El color verde pistacho del autobús lo traía de serie porque así circulaba por las calles de Badajoz antes de ser donado hace unos meses, pero es un buen reclamo para identificarlo a distancia por las calles de Freetown.
Desde hace un mes, y casi a diario, el autobús sale al atardecer y se sitúa durante horas en sitios estratégicos de la ciudad para que los menores de la calle se acerquen, conozcan a Don Bosco, reciban charlas sobre higiene, puedan jugar, contar su historia y decidir libremente si quieren cambiar de vida. Desde esta semana, además, un día a la semana también saldrá a realizar la misma labor con chicas menores en situación de prostitución.
Toda experiencia nueva requiere un riesgo, y cuando Don Bosco Fambul comienza un programa de protección de la infancia se percibe una sensación de ilusión y a la vez de incertidumbre.
El estreno con las menores en situación de prostitución esta semana no era sencillo. Consistía en desplazarse con el autobús a dos aldeas, Wellington y Grafton, a más de media hora de la capital, y de reunir a las chicas en el segundo destino, con el riesgo del enfrentamiento que podía surgir entre unas y otras.
El autobús donado gracias a la Fundación Atabal tiene el interior adaptado para servir de consulta con camilla, acoger charlas, transportar una gran carpa, bancos, llevar la comida… y, por supuesto, transportar a quienes tienen que ser los protagonistas de sus propias vidas: los menores y las menores.
Hasta seis trabajadores sociales, varios voluntarios que llaman junior staff, un médico, una enfermera y el propio conductor, que también ayuda durante toda la jornada, forman parte del equipo que realiza la primera actividad fuera de Freetown con menores, adolescentes y jóvenes en situación de prostitución.
“Ésta es la única forma de que nos conozcan, porque son chicas que jamás van a tener la oportunidad de desplazarse al centro de la ciudad y de llegar a Don Bosco Fambul, así que estamos muy esperanzados de los resultados”, cuenta Jorge Crisafulli, misionero salesiano y director de Don Bosco Fambul.
En Wellington, el autobús se detiene 20 minutos y los voluntarios van a pie a zonas en las que saben que están estas chicas, que viven también en la calle, para invitarlas a participar en una actividad novedosa que les servirá para el futuro y en la que, además, podrán comer un plato caliente, posiblemente para algunas el único del día.
Una quincena de chicas sube al autobús y emprende de nuevo camino hacia Grafton, una aldea en su día formada por refugiados y mutilados de guerra y que hoy, como en todo el país, pueblan los niños. La llegada del autobús se convierte en una fiesta en medio de una explanada y se unen a la actividad más de 20 chicas. El primer objetivo se ha cumplido, una buena asistencia.
Pero empieza lo más importante, el engranaje de actividades, charlas y motivaciones que las hagan sentir cómodas y, sobre todo, protagonistas y no utilizadas, como les sucede a diario. En ese punto, con sencillez y naturalidad, Jorge Crisafulli sabe llegarles al corazón con pocas palabras, pero que hablan de la alegría, de los sueños y del amor verdadero, no del placer fugaz y a veces impuesto.
LAS CHICAS ASUMEN EL PROTAGONISMO
Las propias participantes se sienten cómodas desde el primer momento. La actividad es voluntaria y se les deja asumir el mando. Entre risas de complicidad y algo de nervios, son ellas las que hacen la introducción con presentaciones, cantos, bailes y oraciones que mezclan, a veces sin sentido, pero con buena disposición, a Dios con Alá.
Una de las trabajadores sociales les explica el programa de ayuda a las menores en situación de prostitución que se lleva a cabo en el Girl Shelter. Se habla de su funcionamiento, de las normas, de las posibilidades que ofrece, de los resultados palpables que ya existen…
Poco a poco, algo va calando en los corazones de las chicas que se trasluce en sus caras, mitad de reconocimiento de su situación, mitad de esperanza.
Jorge Crisafulli pone el dedo en la llaga de cada una de ellas: “Aunque sonriáis, sabéis que vuestro corazón está triste y que no es sincera esa sonrisa. Tenéis que luchar por un sueño, que tiene que ser tener futuro, estudiar, formar una familia; la calle nunca puede ser un sueño, porque es una pesadilla”.
Todas asienten y se reconocen en esa situación, pero no se trata de hacerlas sentir culpables, sino de que descubran que son bellas, alegres y que tienen que aprender a divertirse, a convivir y a soñar…
Mientras cuentan su historia y sus lazos familiares a los trabajadores sociales, comienzan los juegos (cartas, parchís, damas…), la consulta con la doctora y la visita a la enfermería, que también les hace, a las que quieren, un test de malaria y sida, les da consejos de higiene personal y algún medicamento específico para la piel.
La actividad, ya de noche y después de cinco horas, finaliza con una comida caliente de arroz con salsa, agua y una banana. Después, todo el equipo de Don Bosco Fambul, orgulloso por lo conseguido, recoge la carpa, las luces, los bancos, lavan los platos y conciertan una nueva visita para el viernes próximo.
Éxito de la primera experiencia con chicas lejos de Freetown: el autobús de Don Bosco Fambul sigue salvando vidas a diario en Freetown.
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ANTERIORES
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