Los telediarios abren las noticias con el número de contagios y nuevas muertes cada día, con las nuevas medidas que se implantan, con la actitud de algunos desaprensivos que son pillados sin mascarilla; otros, en fiestas masificadas, y algunos incumpliendo las restricciones de movimiento que se decretan.
Pero la gran mayoría estamos con el corazón en un puño, preguntándonos cada día cuándo demonios va a terminar esto, y ese deseo nos hace respetar lo que nos indican por miedo al respirador de la UCI y a no ser la causa de que otros lo prueben.
Una situación tan grave como esta pandemia debería unir fuerzas y esfuerzos para terminar con ella o controlar lo antes posible su extensión, que está produciendo una devastación económica y de vidas humanas inimaginable. Los poderes públicos de este país deben asumir que no tenemos la mejor Sanidad del mundo y que los grandes errores que se venían cometiendo, los que siempre hemos venido denunciando, eran reales y ahora padecemos sus consecuencias.
Ya ha dejado de ser un mito la necesidad de reforzar la Atención Primaria, se han dado cuenta de que es imprescindible aumentar el presupuesto en Sanidad, que merece la pena prevenir antes que curar, que el personal sanitario es una base fundamental de nuestra sociedad y un pilar indispensable de nuestro sistema de salud.
Ahora es tarde, en plena tragedia, para tomar medidas que muchos años antes se deberían haber tomado; ahora toca, con urgencia, evitar las muertes y los contagios para poder estabilizar en serio la maquinaria económica, que sin salud y sin control de la pandemia, no va a funcionar jamás. No se pueden formar médicos especialistas en dos meses ni hay enfermeros suficientes para tanto hospital porque se vieron obligados a marcharse a Inglaterra por las condiciones de trabajo tan malas que aquí les ofrecían.
La inmensa mayoría de ciudadanos queremos colaborar en la extinción de esta pandemia y cumplimos lo que nos dicen, a pesar de que entre unos y otros nos vuelvan locos. Todos somos el objetivo del virus, y la mayoría intentamos ponerle dificultades, cumpliendo las normas de defensa individual que de forma machacona nos repiten.
Siempre hay quien juega a la contra, desestabilizando, confundiendo, negando, minando el ánimo, siempre con intereses muy concretos alejados del bien común, y nunca para terminar con esta pesadilla. Estos son pocos. La mayoría, empezando por quienes trabajan en los hospitales y centros de salud y terminando por cualquiera de los empleados públicos o ciudadanos, están poniendo, hasta la extenuación, sus fuerzas al servicio de todos. Unos trabajando; otros, cumpliendo las normas, y hasta los más pequeños, sacrificándose sin el parque o el abrazo de sus amigos o abuelos. Esta mayoría es la que va a vencer al virus.
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