Desde que comenzara la guerra en Ucrania se ha vuelto a poner de manifiesto el brutal impacto que supone para las poblaciones afectadas. Como ocurre en la mayoría de los conflictos armados, con el paso de los días los ataques se ensañan con los civiles. En el siglo XX se han producido 191 millones de muertes relacionadas con este tipo de combates, casi la mitad de la población actual de Europa.
Se estima que, por cada persona muerta directamente por la guerra, nueve fallecen indirectamente, como recoge un artículo de opinión publicado recientemente en la revista The BMJ, escrito por Julian Sheather, asesor especializado en ética y derechos humanos de la Asociación Médica Británica.
“A pesar de todo lo que se dice sobre las armas ‘inteligentes’ y los ataques selectivos, las embestidas rara vez se limitan a los combatientes. Conflictos recientes, como los de Oriente Medio, han arrastrado a un gran número de ciudadanos a la vorágine, con efectos devastadores. Y en Ruanda y Kosovo, en la década de 1990, el 90% de las víctimas mortales fueron civiles”, lamenta Sheather.
Todos los enfrentamientos recientes han confirmado los efectos sanitarios de la guerra, que pueden trasladarse más allá de las fronteras de los países implicados, como en el caso de las personas desplazadas. Según Naciones Unidas, hasta ahora casi 3,2 millones de personas han huido de Ucrania.
“La guerra destruye algo más que cuerpos y mentes. Las personas que abandonan las zonas afectadas sufren terriblemente en las rutas migratorias hacia las partes más estables del mundo. Luchan por encontrar alimentos nutritivos y viviendas dignas”, subraya el asesor.
Mª Isabel Portillo Villares, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) que ha trabajado en países en guerra como Líbano y Nicaragua con Médicos Sin Fronteras (MSF), apunta también la falta de valoración suficiente de otras consecuencias para la salud no tan inminentes.
“Se cuentan muertos y heridos, pero no otras secuelas importantes, como la pobreza que ocasiona. Por ejemplo, las minas antipersona, muy usadas en algunos combates, provocan la perdida de miembros. Y en países empobrecidos esto supone muchas dificultades no solo para sobrevivir, sino para incorporarse después al mercado de trabajo, por lo que aumenta la carga para las familias”, explica a SINC.
Destrucción de los sistemas sanitarios
Desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) insisten en la necesidad de que los sistemas sanitarios de Ucrania continúen funcionando para brindar atención esencial a todas las personas con problemas de salud. Con fecha de 17 de marzo, han verificado 43 ataques a la asistencia sanitaria, con 12 personas muertas y 34 heridas, entre ellas trabajadores.
“La interrupción de los servicios y suministros en el país está suponiendo un riesgo extremo para las personas con enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, VIH y tuberculosis, que se encuentran entre las principales causas de mortalidad en el país”, declara el director de la institución sanitaria, Tedros Adhanom Ghebreyesus.
Por su parte, Médicos Sin Fronteras ha informado que “los asaltos a las estructuras sanitarias minan la poca capacidad que queda para tratar a los casos urgentes. En una ciudad en la que el sistema sanitario está al borde del colapso, privar a la gente de una asistencia tan necesaria es una violación de las leyes de la guerra”.
“En los recientes conflictos de Siria y Yemen se han atacado deliberadamente los centros sanitarios. En Ucrania, el impacto en la salud pública será probablemente demoledor. La infraestructura civil es muy vulnerable a los conflictos modernos”, señala Sheather.
Todo esto es un caldo de cultivo para la transmisión de enfermedades. “Las patologías infecciosas vuelven a surgir en las guerras. El comportamiento humano cambia y aumentan las infecciones no transmisibles relacionadas con comportamientos de riesgo”, recalca.
Empeoramiento de la pandemia y violación de derechos
Además, la guerra también está agravando el impacto de la pandemia en Ucrania. Con solo un tercio de la población adulta totalmente vacunada, esto aumenta el riesgo de que un gran número de personas desarrollen una enfermedad grave.
“La covid-19 nos ha afectado a toda Europa y a todo el mundo, pero lo ha hecho mucho más a las poblaciones que tenían recursos socioeconómicos y sanitarios más limitados. No sabemos lo que va a pasar”, continúa la especialista española.
En un conflicto armado como este, los recursos van a la guerra y la emergencia, y se deja de invertir en servicios sanitarios. “Para reconstruir estos países se para de gastar en salud. Y, por supuesto, lo social y lo sanitario se van a resentir, indudablemente. Es una constante en todos los combates de este tipo”, añade Portillo, médico especialista en medicina preventiva y salud pública.
Para la experta, igualmente es muy preocupante “el aprovechamiento del conflicto para crear servicios privados de salud y educación, como ha ocurrido en el tsunami que asoló Indonesia. También es algo común la violación de los derechos humanos y la violencia ejercida hacia las mujeres”.
Problemas de salud mental
El impacto de la guerra en la salud va mucho más allá de los efectos inmediatos. Un estudio realizado en 2014 por investigadores de la Universidad de Múnich (Alemania) analizó las consecuencias a largo plazo que tuvo la Segunda Guerra Mundial. Los autores encontraron que haber experimentado este conflicto se asociaba con más probabilidad de tener diabetes, depresión y enfermedades del corazón en los adultos mayores.
En definitiva, la guerra puede influir en la vida de los supervivientes, décadas después de que termine. En 2019 la OMS realizó una revisión de estudios sobre la prevalencia de los trastornos psicológicos en situaciones de conflicto. Los resultados fueron dramáticos: una de cada cinco personas que vive en estas zonas tiene un problema de salud mental.
“Se necesitan urgentemente servicios especializados y apoyo psicosocial para afrontar los efectos de la guerra. Hay más de 35.000 pacientes en los hospitales psiquiátricos ucranianos y en los centros de atención de larga duración que se enfrentan a una grave escasez de medicamentos, alimentos, calefacción, mantas y otros”, revela el director de la organización.
Estas misma repercusiones extremas han sido destacadas desde la Mental Health Europe, una organización independiente europea, en un comunicado emitido este mes. En él advierten de las serias consecuencias a largo plazo que puede tener la guerra en el desarrollo de patologías mentales en los niños y jóvenes implicados, y apela a la inversión de medidas en la prestación de apoyo psicológico y social.
“El pueblo ucraniano lleva muchos años viviendo con las intenciones de su vecino. Los efectos sobre la salud mental de esta invasión serán graves y duraderos. Los que se vean directamente atrapados en el conflicto correrán el riesgo de padecer trastorno por estrés postraumático, pero también aumentarán la depresión, ansiedad y otras afecciones relacionadas con dicho estrés, incluido el consumo de alcohol y drogas, que pueden tener repercusiones intergeneracionales”, puntualiza Sheather.
“Yo misma, cuando volví del Líbano, no podía oír fuegos artificiales porque me producían terror, me recordaban a los bombardeos. Lo mismo puede verse en Yugoslavia, donde todavía hay gente con miedo y muy traumatizada”, cuenta Portillo, que además es doctora en Psicología social.
El riesgo de los más vulnerables
Esta guerra, como todas, provocará muerte, miseria y más odio. Y una mayor desprotección para los más vulnerables. “Las tragedias que ven los niños y niñas en estos conflictos se traducen muchas veces en agresividad, en depresión y en un refugio en hábitos no saludables. Y las mujeres son las grandes invisibles. No se tiene en cuenta su estrés postraumático y sufrimiento”, expone la médico.
Para Tedros Adhanom, “atacar a los más vulnerables –bebés, niños, mujeres embarazadas y pacientes crónicos– y a los trabajadores sanitarios que arriesgan sus propias vidas para salvar el resto es un acto de crueldad desmedida”.
“Ya hemos visto que las necesidades de atención de las mujeres embarazadas, las madres recientes, los niños y las personas mayores dentro de Ucrania están aumentando, mientras que el acceso a los servicios se ve gravemente limitado por la violencia. Su sistema sanitario está claramente sometido a una gran presión, y su colapso sería una catástrofe. Hay que hacer todo lo posible para evitarlo”, exponen desde la institución sanitaria.
Por su parte, el Gobierno de España ha mostrado esta semana su respaldo para aumentar la atención sanitaria de la ciudadanía ucraniana. “Esta guerra está teniendo como consecuencia una crisis social y humanitaria a la que es necesario que la Unión Europea y todos los países miembros demos una respuesta coordinada y a la altura de las circunstancias”, reveló la ministra de Sanidad, Carolina Darias.
Dentro del Sistema Nacional de Salud se han puesto a disposición del Gobierno ucraniano más de 5.500 camas sanitarias, de las que 1.184 son pediátricas, y se ha establecido un mecanismo para ofrecer y enviar al país y las zonas limítrofes los medicamentos que se van precisando.
“Una guerra destruye las raíces del bienestar humano, rompe los vínculos entre las personas y los lugares que habitan. Y deja un legado duradero. La memoria traumática puede hacer imposible la búsqueda de paz. Y sin ella no puede haber una esperanza real de salud. Esta invasión no es solo una tragedia para los ucranianos de hoy, también pesará sobre las generaciones futuras”, concluye en su artículo Sheather.
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