba de mucho más. Y contemplé con pesar que, en ocasiones, posiblemente sin quererlo y, aún peor, sin saberlo, podía haber desempeñado un papel del que ni siquiera era consciente.
Agradezco enormemente el aprendizaje que deriva de esta insatisfacción e intranquilidad. Confío en que me sirva para hacer algo diferente y mejor. Por lo pronto, ha desmontado parcialmente una de las conclusiones de mi tesina. El grado de seguridad del que puede proveerse a un espacio y del que surgirá un nivel de confianza (u otro), depende de todos aquellos que “tengan algo que ver con el mismo”, sean actores principales, de reparto, el técnico de sonido, responsable de vestuario, maquillaje o quien va de un lado a otro entregando mensajes. Más vale que todos los que tengamos relación con cualquier proyecto lo tengamos en cuenta.
Feliz semana.
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
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