Aminata y Augusta no se conocían. Augusta ejerció la prostitución para poder comer pero ahora tiene su propio negocio de catering y se esfuerza en explicarles a las niñas que no deben ir por ese camino. Aminata, sin embargo, cree que debe ser prostituta porque su abuela lo fue y su madre también.
Augusta está agradecida a Don Bosco por la nueva vida que le brindó y Aminata es consciente de que quiere salir de ese mundo y agradece los esfuerzos de los Salesianos por convencerla… pero se resiste.
Aminata fue la primera chica que conoció en la calle el misionero salesiano Jorge Crisafulli cuando comenzó en septiembre un programa que pretende visitarlas en sus lugares de trabajo, donde están rodeadas de alcohol y drogas, oscuridad y peligros, para ayudarlas, darles refugio, sanidad, alimentación, educación y, en la medida de lo posible, reinsertarlas con sus familias.
Desde entonces, va y viene al Girls Shelter (Refugio de Chicas) cuando tiene hambre o necesita algo. Fue la única de su grupo que se resistió a abandonar la prostitución y empezar una nueva vida.
“Es un reto que Aminata deje la calle, y creo que cada vez estamos más cerca de conseguirlo, aunque le cuesta asimilar normas y horarios porque se ha criado en la libertad de la calle“, asegura Crisafulli.
La conocí hace un mes y destacaba entre todas las chicas por su belleza, espontaneidad y hasta casi diría alegría… Ayer llegó sucia, con la ropa rota, sin dormir… y con la cara muy desmejorada… Venía directamente de trabajar.
Consigue no más de 15.000 leones (menos de 2 euros) por encuentro,
y cobra más por hacerlo sin preservativo
Se quedó dormida mientras hablábamos con Augusta y costó despertarla, y hasta dormir lo hizo con un ojo casi abierto como método de autodefensa por la situación que vive a diario. Es analfabeta porque nunca ha ido a la escuela y su firma es el dedo pulgar con tinta en un papel en el que le escriben su nombre…
Su madre, asegura, “se ha vuelto loca, pero mi sueño es curarla y poder comprar medicinas para ella”, dice alguien que reconoce que “nunca he tenido una casa familiar y desde hace tres años vivo en la calle”.
Consigue no más de 15.000 leones (menos de 2 euros) por encuentro y cobra más por hacerlo sin preservativo: “Los hombres lo prefieren así, pero muchos no pagan después o incluso te pegan y te roban todo”, reconoce Aminata.
Tiene “miedo por vivir en la calle, porque he visto a muchas compañeras morir enfermas y estoy muy agradecida por lo que Don Bosco está haciendo por mí”.
Cuenta con naturalidad cómo la Policía, cuando hace redadas en la calle, las detiene y les piden en la comisaría mantener relaciones sexuales para ponerlas en libertad, o cómo las mafias chinas las llevan a sus barcos… “Pagamos por ese transporte, pero también ellos nos pagan más, hasta 350.000 leones –unos 40 euros-, pero son situaciones muy desagradables”, asegura Aminata.
Sin embargo, también ayer, después de pedir algo de dinero tras hablar con ella, volvió a la calle, porque sigue sin convencerse de que hay otra vida mucho mejor y donde está la verdadera libertad, al margen de la prostitución.
OTRO MILAGRO DE LA EDUCACIÓN
Augusta perdió a su padre cuando era niña y su madre la obligó a viajar a la capital de Sierra Leona, Freetown, junto con su hermana. Allí sólo pudieron acabar en la calle, porque no conocían a nadie ni ganaban dinero, y a los 16 años comenzó a prostituirse.
Se presenta ante nosotros como una joven educada y bien vestida. Ha pasado página en su vida, pero hay situaciones muy dolorosas que nunca se pueden olvidar por completo…
“Dormí con todo tipo de hombres, y lo peor que me pasó es que una vez me golpearon fuertemente y me robaron todo el dinero”, rompe a llorar Augusta mientras lo recuerda.
Gracias a una compañera de la calle que había oído hablar de los Salesianos y de Don Bosco Fambul, contactó con ellos y su vida cambió.
Entró en el programa Hope+, en el que aprendió un oficio e hizo 18 meses prácticas de catering en un restaurante. Demostró mucho talento, y en 2015 se graduó como la mejor de su clase.
Nunca quiso que los Salesianos le pagaran los estudios ni el costoso examen de graduación, y lo hizo con sus trabajos en la hostelería.
En la actualidad tiene su propia empresa de catering, en la que realiza comidas por encargo, y vive con su hermana.
“Ahora sí que vivo de mi trabajo y mi objetivo es decirle a todas las chicas del Girls Shelter que salgan de la prostitución, porque de ahí no van a sacar nada bueno, sólo enfermedades y problemas y van a perder un tiempo precioso para estudiar y cumplir sus sueños en la vida”, reconoce Augusta.
Ella, de momento, ha demostrado que es posible dejar la calle para desarrollarse humana y profesionalmente gracias a la educación.
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