Ha dado nombre a un sistema de juego propio que le otorga entidad, por el que ya es conocida en cualquier rincón del planeta.
Después del desagradable paréntesis del Mundial de Fútbol de Brasil de 2014, estamos asistiendo a un nuevo florecer que nos recuerda las buenas sensaciones de antiguas glorias. Ante tal proeza futbolística y deportiva, enfocándolo desde el área que nos interesa, la Psicología, nos preguntamos si existen rasgos psicológicos concretos que influyan para ganar una competición deportiva.
No me atrevería a afirmar que existan rasgos específicos que diferencien al ganador del resto de competidores, pero sí podemos hablar de una serie de procesos mentales comunes a los grandes competidores. Cuentan con una robusta motivación intrínseca que alienta sus esfuerzos día a día, una motivación que va más allá de obtener recompensas materiales o reconocimiento, y que tiene que ver más con el progreso personal, con seguir creciendo deportivamente. Esta motivación viene guiada por un profundo sentido de Misión Personal, el cual viene definido, a menudo, asociado a un deseo de contribuir, con dar algo de sí mismos a los demás, ya sea ser generosos, hacer felices a otras personas o ayudar a otros.
Se atreve a soñar a lo grande, sabe que podrá conseguir sus sueños mediante una acertada planificación, estableciendo objetivos de proceso a corto plazo, para los cuales crea estrategias inteligentes que optimicen su rendimiento. Visualizar la meta es fundamental, pero aún es más fundamental visualizar los pasos que conducen al objetivo. Establece hábitos y rutinas apropiadas que condicionarán su mente, preparándola para el esfuerzo, educándola a proyectar el foco de atención en el proceso, en lo que ocurre en el presente, adoptando una atención plena del momento, pues sólo en el momento presente se es rápido, fuerte y se toman las decisiones apropiadas.
Se exige al máximo, siendo perfeccionista de una manera responsable. Da el valor que merece el fallo, considerándolo parte del deporte, fuente valiosa de aprendizaje. No se permite dudas bloqueantes y las críticas de los demás no le afectan. Son retroalimentación para mejorar. El ganador necesita confianza en sí mismo. Necesita creer que sólo lo mejor va a ocurrir. La confianza surge por la suma de la Actitud y la Constancia. Adopta una base de creencias fuertes que guía su comportamiento competitivo por los raíles que éste ha de seguir, respaldado por un fuerte sentimiento de propósito y optimismo.
La perseverancia es su bandera, siempre combativo, indiferente a resultados adversos. Con este panorama, las emociones se vuelven en las principales aliadas. El jugador consigue un estado intermedio entre la ira y la serenidad, inconmovible a distractores internos o externos. El ganador es un maestro a la hora de tamizar las emociones, las utiliza para conseguir sus propósitos, no para auto sabotearse. El jugador o el equipo demasiado acostumbrado a ganar, puede pervertirse, granjeándole malos resultados. El exceso de confianza puede alimentar la autoindulgencia, relajándolo, creando la falsa ilusión de que se puede ganar con facilidad, desviando el foco de atención de lo verdaderamente importante, anclado ahora en el pasado, en el recuerdo de viejas conquistas.
El hambre puede extinguirse, ahogado en un mar de halagos emponzoñados por el triunfo embriagador que nubla la visión y desvía el enfoque. Además, una racha continuada negativa de resultados indeseados puede sumir en las dudas al deportista más inteligente y capaz. La redefinición de objetivos, el alto compromiso y la recuperación de la misión personal inicial son, en conjunto, el combustible que inspirará al deportista, alimentando su resiliencia para ayudarle a superar duras etapas de escasez de éxitos. El deportista profesional sabe que no se puede ganar siempre, pero que si mantiene la disciplina de trabajo, la firme creencia de que el éxito se repetirá y la ilusión, volverá a estar en lo más alto para paladear una vez más las mieles del éxito.
* Pablo Iglesias Ramírez es psicólogo y miembro de Saluspot
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