Jawanata es huérfana y menor de edad. En este caso el orden de los factores no altera el producto, porque la consecuencia es la misma: está sola y desamparada en el mundo y sólo puede sobrevivir de una manera, que es recurriendo a la prostitución.
La diferencia es que en esta ocasión la supervivencia tiene que ver con un sueño, y es que Jawa, como le gusta que la llamen, tiene en estudiar casi una obsesión, por encima incluso de la comida y de la salud.
Jawa vive en Mabila, una zona inmunda de la capital de Sierra Leona conocida por las drogas y la prostitución. Como el país, menores, adolescentes y jóvenes se entremezclan en un ambiente insalubre que se vuelve terrorífico cuando se pone el sol.
En apariencia van limpios, se ven uniformes escolares, van y vienen con comida… pero no hay más que ver en los lugares en los que viven para adivinar el destino que les ha deparado la vida.
Vive con casi otra veintena de jóvenes en no más de 9 metros cuadrados. “Nos turnamos para dormir un par de horas”, reconoce. Dentro cuelgan todas las posesiones (ropa, principalmente), que asegura que “se intercambian entre todas”. Y es que ese todas significa que se dedican a lo mismo: la prostitución. Rinden cuentas al que llaman daddy, el chulo que las acoge, las cuida, pero también al que deben pagar el alquiler.
Lo que diferencia a Jawa del resto es que tiene un sueño, y en este caso se cumple la excepción de que el fin justifica los medios. Quiere estudiar a toda costa, pero para ello sólo puede prostituirse. “Necesito 100.000 leones al mes -12 euros- para pagar los estudios, gastos de la casa y comer”, asegura la joven.
Su casa, con el tejado desvencijado y sin ventana, huele a desagüe. Allí viven, cocinan, duermen… y trabajan las menores, una incluso embarazada.
Es tal su obsesión por estudiar que no puede destinar nada a saber cuál es su estado de salud: “Confío en no estar enferma, pero con los gastos que tengo no puedo destinar nada de dinero a realizarme los análisis para saber si tengo alguna enfermedad”.
Se muestra tajante con lo que piensa sobre la prostitución: “No me gusta lo que tengo que hacer para conseguir dinero. Es desagradable, sucio y doloroso, pero no puedo dejar de soñar. Procuro hacerlo siempre con protección, pero no siempre es posible y te arriesgas a palizas y robos”, se sincera Jawa.
Las peores experiencias con la prostitución tienen que ver siempre cuando se niegan a mantener un encuentro y son violadas. “En una ocasión me pasó, llamé a la policía y lo único que hizo la policía fue llamarle la atención a mi agresor y decirle que eso no se debe hacer“, reconoce con dolor.
Por suerte, Jawa, como tantas otras jóvenes, tiene a partir de ahora un poco más fácil cumplir su sueño gracias al trabajo de los Salesianos y a su programa para ayudar a las menores en situación de prostitución a que dejen la calle y afronten el futuro con la esperanza de sentirse orgullosas de sus vidas.
AMISTAD TRAICIONADA Y BULLING
Jawa lleva una semana sin pisar la escuela porque se ha sentido traicionada por la que creía su mejor amiga.
Decidió contarle su situación, dónde vivía y a lo que se dedicaba para poder estudiar y en lugar de encontrar apoyo y comprensión lo que ha sufrido han sido los insultos de la clase, la complicidad de los profesores y que sus compañeras hayan ido incluso a ver si era verdad que vivía en Mabila para llamarle directamente y a la cara bitch (prostituta).
De esto hace una semana, y no ha vuelto a ir al colegio. Es tal su disgusto de no poder seguir estudiando que ha pedido a los Salesianos que vayan a hablar con el director de la escuela e intercedan por ella.
Los Salesianos, sin embargo, tienen una solución mejor para ella: cambiarla de escuela para que se sienta a gusto en un ambiente en el que nadie sepa ni pregunte por su pasado ni por su presente.
El trabajo salesiano en Sierra Leona
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