Nació al lado del mar, pero la vida, con sus paradojas, la condujo a desentrañar los secretos que guarda el fondo del océano desde una tierra de agua dulce. Desde bien pequeña, María Ángeles Bárcena Pernía (Santander, 1963) se imaginaba observando a través de un microscopio, un sueño que ha visto cumplido a través del Grupo de Geociencias Oceánicas de la Universidad de Salamanca (GGO), uno de los más potentes del país en el estudio del cambio climático a través de técnicas micropaleontológicas y biogeoquímicas aplicadas al análisis de testigos oceánicos.
Profesora titular del Departamento de Geología de la USAL, Bárcena Pernía es una de las tres únicas investigadoras de Salamanca incluidas en la lista de las mejores científicas españolas según el llamado Índice H –establecido en función de las citas de sus artículos–, junto con Dolores Caballero (Hematología) y María del Mar Siles (Parasitología). Con su labor investigadora, explora la historia de la tierra utilizando datos registrados en el sedimento marino, concretamente en lo que ella llama, casi con cariño, “mis diatomeas”, organismos microscópicos de forma redondeada o alargada que ya existían hace millones de años y que, convertidos en microfósiles, guardan un valioso conocimiento sobre la evolución de los mares y, con ella, la del planeta, una evolución que no es ajena a la mano humana. En 1989, María Ángeles Bárcena trabajó con las muestras de la campaña Antártida-8611, la primera financiada en España, y desde entonces no ha dejado de ahondar en los misterios del Antártico… y en los de otros océanos que esconden tesoros del pasado que ayudan a entender el presente y adelantar lo que puede ocurrir en el futuro si no ponemos remedio.
¿Siguió el camino de la Ciencia por tradición familiar?
No, yo vengo de una familia humilde, de obreros. Mi madre, además de su trabajo en un hospital, primero como pinche y luego como cocinera, vendía ropa a plazos para sacarse un sobresueldo y poder tener a sus hijos estudiando en Salamanca. En la escuela del pueblo estábamos todos los cursos juntos y, como a muchas otras chicas, en cuarto de EGB mi madre decidió enviarme a un internado. No sé por qué, pero en los trabajos que nos mandaban hacer allí siempre me veía en un microscopio, desde los 10 años. Y claro, como soy de Santander, tenía que ser en algo relacionado con el mar.
Llama la atención que investigue sobre el mar desde una tierra tan de secano como Salamanca…
Cuando llega el Bachillerato, eres adolescente, y las cosas cambian. Un grupo de amigas del instituto iba a venir a Salamanca a estudiar, así que en vez de quedarme en Oviedo o en Bilbao para hacer Biología, me vine a Salamanca. Yo quería estudiar el mar, pero aquí, de Biología Marina, nada. Me planteé cambiarme a Galicia y hacer Biología Marina, pero los planes de estudio eran muy distintos y me tocaba estudiar Matemáticas, así que me quedé. Cuando llegué a quinto, comenzó la asignatura de Paleontología, donde se estudiaba la visión temporal de los organismos, no sólo la espacial.
“Empecé a trabajar con las primeras muestras de la campaña
‘Antártida-8611’, donde se cogieron muestras de organismos
en los que nadie había trabajado en este país”
En una de las prácticas, un profesor que tuve en quinto nos llevó al mar e hicimos una colección de algas. Me pasé todo el año en el laboratorio determinando algas, y cuando le pregunté al respecto para hacer la tesina me respondió: “Es que el mar está muy lejos, hija”. Entonces contacté con José Abel Flores, que en aquel momento era profesor de prácticas, y le dije: “Es que trabajar con mucho fósil no quiero…”. Me contestó que no me preocupara, que también hacían cosas que podrían ser actuales. Un día me llamó para comentarme que un equipo acababa de llegar de una campaña en la Antártida y que si quería hacer la tesina en ese campo. Y me quedé.
Así que la vida le puso el mar en bandeja…
Me lo puso en bandeja. Empecé a trabajar con las primeras muestras de la campaña Antártida-8611 (la primera expedición científico-pesquera a la Antártida financiada en España). Fueron en unos barcos pesqueros muy sencillos, el Pescapuerta Cuarto y el Nuevo Alcocero, pero cogieron muestras de organismos en los que nadie había trabajado en este país.
¿Aquella expedición, realizada en 1986-1987, puede considerarse el germen del Proyecto Antártico Español?
Yo creo que la campaña 8611 no se enmarcó todavía en el Programa Nacional de Estudios Antárticos, que vino un poquito después, cuando Josefina Castellví y otros compañeros se fueron a la Antártida a buscar ubicaciones para la Base Antártica Española Juan Carlos I (situada finalmente en la isla Livingstone) y posteriormente empezaron a buscar financiación para el buque oceanográfico Hespérides. Pero antes de que el Hespérides estuviera operativo, se abrió un Programa Polar específico, que fue cuando yo concursé a una beca que me concedieron en 1998. Ya tenía mi experiencia con esas muestras de la campaña Antártida-8611, había presentado una publicación en un congreso y debieron decir: “Ya tenemos a alguien que está haciendo estas cositas con organismos siliceos en el océano”. Creo que fui de las primeras becarias de la investigación polar antártica.
¿Cómo fueron los años posteriores a su tesina?
Yo empecé la tesis en 1988. Luego con una beca realicé estancias de formación en Alemania todos los años durante tres meses, y también pedí un proyecto de investigación para irme a la Antártida. Siendo becaria, fíjate, cuando normalmente esos proyectos no se los concedían a un becario. Ni siquiera había acabado todavía mi tesis. Tenía mis conexiones en el centro de investigación polar y marina Alfred Wegener Institute de Alemania, donde estaba mi otro supervisor de tesis. Se preparó la campaña y yo pensé que me apuntaba de cabeza.
“Estar rodeada de glaciares es algo
impresionante, indescriptible”
Fue intrépida…
Bueno, me iba a ir sí o sí, pero necesitaba financiación para el viaje, para el material térmico, para comprarme una buena parka… Y me lo dieron. Eran los embriones de la investigación polar.
¿Cómo recuerda aquel viaje?
Para mí fue el primero, en 1992. Fue duro, porque fueron dos meses en pleno invierno antártico, y muchas horas de trabajo diario.
¿Rodeada de hielo?
Rodeada de hielo, porque era en un barco rompehielos. Casi todos los compañeros eran alemanes, aunque había algún gallego en la tripulación. Fue como toda campaña: al principio muy bien, llega un momento en que te cansa, y luego vences todas tus angustias y en la segunda parte de la expedición va todo sobre ruedas. Ahora ya no recuerdo lo malo.
¿Qué se siente al estar rodeada de glaciares?
Es algo impresionante, indescriptible.
(Muestra algunas fotografías realizadas sobre mar helado en la Antártida “un día que nos dejaron ir caminando un ratito y con motonieves a ver una base”).
Las otras campañas también son muy bonitas, aunque no veas hielo.
¿Cómo es la vida en un barco científico, su laboratorio?
Los técnicos tiran los aparatajes, y una vez que sube el material, allí mismo se muestrea para realizar los análisis preliminares. Del barco sales con un informe ya hecho. Trabajas en tu rinconcito, con tu microscopio y tu campana para preparar las muestras rápidamente; ese es nuestro laboratorio: un metro cuadrado para trabajar.
¿Y cómo transcurre el resto del tiempo en un buque como el Hespérides?
El resto del tiempo… Bueno, son 12 horas de trabajo y ocho de sueño, y durante las otras cuatro al final sigues estando en el laboratorio, o hablando todos de lo mismo. O quizás te vas un rato al gimnasio o a la sauna, porque algunos barcos tienen sauna, e incluso una pequeña piscina.
¿Se genera un vínculo particular entre los miembros del equipo?
Sí, se generan muchas relaciones. En una campaña con 20 personas acabas haciendo muchas amistades.
¿En cuántas expediciones ha participado?
En unas seis. A la Antártida sólo fui en aquella ocasión, pero he estado en un par de ellas en el Mediterráneo, en Sudáfrica, por toda la costa sur de América… Pero esas expediciones son más cortas. Con el Hespérides son tres semanas, y también con barco francés. Son más cortas y más llevaderas.
¿Y cómo se llevan esos viajes científicos a la hora de conciliar?
Yo he tenido mucha suerte, porque mi chico apostó siempre por mí, incluso en detrimento de su trabajo.
No es lo habitual…
Cuando yo estaba haciendo mi tesis, él estaba con el MIR. Cuando me fui a Alemania, él trabajaba en Madrid, y al regresar lo haces con postdoctorales y postdoctorales… Vas encadenando contratos, nunca nada fijo, y cuando ya en Salamanca me dieron un contrato Ramón y Cajal vimos que la cosa ya estaba encaminada e iba a tener algo fijo. Uno de los dos teníamos que renunciar a algo, y él dejó la Medicina para no estar yendo y viniendo de Madrid.
El Grupo de Geociencias Oceánicas de la Universidad de Salamanca (GGO) es muy potente. Está reconocido como Grupo de Excelencia y como Unidad de Investigación Consolidada y por su alta especialización está ligado a importantes instituciones nacionales e internacionales. De nuevo llama la atención que un equipo que trabaja desde Salamanca sea tan activo y tan relevante en el ámbito de la investigación marina…
Sí. Ahora tenemos a José Abel Flores en la Agencia de Evaluación de Proyectos. Somos un buen grupo, cada uno tiene sus contactos y sus proyectos en su campo de estudio. Y nos llevamos muy bien.
¿Cómo está posicionada España en cuanto a la investigación de los océanos?
Yo creo que no está mal. En nuestro campo hay grupos muy potentes, y además del Hespérides tenemos el Sarmiento de Gamboa, el buque oceanográfico Ángeles Alvariño… El Sarmiento incluye a investigadores extranjeros y el Hespérides también, y eso nos ha dado mucha visibilidad. Y luego estamos todos en redes europeas… Yo creo que en Geología marina y en Paleoceanografía estamos bien posicionados y con grupos potentes.
El GGO está especializado en estudios sobre el cambio climático, algo que algunos escépticos ponen en duda. ¿Qué piensa cuando escucha ese tipo de mensajes, a veces incluso de boca de personas muy importantes en la toma de decisiones?
Cuando vamos a dar nuestras charlas y yo, casi a modo de broma, pongo las opiniones de Trump, la gente se ríe. Yo creo que los ciudadanos ya saben quiénes son estos señores. Como cuando Rajoy aludió a su primo científico para restar importancia al cambio climático. Yo creo que la gente ya no se los toma en serio…
Pero como no nos tomemos en serio a nuestros gobernantes…
Es cierto. Hay que hacer campañas e ir con los datos en la mano. El cambio climático es una evidencia.
¿Qué secretos revela el fondo de los océanos en relación al cambio climático y al futuro que nos espera?
Yo siempre digo que el fondo del océano es un libro de historia. Los organismos viven en superficie, se mueren y se van enterrando. Y entonces nos dejan un registro histórico de millones de años, o incluso de unos pocos años… Yo trabajo con diatomeas, que son organismos que viven en la columna de agua; viven en el mar, pero también las veo en el continente. Las continentales se transportan por ríos que están desembocando al mar, y también se quedan allí. O pueden vivir en lagos desde donde, si se han secado y hay viento, son transportadas. Cuentan la historia, tanto del mar, como de lo que pudo haber pasado en el continente.
“Los organismos nos dejan un registro histórico de millones de años…
Yo trabajo con diatomeas, que cuentan la historia, tanto del mar
como de lo que pudo haber pasado en el continente”
En mi caso, últimamente estoy trabajando con trampas de sedimentos, y esto nos deja registros de los últimos diez, quince años… O vamos a algunas zonas de la Antártida y obtenemos una historia de los últimos 100 años… En el fondo del océano podemos ver un registro donde el ser humano todavía no estaba empezando a actuar. Son los organismos que murieron hace unos cuantos cientos de años, cuando la revolución industrial no estaba actuando todavía, pero si vamos a sedimentos mucho más recientes, ahí ya empezamos a ver cambios. Cuando vamos a nuestras trampas de sedimento, que hablan de los últimos pocos años, podemos tener la referencia de lo que pasa ahora e inferir cambios importantes.
¿Y qué nos dicen esos cambios?
Que de alguna forma el océano se está alterando, que el CO2 está empezando a acidificar el océano. Puede haber cambios en la composición de los esqueletos, y los corales también nos dicen mucho… Si, siendo la misma especie, los esqueletos de organismos que se están formando ahora son distintos a los que se formaron hace 200 años, eso nos está diciendo que está ocurriendo algo. Y si el CO2 que estamos midiendo en las burbujas de aire que están en los hielos nos dice que antes teníamos tantas partes por millón de este gas y ahora resulta que observamos casi el doble, algo tiene que estar pasando… Y cuando vemos las chimeneas echando humo ya sabemos lo que está pasando.
Quizás cuando no vemos el riesgo cerca lo vamos apartando para no pensar demasiado en ello, pero se dice que el cambio climático, a la larga, no sólo tendrá consecuencias sobre la biodiversidad, sino también sobre la alimentación y sobre la salud humana. ¿Se están viendo ya algunos de sus efectos en este sentido?
Sólo hay que ver las noticias: las fiebres hemorrágicas en personas a las que ha picado una garrapata; el mosquito tigre, que no es nuestro, viene de otros territorios; la avispa asiática, que está plagando ya todo el norte y comiéndose a las abejas autóctonas, las que polinizan nuestros cultivos… Lo mismo ocurre con determinadas enfermedades tropicales.
¿Quiere decir que el cambio climático está favoreciendo que determinados vectores encuentren condiciones ideales para actuar fuera de su hábitat tradicional?
Las encuentran, claro, las pueden encontrar. Necesitan calor y humedad. Por suerte, en Salamanca tenemos calor y poca humedad; o mucho frío, y de momento estamos un poco más protegidos en ese sentido…
De momento, dice…
Tampoco hay que alarmar, porque tenemos un sistema sanitario muy bueno. Pero dale tiempo a que haya poblaciones con enfermedades tropicales importantes en nuestras costas, en nuestras zonas más húmedas y templadas, para que luego la transmisión sea directa, de persona a persona, sin necesidad de que haya un vector.
“Si los esqueletos de organismos que se están formando ahora
son distintos a los que se formaron hace 200 años,
siendo la misma especie, es que está ocurriendo algo”
¿El cambio climático va a modificar el paisaje de nuestro mundo?
Seguro. Por ejemplo, inundaciones y gotas frías ha habido siempre; las ramblas del Mediterráneo están para lo que están, para canalizar esas tormentas. El problema es la frecuencia. ¿Una gota fría todos los septiembres? Ahora son varias seguidas, o mucho más intensas… En la Cornisa Cantábrica, Santander se está inundando todos los inviernos. Entra el mar hasta toda la playa del Sardinero, y llegan hasta los restaurantes que están en lo que llamamos el parque de Mesones. Coinciden tormenta y luna llena o luna nueva con mareas altas y se nos inunda. ¿Había pasado antes? Ahora está ocurriendo todos los años.
¿Corremos el riesgo de normalizarlo y no pensar en nuestra parte de responsabilidad o estamos a tiempo de poner remedio?
Por lo menos, de no empeorarlo. El hielo antártico es otra historia, pero si vamos al hielo ártico… Cuando se descongela, la superficie que queda libre de hielo cada vez es mayor. El Ártico se congela todos los años, sí, pero el problema es que ese hielo no se mantiene congelado, que el hielo joven es muy finito, al contrario que el hielo viejo, que es muy potente. Pero ese hielo viejo cada vez es menos.
Todos tenemos en la cabeza imágenes de esos grandes montículos de hielo desmoronándose, mientras los científicos nos advierten…
Son glaciares continentales, y eso es lo grave. Que se deshiele el Ártico va a ser muy grave, tanto para la circulación oceánica, como –y sobre todo– para las comunidades que viven en el Ártico, porque va a cambiar su ecosistema marino, pero eso no va a afectar a la subida del nivel del mar. Es como el cubito de hielo que está en el vaso; aunque se derrita no se va a desbordar. Pero los glaciares continentales se están desmoronando, y ese hielo está encima del mar. Y eso sí va a afectar a la subida del nivel del mar.
Como demuestra esta sección, y también su amplia trayectoria, Ellas investigan… Sin Género de dudas. ¿Por qué la cara femenina de la Ciencia no es tan visible?
En nuestro caso, somos un grupo pequeño, y cuando se solicitan proyectos es necesario apostar a caballo ganador, y eso es apostar por José Abel Flores y Francisco Javier Sierro. A mí me dicen que soy como la madre del grupo, la que mantiene unidos a los becarios, la que se acerca más a ellos… (risas). Soy más familiar, y apuesto por ellos dos como líderes de grupo. Tenían una trayectoria previa a la mía, al fin y al cabo yo fui su primera estudiante.
En un momento como éste, en el que son frecuentes las advertencias sobre la llamada fuga de cerebros y la pérdida de talento, muchas de las protagonistas de Ellas Investigan cuentan que siempre consideraron necesario salir a otros países para mejorar la formación, aunque reconocen que quizás el regreso ahora es más complicado…
En mi caso la vuelta también fue muy complicada. Después de mucho pelear por el extranjero, al final regresas a casa, pero no te creas que lo hacemos pronto. Yo me fui de postdoctoral a Alemania y, además, primero con un contrato alemán. Luego conseguí un contrato postdoctoral español. Después, la Antártida se puso menos de moda, en favor del Mediterráneo. Pedí otra beca postdoctoral para estar en Portugal con una investigadora que trabajaba mucho en latitudes medias. Después de eso regresé a España con contratos postdoctorales, todos competitivos, porque nadie te regala nada, y con aquello que se llamaba becas de reincorporación, que eran de tres años. Conseguí contratos europeos para proyectos que desarrollábamos… Y al final me di cuenta de que estaba en Salamanca y hacía mucha investigación, pero nada de docencia, que me hacía falta para cualquier concurso a plazas. Así que conseguí una plaza de profesor asociado para ganar 67.000 pesetas, renunciando a un proyecto europeo para poder incluir en mi currículum la docencia. Luego llegó el contrato Ramón y Cajal, ya con docencia asociada. Pero fíjate, eso fue en 2001, en la primera convocatoria del programa, y había empezado como becaria en 1989… Cinco años de Ramón y Cajal se van hasta finales de 2006, y en 2007 se abren para toda España dos plazas de habilitación para mi área, la Paleontología. Entonces ya me habilito a nivel nacional y consigo por fin plaza fija. En 2008.
Casi dos décadas de precariedad e incertidumbre, la más temida espada de Damocles en la Ciencia…
Totalmente. Pero no sólo en mi caso. Algunos lo tuvieron muy bien, como Fernando VII, pero a partir de ciertos años todos hemos estado renovando contratos.
¿Diría que los recortes de la crisis han empeorado la situación?
Durante los últimos ocho años, en el periodo de Daniel Hernández Ruipérez como rector, estuve como asesora de los vicerrectores de Profesorado, viendo las RPT y todas esas cuestiones. Entre 2011 y 2016 fueron años muy duros, mucho, porque no había tasa de reposición. Sin embargo, nadie se ha ido a la calle en esta Universidad. Se hacían contratos como interinos, pero nadie se ha ido a la calle. Era más difícil apostar por gente nueva, aunque también se hacía; había unos contratos de reemplazo para traer a ayudantes doctores, aunque debían ser de excelencia. Y han venido. Aquí tenemos a un profesor ayudante doctor, Andrés Salvador Rigual, que llegó después de estar tres o cuatro años en el extranjero y ya con 16 artículos de impacto publicados. Han venido con cuentagotas, sí, pero en aquella época se apostó por traer a gente valiosa.
Todos esos talentos, personas muy válidas, ¿lo tienen fácil para quedarse?
Con esa trayectoria, una vez que han acabado su periodo como ayudante doctor, mal se les tiene que dar la cosa para que no les acrediten a figuras superiores, y si la actividad docente continúa, van haciendo su carrera profesional.
“Para poder incluir en mi currículum la docencia,
conseguí una plaza de profesor asociado para ganar 67.000 pesetas,
renunciando a un proyecto europeo”
¿Entonces el panorama no es tan negro como lo pintan?
Yo creo que ahora menos, que se han abierto más las puertas y se puede contratar a más gente. De hecho, se está contratando.
Hay quien dice que los laboratorios se están quedando vacíos por las dificultades para conseguir financiación…
¿No será también que a veces los muchachos se están acostumbrando a que se lo den todo hecho? Nosotros somos tres, y ahora mismo tenemos dos becarias FPU y una predoctoral Marie Curie, además del profesor ayudante doctor, que ahora es un postdoctoral Marie Curie. No sé, quizás a los alumnos les gusta lo que les estamos contando y vienen. Nuestras chicas están encantadas, y saben que aquí no van a tener más posibilidades, porque si nos han concedido un ayudante doctor y otro que va a salir ahora…
Tiene un ritmo de publicaciones intenso…
En Geología no podemos comparar con otros ámbitos científicos… Los químicos publican tres veces más. Pero puede decirse que llevo un ritmo bastante constante y con muchas colaboraciones internacionales.
¿Le gustaría volver a embarcarse en una expedición?
Depende del proyecto. Hubo una que me apeteció mucho, porque suponía volver a la Antártida con el Joides Resolution. Pero era la época de la crisis, y España dejó de pagar su tasa a los programas internacionales de de investigación de riesgos geológicos, así que solo podías ir como extranjero o como jefe de campaña, que en ese caso era una colega mía, Carlota (Escutia). Yo iba a ir como especialista con mis diatomeas, pero al final no pudo ser, porque no había cupo español. Al final estuvimos trabajando con ella a través de fotografías o por videoconferencia. Me preguntaba si conocía determinada especie, y nos íbamos comunicando.
¿En qué está trabajando en este momento?
Llevo unos cuantos años trabajando con equipos italianos y holandeses en unas muestras de la Antártida, en el mar de Ross, que tiene una plataforma de hielo importante. El mar helado también se extiende mucho, y en mi caso me ha correspondido estudiar unos testigos antárticos para determinar su edad con mis diatomeas y analizar cómo ha fluctuado el mar helado en los últimos 250.000 años. Es un trabajo que está todavía sin publicar.
¿De alguna manera esos resultados se están trasladando a la práctica?
Hay otros investigadores que tienen curiosidad por lo que está pasando allí en el mar de Ross. Fíjate cómo es la historia en este caso concreto. Hace poco, un grupo del Reino Unido vio datos sobre mis diatomeas en una de las comunicaciones a congresos presentada por uno de los investigadores holandeses. Y una investigadora me escribió para decirme que le enviara muestras, porque quería publicar ella no sé qué historias con mis datos. Le dije: “Espera, espera. Yo te mando muestras, pero hay que esperar a que esto se publique…”.
“Actualmente estudio unos testigos antárticos
para determinar su edad con mis diatomeas y analizar
cómo ha fluctuado el mar helado en los últimos 250.000 años”
¿Cómo se consigue que un campo de conocimiento que se ocupa de estudiar el pasado –y cuyo nombre, Paleoceanografía, es hasta difícil de pronunciar– resulte atractivo a un joven estudiante?
La Paleoceanografía se la explicamos a los geólogos; a los biólogos y a los alumnos de Ciencias Ambientales les explicamos Oceanografía. Un paleoceanógrafo tiene que conocer el océano actual desde un punto de vista físico, químico, geológico, biológico… Y luego les contamos lo que hacemos nosotros.
Y con eso ya les tenéis ganados…
Sí, les enseñamos cuatro barcos y ya les tenemos ganados (risas). Les decimos: “¿Os imagináis cuánto cuesta sacar un barco cada día en una expedición? Pues este barco cuesta 30.000 euros por día, sin contar el personal. Es decir, no es una expedición de placer, sino de trabajo”. Además, hay campañas, como las del Joides, en las que se permite a los investigadores ponerse en comunicación con centros docentes. Si tenemos un ex becario nuestro en una expedición, quedamos con él coincidiendo con una clase y dedica una hora de su tiempo a contar a los alumnos cómo se trabaja en un barco.
¿Qué es lo que más le satisface de su trabajo como investigadora?
Estar al microscopio, hacerme la composición de lo que tengo entre manos y, al final, ver los resultados. Lo que llevo fatal es ponerme a escribir, aunque hay que hacerlo. O introducir los datos en el ordenador. Pero me encanta el microscopio. Y también estar con los chavales.
¿Le gusta la docencia? Hay quien dice que resta mucho tiempo a la investigación…
Claro que resta tiempo, pero a cambio tienes el contacto con los estudiantes, y es la forma de ganártelos luego. Nosotros impartimos Oceanografía y Paleoceanografía, pero sobre todo somos paleontólogos, así que también nos toca dar Paleontología y hablar hasta de los dinosaurios. Pero me gusta estar con ellos, sí.
Para quienes están acostumbrados a analizar lo sucedido hace muchos miles de años, el tiempo es de lo más relativo, y consideran recientes periodos de estudio de miles de años… ¿El planeta ha cambiado tan rápido como parece?
Desde un punto de vista geológico, el planeta se mueve rápido. Por poner un ejemplo, el istmo de Panamá, que es lo que tenemos más cerca y es algo que conocemos todos, se cerró hace unos tres millones de años, 100.000 años arriba o abajo… El hecho de que se cierre el estrecho de Panamá hace que poco a poco se configuren todas las corrientes oceánicas. Mientras que antes el Pacífico y el Atlántico tenían una conexión bastante importante, ésta se ha ido restringiendo hasta cerrarse y desconectarse. Se cierra el estrecho de Panamá y hay intercambio de faunas; unas se ven favorecidas y otras se ven perjudicadas. Por lo tanto, la evolución se produce: extinción de especies, aparición de otras nuevas que se adapten a nuevos medios… Lleva su tiempo, pero es más o menos rápida.
“Aunque yo no he buceado, como él, creo que los programas
de Cousteau fueron los que empezaron a marcarme”
En un discurso en la Universidad de Salamanca, su compañero de grupo, el profesor José Abel Flores, dijo: “Hielo, esqueleto, nieve y fósiles han marcado mi trayectoria profesional”. ¿Qué ha marcado la suya?
Quizás también, aunque los fósiles grandes no tanto, o más bien como algo secundario. Pero seguramente me marcó Cousteau. Aunque yo no he buceado, como él, creo que los programas de Cousteau fueron los que empezaron a marcarme.
¿Y ahora qué le diría a un estudiante si tuviera que convencerle de que, a pesar de la precariedad y la incertidumbre, merece la pena investigar?
Que es apasionante. Eso sí, cuando mis chicos me comentan que quieren hacer una tesis les digo: “Sin financiación es muy difícil; si tienes un buen expediente quizás la puedes conseguir, y luego debes saber que no vas a tener un puesto fijo hasta los cuarenta y tantos, como fue mi caso. Si quieres un bienestar personal y formar una familia, o tienes el apoyo de tu pareja, o va a ser difícil, largo y penoso”.
¿Eso no pasa en muchos trabajos?
Supongo que sí, y cada vez más. Deberíamos empezar a ser conscientes de que nos tenemos que mover, que España igual no ofrece oportunidades, pero estamos en la Unión Europea… Tendríamos que saber que es posible que te vayas a formar en la Universidad de Almería, aunque seas de Salamanca, y que luego quizás vas a tener que ir a trabajar a Reino Unido… Yo creo que al final los jóvenes no lo perciben como algo tan negativo. Al menos yo no lo percibía así. Estaba encantadísima con irme a un sitio y a otro, y sabía que lo tenía que hacer.
¿De qué se siente más orgullosa si analiza su trayectoria profesional?
De haberme presentado a la habilitación, que no hubo más que esa prueba nacional para titulares de universidad, concursar con otros candidatos que también iban bien servidos de currículum, y quedar la primera. Después de todas mis penurias de inestabilidad laboral, estoy aquí de pleno derecho, nadie me regaló nada. Y es de lo que más orgullosa me siento.
¿Le ha compensado el esfuerzo realizado? ¿Volvería a elegir el mismo camino?
Sí, sin duda.
¿Ha tenido que renunciar a algo por la Ciencia?
No, porque lo de no tener hijos fue una opción compartida, una decisión que tomamos los dos. ¿Ser madre hubiera retrasado la investigación? No sé si tanto… En todo caso, como a cualquier trabajadora… Investigar es un trabajo como otro cualquiera. Durante los primeros años coges todo tu bagaje, todas las herramientas: cómo ves los organismos, cómo desarrollar tu trabajo científico, cómo interpretarlo y escribirlo… Es como el que se dedica a programar en informática… Al final son rutinas.
¿Cuál de sus descubrimientos le ha resultado más sorprendente?
El más sorprendente, por la novedad, fue encontrar una especie nueva durante mi estancia en Alemania. El descubrimiento se publicó luego en una revista que en su día estaba bien dentro de su campo, pero que ahora es muy normalita en cuanto a impacto, un Q4, y probablemente sea uno de los artículos que más se han citado de mi investigación. Era una especie marina nueva, una diatomea, que apareció hace dos millones de años, si no recuerdo mal, y desapareció 250.000 años más tarde. Aquello fue muy importante, y en cualquier sitio del Antártico donde vayas a coger testigos que tengan al menos dos millones de años te va a aparecer esa especie.
“Sabemos lo que ocurrió hace 125.000 años,
cuando teníamos un óptimo climático,
con unas concentraciones de CO2 altas,
pero no tan altas como ahora”
Otra cosa que me gustó mucho fue un descubrimiento en los primeros testigos que sacó el Hespérides, en 1992, en una expedición en la que participaron José Abel Flores y Francisco Sierro. Fueron cogiendo testigos para probar lo que salía: en Canarias, en Brasil, en la Antártida… También trabajamos nosotros con esos primeros testigos antárticos. Pero me puse a mirar en el primer testigo, extraído más o menos a la altura de Canarias, aunque los compañeros me decían que eso no era para mí, teniendo en cuenta que en esa zona mis diatomeas salen en muy poca cantidad, porque se han disuelto antes. Pensé: “Vamos a ver qué hay”. Y salieron restos de microfósiles de plantas de la sabana, que se transportan con los alisios. Encontrar aquello allí fue toda una sorpresa.
Eso habla de movimientos considerables…
Movimientos de masas de aire, sí. Cuando la calima les llega a los canarios, ese polvo cae y se sedimenta también en el mar. Y en función de qué plantas había en el continente, vimos las variaciones en la intensidad de lluvias, pero las reflejamos en el mar.
Y a pesar de todas las historias que guarda (y que descubre), el mar sigue siendo un gran desconocido…
Sí, sigue siendo un gran desconocido. Aunque cada vez se pinchan testigos en más zonas… Antes de una campaña y llevar un buque enorme, como el Joides, hay que ir con barquitos pequeños a coger muestras que te sugieran que puede haber algo después. Por ejemplo, el Mediterráneo ya es muy conocido, pero hay cosas muy interesantes que todavía no hemos llegado a ver, como qué es lo que pasó hace unos seis millones de años, cuando el Mediterráneo se secó. Conocemos lo que ocurrió por lo que quedó en las costas, pero nos falta información continua de cómo fue el proceso de desecación, y esa información solo la podemos encontrar en las zonas más profundas del Mediterráneo. Hasta ahora no se ha podido perforar lo suficiente, penetrar los cientos de metros de sal acumulada (petrificada en forma de Halita).
Bucean en el pasado para analizar el presente y adelantar lo que puede pasar en el futuro. ¿Nos están sirviendo lo suficiente esas lecciones que nos enseña el pasado?
Quienes están en el panel de cambio climático están utilizando el pasado como modelos venideros. Sí, nuestro trabajo sobre el pasado es el que sirve de base para las proyecciones de futuro que se puedan hacer, pero también digo que se nos están yendo de las manos. Sabemos lo que pasó hace 125.000 años, cuando teníamos un óptimo climático, con unas concentraciones de CO2 altas, pero no tan altas como ahora. Para proyecciones de este tamaño nos tenemos que remontar muchos millones de años atrás, muchísimos. Nosotros no estábamos por aquí, ni el sistema oceánico era igual. Esas proyecciones son complicadas.
> Oceánicas: la mujer y la Oceanografía
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