Porque he logrado mantener los sueños, la ilusión, la esperanza y las ganas de vivir… he llegado hasta acá agarrada a la verdad de la utopía y poder dar las gracias, miles de gracias, al profesional de la medicina, al gran oncólogo Dr. Germán Martín, del Hospital Universitario de Salamanca, porque gracias a él he sido capaz de continuar ofreciendo con mi pluma un pedazo de historia viva y la fuerza necesaria para vivir y luchar por vivir.

En mi último encuentro (hace aproximadamente dos semanas) con el veterano especialista salmantino (para valorar todos los resultados de las pruebas de mis revisiones periódicas), éste me comunicó que había llegado el momento de su despedida en referenciado centro asistencial de Salamanca y pasar a lo que en el argot policial se dice “segunda actividad”, después de tantas décadas de ejercicio médico salvando vidas. No esperaba la noticia y mucho menos teniendo en cuenta su gran experiencia, su vitalidad y su amor a la profesión, pero evidentemente a todos nos llega, o nos llegará, la hora de la retirada del ruedo con el merecido descanso.
¡El tiempo pasa tan deprisa después de haber vuelto a nacer! ¡Me gusta tanto vivir… que en el acá y ahora mi batalla está centrada en la inmortalidad, en demostrar que poder es querer y en reiterar las gracias!
Conocí al Dr. Germán Martín en un invierno gélido, las vísperas de Nochebuena (de hace una década), dos horas después de que el cirujano (al que sigo llamando “el Dios del Cosmos) que llevó a cabo las dos intervenciones (a vida o muerte) de cáncer de páncreas, Juan Sánchez Tocino (manos pequeñas que lograron hacer lo que no pudieron unas manos grandes) me explicara todo el proceso de mi enfermedad (un mes en la U.C.I. en estado de coma y en total casi tres meses hospitalizada) y me comunicara la necesidad de tener que someterme al tratamiento de quimioterapia. Mi familia lo sabía todo desde el primer momento y yo… lo ignoraba absolutamente todo. Sí, había dado la vuelta al mundo en 25 años, había perseguido a los asesinos y a los grandes capos de la droga, había estado en segunda línea en las guerras de los tres países de Centroamérica (Nicaragua, El Salvador y Guatemala), había sido considerada non grata por escribir de la paz en medio de la refriega, pero sin embargo era profana en el tema sanitario, en enfermedades, dado que nunca antes había estado enferma desde que tenía quince años. Ni una sola baja laboral figuraba en mi expediente profesional, ni un solo día había faltado al trabajo.
Entré en el despacho del oncólogo Germán Martín sentada en una silla de ruedas y con la cabeza llena de rastas (el ingreso hospitalario había sido imprevisible y por Urgencias del viejo ambulatorio Virgen de la Vega, que era mi única referencia hospitalaria, donde, afortunadamente, ahí estaba entonces la Unidad de Cirugía) porque no hubo tiempo para deshacerlas, ni siquiera para la tristeza. Como decía anteriormente, pasé a la consulta oncológica y desde el primer momento me di cuenta de la labor humanitaria del especialista, de su generosidad, profesionalidad, del respeto hacía los pacientes, de su capacidad de protección y comprensión hacía las personas enfermas de cáncer y de ese don tan especial a la hora de mantener viva la esperanza de las que estábamos metidas en la lucha contra la enfermedad.
En aquella mi primera consulta recuerdo que me preguntó si era fumadora a lo que respondí, con cierto sentido del humor (el sentido del humor, según lo define Garanto, es un estado de ánimo que capacita al ser humano para que, tomando la distancia conveniente, pueda relativizar críticamente toda clase de experiencias en la vida), ya que para mí, en aquel momento y en aquellas circunstancias no dejaba de ser una necesidad, que ni fumaba, ni bebía, ni iba con hombres, ni con mujeres. Le hizo gracia la respuesta y mucho más teniendo en cuenta por lo que había pasado y el estado físico en el que me encontraba, que hacía recordar al policía inválido de la serie americana Ironside que llevaba a cabo las investigaciones en silla de ruedas. Me explicó como se llevaría a cabo mi tratamiento y yo le prometí que la tristeza no se apoderaría jamás de mí y que haría todo lo que me dijera y que llevaría todas las recomendaciones a rajatabla. Humor. Sin humor yo no hubiera salido adelante. Humor y valor…
Una enfermedad de este tipo (muy pocas personas en el mundo sobreviven al cáncer de páncreas y yo puedo decir que soy una sobreviviente) te hace madurar tremendamente, como persona y como ser humano. Das el justo valor a las cosas y de repente te das cuenta de lo poco que vales (pese a haber demostrado en tu vida personal y profesional que has llegado a lo más alto y que ha sido reconocida a nivel nacional). Gracias, Dr. Germán Martín, porque durante todo el proceso de quimioterapia y hasta el día de hoy, con tan solo un metro sesenta de estatura y 50 kilos de peso, vos me ayudo a volver a sentirme una persona aún más grande.
Durante todos estos años de lucha contra el cáncer, contra el tiempo, contra la fatalidad del destino, cruel, he tenido muchas horas para empaparme de las publicaciones sobre los trabajos realizados por el investigador del Centro del Cáncer, Xosé Bustelo (una guerra de trincheras) y algunas de las muchas dudas que he tenido las he consultado con este oncólogo sabio que acaba de pasar a la “segunda” actividad” (dispuesto a seguir estudiando) dejando el listón muy alto, poniendo en el pentagrama de su vida sinfónica un canto a la esperanza: ¡Estás curada!
¡Por la vida! Quisiera ser inmortal para poder seguir dando las gracias a los médicos y demás sanitarios que han hecho posible que hoy pueda contarlo.
Y como diría Lucía Benavente, esposa del joven poeta Miki Naranja fallecido de cáncer, “Gracias Vida”: Hoy miro atrás y tengo tanto que agradecer…gracias por los aciertos me han demostrado de lo que soy capaz. Gracias por los momentos de incertidumbre me han demostrado lo fuerte que soy. Gracias por los momentos felices he aprendido a valorar las pequeñas cosas. Gracias por mi salud me demuestra cada día lo afortunada que soy de haber encontrado en mi camino a los ángeles con batas blancas que me devolvieron la vida. “Gracias Vida”.
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