Por el camino, mientras escucho las escalofriantes cifras, pienso que vamos de nuevo camino del confinamiento, en lo mal que mis compañeros y compañeras lo han pasado en el inicio de la pandemia y que una nueva ola, como se dice ahora, va a terminar con nosotros. No puede ser que el esfuerzo que hemos realizado no sirva para nada.
El inicio de la tertulia radiofónica es similar al de otros días; por un lado, que la responsabilidad es del Gobierno central que está desaparecido, por el otro, defienden que las competencias en materia sanitaria y educativa son de las autonomías y que durante el mando único criticaban éste y ahora no asumen sus responsabilidades. En el medio, los ciudadanos. Los padres pendientes de cómo llevar a sus hijos al colegio, los profesores que no saben cómo actuar, las pautas llegan tarde o no llegan, quienes trabajan no saben qué hacer con los churumbeles como les cierren los colegios; vamos, un desasosiego que no se lo deseo a nadie.
Llegando al hospital, rebusco en mi bolso la tarjeta de acreditación como trabajador, sin la cual no te permiten el acceso. Creo que es bueno restringir el acceso al hospital, porque entre pacientes, acompañantes, visitas, etc. parecía un mercado en hora punta. Mientras enseño la tarjeta y doy los buenos días a los compañeros responsables del control de entrada me surge la duda de si, cuando comenzó todo, el hospital no habría sido un foco de contagio masivo. Porque sin medidas de protección adecuadas, con cientos de pacientes y familiares pululando por el hospital y en contacto con profesionales, que ni siquiera utilizaban una insignificante mascarilla, pues en aquella época el mismísimo Servicio de Protección de Riesgos Laborales lo desaconsejaba, era una auténtica bomba.
El pasillo a mi unidad de trabajo está completamente vacío. Una celadora, vestida con el EPI de segunda: bata verde, guantes, gorro, mascarilla y pantalla, acompaña a una cama. Tenemos un paciente “COVID positivo”. Otra vez regresamos a la situación que teníamos algo olvidada. Nos tenemos que enfundar en los EPI. Los blancos, los de primera, los que te obligan a trabajar a 40 grados y te empapas en sudor. Tapado por completo con gafas, doble guante y sin un milímetro de piel expuesta. Comenzamos la jornada. Cuánto daría para que cualquiera de esas personas que no se ponen la mascarilla, no guardan las distancias o hacen el cafre este verano, se pusiera una horita el dichoso traje. De verdad, cuanto daría.
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