Estamos empezando un nuevo año, y echando la vista atrás repaso lo que hemos vivido desde el 14 de marzo. La sensación es que ha pasado mucho más tiempo que los nueve meses trascurridos. Una semana después de empezar el confinamiento, enfermé por la COVID; afortunadamente, tuve síntomas “leves”, y estuve apartada de mi trabajo tres semanas.
Me incorporé el día de Viernes Santo. En aquellos momentos, mis compañeros llevaban trabajando sin descanso, todos los días de la semana. Me costó adaptarme a la nueva forma de trabajar, consulta telefónica, atención presencial limitada e intentando protegernos con el poco material disponible que teníamos. Todo era duda e inseguridad. Los protocolos cambiaban continuamente y tratábamos de detectar los posibles casos por los síntomas que referían los pacientes y los pocos datos de la exploración, ya que no disponíamos de test diagnósticos.
Nos autoabastecimos de pantallas para protegernos y de pulsioxímetros para dejar a los pacientes y poder detectar aquellos que evolucionaban mal y había que derivar al hospital. La atención y apoyo a la residencia de ancianos que hay en nuestra zona se hizo con el esfuerzo y la voluntad de todo el personal.
Fueron días duros, pero hubo cosas positivas, sobre todo el espíritu de equipo que se creó. La incorporación de nuestros residentes, que querían estar en primera línea, aunque nada les obligaba a ello. Igual que un compañero ya jubilado que, generosamente, quiso venir a ayudar, sin importarle el riesgo al que se exponía. Diferentes miembros del equipo tuvieron que abandonar sus funciones y hacer otras tareas para ser útiles y ayudar en todo lo que se podía. Nos organizamos entre nosotros para intentar llegar a todo.
Y llegó el verano; para entonces la presión asistencial había bajado y, de repente, empezamos la “nueva normalidad”, como decían los políticos, y la población se relajó. Las terrazas se llenaron de gente, sin mascarilla ni guardando distancia entre ellos, y llegaron las reuniones familiares y de amigos, sobre todo en el mes de agosto. Llegó septiembre y el inicio de curso y volvieron a aumentar los casos; estábamos en la segunda ola de la pandemia. En ese momento ya recibíamos más material para protegernos y se nos permitía realizar test diagnósticos, aunque con limitaciones.
En estos momentos disponemos de test de antígenos y de PCR, sin limitación, y rastreadores que nos han permitido aumentar nuestra capacidad diagnóstica y detectar muchos casos asintomáticos. Sin embargo, notamos que no es suficiente. Falta la concienciación de la población sobre el riesgo de contagio, sobre la necesidad de aislar adecuadamente a los asintomáticos, incluso fuera de su domicilio, de evitar reuniones y conductas irresponsables.
Necesitamos más coordinación y uniformidad en las decisiones que se tomen, más rapidez de respuesta ante los datos epidemiológicos que indican aumento de la incidencia.
En estos días se ha iniciado la vacunación frente a la COVID, planificando un calendario vacunal en varias fases, de acuerdo al riesgo y el grado de exposición al virus. Se pretende conseguir que a mediados de este año esté vacunada una gran parte de la población. Pero ya hay voces que manifiestan su oposición a la vacuna, incluso desde los profesionales sanitarios, y dado que la vacunación es voluntaria, no sabremos qué grado de cobertura se podrá alcanzar. Es verdad que desconocemos qué nivel de protección nos va a proporcionar, pues los datos disponibles no se han obtenido sobre la población general. No obstante, hay que vacunarse, es la única opción que tenemos para intentar disminuir la incidencia de la enfermedad y evitar los casos graves y mortales. Claro que nos gustaría saber más sobre la eficacia de la vacuna, pero eso lleva tiempo, y tiempo es lo que no tenemos.
Necesitamos parar esto lo antes posible y, si queremos poder seguir con nuestras vidas, lo tenemos que hacer entre todos, cada uno poniendo de su parte lo que pueda. Las soluciones normalmente no vienen desde arriba, sino de lo que cada uno de nosotros hagamos.
Quiero dedicar un recuerdo especial a los pacientes que nos han dejado por culpa de la COVID, personas mayores de las que guardo un buen recuerdo y que se contagiaron a través de familiares y cuidadores, y también a los compañeros fallecidos o infectados ejerciendo su profesión.
Seamos responsables; no nos engañemos, incluso con la vacunación tendremos que seguir todavía mucho tiempo con el uso de la mascarilla, el lavado de manos y guardando distancia.
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