Durante la semana pasada he tenido múltiples ocasiones de poner en práctica mi capacidad (o falta de) de una gran enseñanza budista, let go (dejar ir, no aferrarse a), y creo que por vez primera he empezado a vislumbrar lo que realmente significa.
En los últimos meses he reflexionado, tratando de decidir qué hacer y qué no, en qué áreas de trabajo potenciales enfocarme y cuáles abandonar, por muy interesantes que me resultaran, qué relaciones mantener y en qué términos… y he comprobado que no es nada fácil dejar de involucrarse en determinadas actividades, a pesar de que sea lo que más sentido tiene, lógico y emocional.
Esta semana pasada asistí a mis dos últimas reuniones relacionadas con una asociación de la que formo parte y con la que continuaré colaborando, pero de forma muy reducida a partir de ahora. En una, se trataron todos los temas que se abordarán durante el año. En la siguiente, acudí para realizar el traspaso de funciones a una colega que representará a la asociación en ese foro.
En ambas reuniones tuve que reconocer que no me gustaba nada lo que estaba sintiendo… De repente, se me había olvidado que había sido yo quien decidió no continuar, y aún así, sentir (sentimiento mío) que mis opiniones no iban a contar desde casi ese momento, o incluso desde el anuncio, pensar que mi aportación nunca más estaría presente me resultó durísimo... Porque, en el fondo, me daba muchísima rabia que no me pidieran que me quedara o que me preguntaran por mi opinión… en definitiva, que no podía dejar legado y así, de algún modo, continuar presente en ambos foros.
Al darme cuenta de lo que me estaba pasando, tuve que hacer el esfuerzo consciente de recordarme las razones por las que me encontraba en esa situación que a mí me estaba resultando penosa, injusta y desconsiderada (esto sí, todo en mi cabeza). De igual modo, hube de recordarme que era absolutamente natural que no estuvieran intentando retenerme, pues yo había decidido marcharme y no había dejado espacio para posibilidades distintas.
Con bastantes horas de por medio y buena reflexión, creo que di con un buen descubrimiento. Mi ego, mi estupendo ego, se aferra como perro a un hueso cuando abandono sin haber conseguido lo que me había propuesto, cuando algo no salió según mis expectativas, cuando no conseguí que nada cambiara… Mi ego no puede darse por vencido, porque eso me pone en jaque a mí, la que lo hace todo bien… Y fue entonces cuando entendí por qué he permanecido aferrada a tantas cosas tanto tiempo… agarrada a ellas para complacer a mi ego.
Y cuando, en un momento de lucidez, conseguí recordarle a mi ego que en realidad yo no estaba en este mundo para complacerle, entonces conseguí dejar ir todo, igual que se marcha una pluma con el viento… Y yo me volví mucho más ligera.
Buena semana.
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