Las grandes decisiones en política sanitaria son sin duda transformadoras y pueden modificar la salud de la población, la satisfacción de la misma, la eficiencia y calidad del sistema sanitario y la equidad en la atención. Por eso es importante hacer una lectura crítica de las mismas y estar alerta en las decisiones que pueden generar un deterioro del sistema o su privatización.
Pero los médicos podemos hacer mucho más. Nuestras decisiones, millones de decisiones diarias, las decisiones de un 0,5% de ciudadanos españoles, que es el porcentaje de la sociedad española que representamos los médicos, pueden modificar hasta un 75% del PIB dedicado a servicios de salud.
Pero siendo importante el aspecto económico de nuestras decisiones, puede ser mayor nuestra responsabilidad en la percepción de salud o enfermedad de los ciudadanos o los riesgos a los que podemos someterlos en el contexto de nuestros estudios o tratamientos.
Estas reflexiones vienen a colación por mi creciente desconcierto ante la situación actual de la práctica médica, así el número tan notable de derivaciones de pacientes a los servicios hospitalarios por causas que deberían tratarse en el centro de salud o la ingente demanda de pruebas o nuevas consultas solicitadas por los médicos hospitalarios, sin que éstas vayan a suponer un cambio en la actitud terapéutica.
Los recursos tecnológicos son hoy muy potentes y la formación de los médicos es sin duda muy importante. ¿Dónde está entonces el problema? Quizás la fe ciega en que la tecnología lo puede resolver todo, en lugar de la reflexión que sigue a una anamnesis detenida, una exploración física cuidadosa y unas pruebas complementarias básicas, lo que puede y debe hacer cualquier médico.
El problema no se detiene en la consulta individual, va más allá, por ejemplo, en algunas guías clínicas de expertos, donde a veces sin evidencias potentes se recomiendan nuevas pruebas y seguimientos especializados de los pacientes, que acaban por convertir la vida de éstos en una vivir para la enfermedad, con infinitas vistas a los centros hospitalarios e infinitas pruebas, que de ninguna manera son inocuas y que llevan irremediablemente a otras.
He aprovechado estos días de vacaciones para repasar un clásico de bolsillo: Breve historia de la Medicina, de Roy Porter, y para devorar la serie de HMO The Knick, que retrata fielmente los progresos quirúrgicos en el Nueva York de 1900. Es importante repensar el pasado para entender el ahora. La Medicina ha ido desarrollándose pacientemente a través de los siglos, con frecuentes saltos cualitativos. Los adelantos tecnológicos de estos últimos 40 años han sido espectaculares y suponen un avance en el desarrollo médico como nunca existió, pero ello no debe hacernos perder de vista nuestra verdadera misión y actuar en consecuencia.
En el momento que nos ha tocado vivir, es inmenso el conocimiento que tenemos de las enfermedades y el buen médico debe conocerlas, pero es aún más importante conocer al enfermo y tratar su enfermedad. El médico que así lo haga no será solo bueno, será un gran médico (W. Osler dixit)
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