El viernes nos despertamos en Europa con lo que promete ser otra buena dosis de incertidumbre. 17,4 millones de británicos (el 51,9%) decidieron que había llegado el momento de abandonar la Unión Europea.
Desde entonces, mucho se ha escrito y mucho se ha hablado. Los mercados siguen reaccionando a cada pequeño (o gran, según lo posicionen los medios) movimiento, y entre la población continúan las expresiones de incredulidad (y enfado) de quienes votaron permanecer en la Unión y las de alegría de quienes quieren recuperar su país, su soberanía, de algún modo, intuyo, su forma de vida anterior.
Aun no siendo británica, pero sí teniendo fuertes lazos con el país, y careciendo de la información necesaria para entender de forma racional qué significa la decisión, me sitúo entre los del primer grupo… los que creen que no hay vuelta atrás y, por tanto, navegan (y tiempo nos queda) entre la incredulidad y la negación.
Entendiendo muchas de las razones (el aumento de la desigualdad, la falta de oportunidades en muchas zonas del país, la falta de acceso a la educación, la necesidad de probar algo distinto cuando uno siente que no le puede ir peor…) que han empujado a muchos nacionales del Reino Unido a decidir abandonar la Unión, y que espero sean fuente de una profunda reflexión (tanto en el país como en el seno de la Unión), hay una que me entristece especialmente.
¿Recuerdan el artículo anterior? El que hablaba de nuestra dificultad de proyectar el futuro más allá de 15 o 20 años?
Los ciudadanos que optaron por irse de la Unión tienen más de 45 años. El 60% de los mayores de 65 años se decantaron por esa opción, frente al 73% de los que tienen entre 18 y 24 años, que querían permanecer en la misma.
Gran parte de los mayores de 60 años no se verá expuesto durante tanto tiempo a las consecuencias (todavía hoy inciertas, aunque los principios en términos económicos no parezcan halagüeños) de su propia decisión. Aquellos más jóvenes, incluso los que carecen de oportunidades, sí.
Los indios iroqueses se comprometían, antes de comenzar sus asambleas, a considerar el impacto de sus decisiones en las siete generaciones siguientes. Siempre había un representante que se refería específicamente las necesidades, la supervivencia y la dignidad de quienes nacerían hasta 150 años después.
En mi humilde opinión, considero que ignorar el potencial impacto de nuestras decisiones individuales, más allá de la inmediatez, es irresponsable (aunque dicha irresponsabilidad sea fundamentalmente inconsciente).
Y lo creo porque nos enfrentamos como sociedad global a grandísimos retos: el cambio climático, los movimientos migratorios, el exceso de desigualdad, el envejecimiento de la población, los cambios provocados por los avances científicos (tecnológicos, biológicos), la necesidad de desarrollar nuevas capacidades que nos permitan adaptarnos a las condiciones rápidamente cambiantes…
Recordé entonces lo que se cuenta de por qué se extinguieron los neandertales y sobrevivió el hombre de cromagnon. Al parecer, lo que permitió la supervivencia de este último fue su capacidad de colaborar. Los neandertales, aun pudiendo poner en marcha acciones colectivas, no fueron capaces de organizarse socialmente de una forma que les permitiera prosperar, progresar y, con ello, permanecer entre nosotros. El hombre de cromagnon sí.
Hoy, y en el futuro, vamos a necesitar todas las manos, cerebros y corazones con los que podamos contar. Y no vamos a conseguir unirlos si no tendemos puentes, si no nos ponemos en los mocasines del otro, si no adquirimos la capacidad de comenzar a considerar al otro cuando tomamos decisiones de pequeño y también de gran calado.
Y a pesar de ello, en estos momentos, cuando parece que lo que tendría sentido es unir, vemos cómo por doquier surgen iniciativas para separarnos más y más. Imagino que esto fue lo que realmente me entristeció de la decisión del casi 52% de los británicos.
Afortunadamente, existen múltiples iniciativas en el globo que tratan de compensar esta tendencia de separación y se dedican incansablemente a tender puentes. Una pequeña gran aportación a la causa es este vídeo con gran circulación. En la misma línea, Edward Said y Daniel Barenboim, creadores del West-Eastern Divan Orchestra, hablaban de que El conocimiento es el principio.
Trabajemos todos por aumentar el conocimiento, también el de conocernos entre nosotros más allá de nuestras fachadas profesionales. Reconozcámonos como humanos que somos… Quizá comencemos a invertir la tendencia.
Feliz semana.
La bondad en las palabras crea confianza
La bondad en el pensamiento crea profundidad
La bondad en el dar crea amor
Lao-Tzu
*Catalizando el desarrollo integral de personas y organizaciones
Recordamos que SALUD A DIARIO es un medio de comunicación que difunde información de carácter general relacionada con distintos ámbitos sociosanitarios, por lo que NO RESPONDEMOS a consultas concretas sobre casos médicos o asistenciales particulares. Las noticias que publicamos no sustituyen a la información, el diagnóstico y/o tratamiento o a las recomendaciones QUE DEBE FACILITAR UN PROFESIONAL SANITARIO ante una situación asistencial determinada.
SALUD A DIARIO se reserva el derecho de no publicar o de suprimir todos aquellos comentarios contrarios a las leyes españolas o que resulten injuriantes, así como los que vulneren el respeto a la dignidad de la persona o sean discriminatorios. No se publicarán datos de contacto privados ni serán aprobados comentarios que contengan 'spam', mensajes publicitarios o enlaces incluidos por el autor con intención comercial.
En cualquier caso, SALUD A DIARIO no se hace responsable de las opiniones vertidas por los usuarios a través de los canales de participación establecidos, y se reserva el derecho de eliminar sin previo aviso cualquier contenido generado en los espacios de participación que considere fuera de tema o inapropiados para su publicación.
* Campos obligatorios