“Los probióticos son una necesidad pediátrica”. Así de contundente se ha mostrado hoy el profesor Paolo Manzoni, especialista de la Unidad de Neonatología y Cuidados Intensivos Neonatales del Hospital Sant´Anna de Turín (Italia), durante su participación en el XXVII Memorial Guillermo Arce y Ernesto Sánchez-Villares, que ha reunido en Salamanca a más de 250 expertos convocados por la Sociedad de Pediatría de Asturias, Cantabria y Castilla y León (SCCALP). El prestigioso pediatra, uno de los primeros en investigar el papel de los probióticos en el recién nacido y lactante, ha despejado hoy la controversia que existe en torno a la utilización de este tipo de microorganismos vivos en la asistencia neonatal, asegurando que existe suficiente evidencia científica sobre sus efectos beneficiosos en la prevención de determinadas enfermedades que afectan con frecuencia a los bebés, sobre todo a los prematuros.
“La mejor nutrición para un bebé es la leche materna, que tiene probióticos, es decir, microorganismos vivos que actúan desarrollando funciones imprescindibles para el recién nacido y el lactante. Pero a veces esta posibilidad falta, ya sea porque el parto ha sido por cesárea, porque el niño no puede recibir leche fresca, o porque es prematuro y tiene que permanecer en la incubadora con tratamiento intravenoso. Ante estos casos, los pediatras nos preguntamos qué podíamos hacer para proporcionar a estos niños lo que tendrían que recibir de forma natural. Surgió entonces un área de investigación dirigida a evaluar el efecto de añadir a su alimentación determinados tipos de probióticos para comprobar si de este modo los recién nacidos desarrollan esas funcionalidades de manera más eficaz y natural que quienes no los reciben, y los resultados han sido muy prometedores e impactantes”, ha explicado el doctor Manzoni, una eminencia en su especialidad.
A este respecto, el pediatra ha puesto de manifiesto la relevancia de un tipo de probióticos a la hora de prevenir enfermedades importantes, como la enterocolitis necrosante neonatal, una patología grave que sufre hasta el 5% de los bebés prematuros, sobre todo los que presentan un peso inferior a 1.500 gramos, y que en los casos avanzados obliga a la extirpación de parte del intestino. “El efecto de los probióticos sobre esta enfermedad es tan grande que en algunos países, como Australia, se niega el permiso para realizar más estudios al respecto porque los comités éticos consideran que la evidencia científica es tan contundente que no sería ético investigar más. En otros, el uso de estos probióticos forma parte del protocolo asistencial, de forma que se obliga los padres a firmar una hoja de asunción de responsabilidades si se niegan a que se les proporcionen al bebé“, afirma el especialista.
Desarrollo de las defensas
Pero los beneficios de estos micoorganismos en el recién nacido y el lactante van más allá, porque también se ha demostrado que mejoran “el destino” del niño en relación a las alergias y las intolerancias alimentarias, “el desarrollo de la inmunidad intestinal y las defensas” y la prevención de algunos procesos infecciosos.
“La evidencia es tan alta, que cuando se juntan todos los estudios aleatorizados y se agregan los datos el resultado es que la mortalidad se reduce hasta en un 50% en los bebés prematuros cuando se les dan probióticos”, subraya. Ahora bien, aclara el profesor Paolo Manzoni, una vez demostrado que los probióticos son beneficioso, el reto que se plantea en estos momentos es determinar “cuáles son los más eficaces para cada necesidad”.
Y es que “al igual que hace 20 o 30 años se sabía que los antibióticos eran útiles para curar una neumonía y después se ha definido que el antibiótico A sirve para una neumonía, el B para una otitis y el C para una infección urinaria, ahora tenemos que demostrar qué cepas de probiótico son las más adecuadas para las diferentes patologías del prematuro y el niño”, avanza el pediatra italiano, quien también apunta la necesidad de que se desarrolle una legislación adecuada en este ámbito para asegurar la existencia de sistemas de control y calidad que garanticen que cuando se fabriquen productos que contengan este tipo de probióticos se certifiquen sus condiciones de conservación y, sobre todo, la presencia del número de colonias preciso para que ciertos tipos de microorganismos sean realmente beneficiosos.
Por otro lado, el doctor Manzoni ha reconocido que, a pesar de su demostrada eficacia, la utilización de probióticos en el recién nacido y el lactante no está muy extendida en algunos países, entre ellos España, una realidad que ha achacado a la existencia de “barreras culturales y comerciales”. Sobre esto, el especialista del Hospital Sant´Anna de Turín ha considerado necesario “ampliar la posibilidad de que los pediatras puedan conocer en profundidad la literatura médica que confirma de manera rotunda sus ventajas”, a fin de que “tomen conciencia de que el nivel de evidencia es tan alto que su uso tiene que ser aprobado”.
En cuanto a los obstáculos comerciales, Paolo Manzoni ha admitido que el diseño de este tipo de probióticos “no es muy rentable” para los laboratorios, que encuentran “pocas posibilidades de proteger el producto con patentes”, por lo que no es fácil encontrar compañías que quieran desarrollarlos.
Lactobacillus reuteri contra los cólicos del lactante
Uno de los probióticos sobre los que ha investigado el profesor Manzoni es el Lactobacillus reuteri y su impacto en el tratamiento de los denominados cólicos del lactante, una cuestión que ha generado cierta discusión científica. Según ha explicado hoy en Salamanca el pediatra italiano, en este ámbito también existen estudios “muy fiables”, procedentes “de varias partes del mundo”, que demuestran los beneficios de este microorganismo ante un grupo de síntomas que se asocian a los cólicos, principalmente el tiempo de llanto diario del niño, que se reduce en un 50% a lo largo del periodo en el que suelen producirse estos episodios (generalmente, durante los tres primeros meses de vida).
“Pobablemente esto se deba a que este probiótico mejore el vaciamiento gástrico y la motilidad intestinal, haciendo que el bolo alimentario baje con menos dificultad y, con ello, que el niño regurgite y vomite menos y que se reduzcan también los cólicos”, apunta.
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