Descubrir la Actio y la ficción en la historiografía latina de la mano de una de las mayores expertas en este campo, la catedrática de la Universidad de Salamanca Isabel Moreno (Valencia, 1949), es mucho más que descubrir que el emperador Valentiniano murió de un ataque de ira o que Aníbal, más que derrotado por los romanos, lo fue por la envidia de los suyos.
Es conocer que, para nuestro futuro, no sólo es importante conservar el latín y el griego, la base de nuestra lengua y nuestra ciencia, sino también apostar por una educación que no puede darle la espalda a los clásicos, porque, conociéndolos, “hablaríamos mejor, pensaríamos mejor, seríamos más tolerantes, liberales, generosos y tendríamos una visión de futuro mucho más a largo plazo“. Pero la situación deja poco margen para la esperanza. A los políticos no les interesa, “las letras no venden”, y el pensamiento no parece rentable, aun sabiendo que estamos hipotecando nuestro futuro.
Quizá un visión pesimista, pero también real, de alguien que, sin embargo, no tira la toalla. Pensando en prorrogar su jubilación más allá de los 70 años que cumplirá en 2019, sigue enamorada de la docencia y de la investigación, pese a las trabas burocráticas y pese a los malos tiempos que corren para las Letras.
Ella lo tuvo claro desde el principio. Quería ser “maestra de gente mayor”, hizo el mejor examen de griego que se recordaba en el PREU, y abandonó su Valencia natal para buscar una ciudad tranquila, asequible, especializada en Clásicas, cuya disciplina le asegurara enseguida un trabajo necesario para su economía familiar. Y así fue…
He hecho toda mi carrera en Salamanca. Cuando se habla de salidas internacionales, yo soy una gran defensora, mando a mis alumnos, trabajo con expertos internacionales, tengo un buen reconocimiento a ese nivel, pero yo he estado aquí sustancial y eternamente y me jubilaré aquí: ésta ha sido mi casa desde el año 68 que vine a estudiar.
¿Por qué Salamanca?
Salamanca tenía dos factores fundamentales. Primero, era una ciudad pequeña, asequible y dedicada al trabajo, al estudio, y segundo, en aquel momento Salamanca tenía el mejor núcleo de investigación en griego con los mejores profesores, que era lo que yo pensaba hacer inicialmente, y luego ya se completó con latín. Calidad y coyuntura.
¿Y por qué Filología Clásica?
En Valencia, lo que había era Filosofía y Letras, con mucha tendencia a hacer Historias, que me encanta, de hecho soy especialista de historiografía latina, pero en mi curso éramos 400, y tantos buscando trabajo en lo mismo, suponía que el cupo podía quedar cubierto con una facilidad notable. Yo tuve la suerte de tener un muy buen profesorado de latín y griego en mi época de formación, sobre todo en PREU.
“Dicen que con solo 3 años ya quería ser ‘maestra de gente mayor’. La definición siempre ha sido perfecta, porque yo tenía vocación para la docencia, pero no de niños”
De hecho, la máxima nota de mi año en los dos exámenes de griego, fue la mía; hasta llamaron a mi centro educativo para felicitarles por mi examen, aunque de eso me enteré luego. Todo esto me indujo a pensar que iba a necesitar un trabajo pronto; elegí Filología Clásica, y ya en quinto me contrataron durante un año en el centro educativo de Valencia en el que había estudiado, el único que pasé fuera de Salamanca. Por todo eso me vine, por eso tuve tanta suerte y por eso estoy tan contenta.
Pero claro, la vocación viene de antes…. respecto al latín y al griego.
Sí, pero también la Historia; de hecho, soy historiadora en lengua latina y griega, lo mío es la perspectiva histórica, y he tenido la gran suerte de poder aplicarla a mi trabajo.
En una época donde estudiaban pocas mujeres.
Tanto en Filosofía y Letras, en Valencia, donde sí había más mujeres, como aquí en Filología Clásica, nuestra rama tenía una competencia muy dura, formativa, por una parte, y también enriquecedora, porque los hombres venían casi todos del Seminario, con una formación muy superior a la nuestra; alguno incluso hablaba en latín. Éramos un grupo reducido de mujeres y otro mucho mayor de hombres.
¿Qué le ha dado y que le ha ido quedado de la docencia?
Dicen que cuando era pequeña, con solo 3 años, ya quería ser maestra de gente mayor. La definición siempre ha sido perfecta, porque yo tenía vocación para la docencia, pero no de niños. No tengo cualidades para tratar con ellos, no soy nada ágil, nada divertida, nada creativa; y, en cambio, creo que sí he sido una buena docente en la Universidad, y además me ha gustado mucho. Aunque la investigación me encanta, yo soy docente.
¿Le gustaría que la recordaran por algo? ¿Qué le gustaría haber transmitido a sus alumnos?
Responsabilidad, talante, honestidad, dignidad… los conocimientos aparte.
La investigación es otra cosa, una voluntad de trabajo muy individual y con mucho tesón, pero ¿cargada de dificultades?
La Universidad no está pensada para investigar, no ha evolucionado de manera suficiente en este sentido, y habría que realizar modificaciones para ajustarla al siglo XXI. Tampoco tenemos mente investigadora, tenemos mente de publicación, que es distinto; nos interesan mucho los papelitos, más que la calidad, el conocimiento o la transferencia. Por ejemplo, a mí me llaman a veces para hacer reseñas de artículos que se van a publicar en revistas, pero hacer una buena crítica de la que depende que un trabajo se vaya a publicar o no es algo muy arriesgado. Si le dedico tres semanas, son tres semanas de mi trabajo que no aparecen en ningún sitio, no está valorado, ni pagado, ni reconocido, así que muchos optan por decir sí o no, sin ningún tipo de argumentación.
¿Falta financiación?
Por supuesto que falta, pero también habría que analizar qué pasa cuando a una persona le das una beca y luego se acaba. ¿Qué fue de esa persona? Resulta que hemos estado pagando con nuestros impuestos la formación de un alumno y se va, por ejemplo, a estudiar teatro a EEUU. ¿Qué seguimiento hacemos de las becas, ayudas, subvenciones…?
Tendría que revertir en la sociedad…
Claro, en la sociedad para la que ha sido educado y por la que ha sido financiado.
También es una queja constante de los investigadores la burocracia excesiva y la falta de tiempo.
Otra cosa no, pero papeles para todo, hasta para el más mínimo detalle. En las universidades extranjeras esto no ocurre de la misma manera, hay becarios o administrativos que se ocupan de estas cosas; yo he tenido que aprender hasta diseño gráfico para hacer los dípticos. El tiempo es otro gran problema. No podemos disfrutar de un año sabático para acabar trabajos de investigación pendientes, y tampoco disponemos de muchas horas para asumir un proyecto si tenemos que seguir con la docencia en el Grado y los másters. Se podría contratar a un alumno de quinto curso, y tendría un sueldo, un trabajo, un reconocimiento, una experiencia…
Pese a los obstáculos, usted lleva unos 50 años entre libros latinos y griegos intentando hallar respuestas y explicar la historia. Con su ejemplo, y haciendo uso del nombre de la sección, pregunto: ¿ellas investigan sin género de dudas?
Investigamos e investigamos bien.
En esta rama del conocimiento, además, las mujeres sí son las que tienen el poder…
Los equipos más punteros en este campo son femeninos, sin duda. Por poner sólo un ejemplo, la profesora Mª Paz de Hoz, titular de Griego, tiene un grupo internacional muy potente con mujeres, investiga mucho y lo hace muy bien. Y mi grupo es casi totalmente femenino, excepto los becarios, que curiosamente han sido chicos. Aquí, además, hemos formado a gente que luego se nos ha ido a Oxford; lástima, porque hemos perdido investigadores por errores administrativos o trabas burocráticas que son ahora una referencia internacional.
Arrastramos la tradición de la maestra mujer.
Sin duda. Pero la Universidad es un reducto en el que hay mucha menos competencia de género; de hecho, yo nunca me he sentido aquí discriminada por el hecho de ser mujer. Es verdad que hemos competido con hombres, pero hemos ganado; el género no es un elemento determinante en este caso. Nuestra Universidad de Salamanca se puede colocar en este asunto una buena medalla.
“La Universidad es un reducto en el que hay mucha menos
competencia de género; de hecho, yo nunca me he sentido
discriminada por el hecho de ser mujer”
Solo siete de los 50 campus públicos cuentan con mujeres rectoras, y no hubo una en este puesto hasta 1982, la jurista Elisa Pérez Vera. ¿Queda mucho para que también sea cómodo para una mujer estar en puestos de responsabilidad, como un decanato o un rectorado?
Antes, en 1979, aquí en Salamanca, lo fue María Dolores Gómez Molleda; yo traté con ella porque entonces era directora de colegio mayor, aunque creo recordar que no fue elegida, sino que estuvo de rectora en funciones durante un año. Es muy complicado compatibilizar un puesto de tanto trabajo y tanta responsabilidad como un Rectorado con la vida familiar; nos retiramos de esa carrera por ese motivo, es instintivo. Yo, por ejemplo, podría decir que me dedico a la docencia y la investigación porque he elegido no tener otra cosa mejor que hacer, pero una persona que tenga hijos lo tiene muy difícil. Yo misma, cuando me han ofrecido un cargo administrativo, lo he rechazado. Primero, porque no tengo mente burocrática; segundo, odio la gestión, y tercero, no valgo, lo mío es docencia e investigación.
Ahí está siempre la familia, como cosa de mujeres; los hombres no se plantean no aceptar un puesto por sus hijos…
Las mujeres tenemos ahí un hándicap, no conseguimos saltar el escalón. Yo lo he pensado muchas veces, y creo que ahora ya no debería tener tanto peso el tema de la familia por la lógica evolución que ha habido. Sin embargo, sigue pesando mucho.
Y si seguimos bajando en el escalafón, la realidad es que, a pesar de que siguen accediendo a la Universidad más mujeres que hombres (54%), son más aplicadas y se gradúan más (57%), según el estudio Científicas en cifras 2015 del Ministerio de Economía, a la hora de optar a un doctorado los porcentajes se igualan (50%), para decrecer desde ese momento hasta la cumbre de la pirámide. Apenas el 13% de las profesoras universitarias llega a catedrática, frente al 25% de ellos.
No sé por qué, porque aquí, en este departamento, somos muchas mujeres. Lo he pensado muchas veces y no tengo una única respuesta.
Y cuando las mujeres quieren acceder a ser investigadoras principales, también topan con la falta de tiempo o con ese miedo a no poder asumir tanta responsabilidad. ¿Usted empezó enseguida a tomar las riendas de sus investigaciones en un campo tan apasionante como la Historiografía y Biografía Latinas?
Sí, porque en mi campo había pocos especialistas y, además, en un principio tuve la suerte de pertenecer al grupo que lideraba la profesora Carmen Codoñer Merino, quien tuvo un gran acierto, desde mi punto de vista modesto y siempre discutible, que fue el de darnos total independencia. Tú eras la reina del tema del que te ocupabas, pero también la responsable.
Aunque esto de los clásicos puede parecer algo pasado de moda para muchos, su último trabajo, a punto de publicarse, no puede ser más actual: Los siete pecados capitales en la historiografía latina.
Tengo una compañera que cuenta que lo primero que hace en las convocatorias de los proyectos de investigación es mirar mis títulos, porque le encantan, dice que son geniales. Éste, sobre los siete pecados capitales, fue un estudio relativamente reducido en un intermedio de un proyecto muy complicado, como había sido La actio en la historiografía latina de la época imperial, y el que ahora tengo en mente. De hecho, lo novedoso y arriesgado de la Actio es lo que destaca el profesor Claudio Barone, de la Universidad Newcastle, en una reseña que acaba de salir publicada. Sobre los pecados capitales, en los textos latinos puede verse, por ejemplo, cómo la soberbia causa enfrentamientos con el emperador de al lado, cómo obviar a los consejeros desencadena la derrota (Adrianópolis), o cómo la ebriedad era propia de los malos emperadores, atribuida incluso a Alejandro Magno…
¿Quiere decirse que estos siete pecados capitales estaban muy presentes en aquella época y eran significativos para la historia?
Eran muy determinantes; es verdad que algunos más que otros. La gula, por ejemplo, resulta menos determinante que la ira, que es mucho más sustancial, o la soberbia o la envidia. ¿Qué acabó con Aníbal? Es vedad que los romanos lo derrotaron, pero en el fondo lo machacaron sus propios conciudadanos, precisamente por eso, por la envidia, sobre todo de Antíoco III, rey de Siria, que estaba celosísimo de él, porque Aníbal era un genio y él no le llegaba a la altura. Inguidia, de in-uidere, el término latino que significa que además de envidiarte, te odio, porque tú tienes algo que yo no tengo: te miro mal, a ver si te pasa lo que te estoy deseando y pierdes lo que yo quiero.
“Los ‘siete pecados capitales’ fueron determinantes en la historia latina: el emperador Valentiniano murió de un ataque de ira, y Aníbal, derrotado por los romanos, en realidad sufrió la envidia de sus propios conciudadanos”
¿Va repasando pecado por pecado sobre los textos históricos latinos?
Sí, cada pecado tiene una ilustración a partir de los textos latinos que hemos analizado para ver su evolución a lo largo de toda la latinidad. Yo, que me encargo de la ira, empiezo desde el historiador Salustio, en el siglo I antes de Cristo, hasta el último gran emperador romano, Valentiniano, del siglo IV, que precisamente murió de un ataque de ira. Para la salud pública, la descripción de la muerte de este hombre es de libro: sufriendo una apoplejía, se queda tieso, ardiendo, pero como mantiene el pensamiento, quiere hablar pero no puede, del enfado que le provocaron los embajadores bárbaros que le pedían la retirada de las tropas romanas. Es absolutamente increíble. La gula, por ejemplo, no es tan sustancial para la política, teniendo en cuenta que un romano en un banquete podía devolver tres veces y comer cuatro, pero lo del vino sí es más relevante. Hay una anécdota de Trajano muy divertida que cuenta cómo él era consciente de que podía dar una orden inadecuada estando borracho y prohibió que se le hiciera caso cuando estaba en ese estado. Esta ha sido la idea, repasar los pecados capitales a lo largo de distintas obras históricas, de distintos sucesos y de distintos personajes.
¿Cuál es el gran proyecto que ahora le ronda por la cabeza?
Ahora lo que pretendo, aunque no lo podré desarrollar, teniendo en cuenta el tiempo que me queda como investigadora, es dejar al menos en marcha el estudio de la ficción y la ficcionalización del relato histórico latino; que sea una idea originaria de la Universidad de Salamanca. De momento, estoy en el proceso de solicitud como catedrática emérita para poder continuar otros tres años más después de 2019, cuando me jubile con 70 años. Si me lo conceden, podré pedir el proyecto y encauzarlo para que otros puedan continuar este análisis que nunca se ha hecho.
¿Ficción e historia?
Hay un ejemplo muy divertido y genial que resume claramente lo que pretendo. Un texto de sólo cinco líneas que nos cuenta la historia de un personaje en África que se llamaba Firmo, quería ser un cabecilla de su zona, pero las tropas de Valentiniano lo derrotaron y lo encarcelaron. Entonces las cárceles eran bastante más duras que ahora, y él, “estando harto de pensar en la muerte”, como dice el texto latino, decidió acabar con su vida. Se planteó emborrachar a los guardias y ahorcarse. Los emborrachó, pero no sabemos cómo lo consiguió estando en la cárcel, y cuando estaban borrachos, por la noche buscó a tientas una cuerda que tenía preparada al efecto, pero tampoco sabemos quién se la dejó; buscó un clavo que estaba por allí y se colgó. ¿Quién contó semejantes procesos mentales?, ¿cómo sabemos que buscó a tientas un clavo o una cuerda, si estaban todos borrachos y él murió?, ¿quién lo ha contado así? Eso es ficcionalización de la historia, ficción, porque esa historia no es verdad. Pudo ser, nadie lo discute, pero ¿quién nos lo asegura?
“En un 90%, la Historia que nos han contado
no es verdad”
Se trata de demostrar cómo se vende la historia para que llegue al público, qué elementos se utilizan, qué datos sí son verdaderamente sucedidos y ocurridos, y cuáles son los que adornan un relato. Este ejemplo es del siglo IV d. C., pero la idea es abordar la latinidad al completo. Lo primero ahora es concretar esta idea y el método para desarrollarla, que es lo que hice con la Actio para definir la importancia de la gestualidad, un concepto que ahora está muy de moda y es relevante en todo lo que se cuenta, porque todo se ve en pantallas, pero que nunca se había aplicado a la historiografía.
¿Cómo surgió la Actio? Sin duda, un concepto rompedor a la hora de interpretar los textos clásicos.
La idea fue partir del gesto y del valor de la perfomance. Analizar los detalles, toda la parafernalia que va a resultar determinante para la acción. Por ejemplo, en el caso de dos emperadores, Valentiniano y el de los alamanes, que estuvieron en conflicto permanente con el Imperio Romano, en un momento dado tienen que encontrarse, pero como no se ponen de acuerdo en el mejor lugar para evitar cualquier emboscada por ambas partes, deciden hacerlo en una barquita en el medio de un río. Este tipo de acción dramática es una retorización del hecho histórico y se describe como si fuera una obra de teatro; eso es la Actio.
¿De qué textos estamos hablando?
Se trata de una selección muy variada, porque logré destacadas colaboraciones a nivel nacional e internacional y cada especialista eligió sus propios textos históricos. Destaca, por ejemplo, un personaje que es casi un dios en Francia, Laurent Pernot, el mejor especialista vivo en Retórica, fue una suerte poder contar con él. O el profesor Roberto Nicolai, experto en Literatura griega de la Universidad de Roma. Yo lo hice sobre Amiano; otra compañera, sobre los Panegíricos, otro sobre Alejandro Magno…
La historiografía, al fin y al cabo, es explicar la historia a través de los textos que nos han dejado. ¿Puede ser lo más objetivo para enseñarla?
Bueno, lo de objetivo… Siempre les digo a los alumnos: “Háblame, descríbeme esta habitación”. Y añado: “¿Qué me vas a contar? ¿La parte que tú ves? Pero lo de detrás, ¿quién me lo cuenta?”. Primero, se cuentan las cosas desde una perspectiva, pero no la totalidad, y segundo: ¿existe la objetividad? En la historia, es uno de los problemas que yo planteo y, además, yo me dedico a la historiografía en latín, donde es todo más subjetivo, porque la palabra requiere una comprensión, una adaptación y una no traducción. Ése es nuestro caballo de batalla, los textos no se pueden traducir, hay que entenderlos.
¿Cómo que no se pueden traducir?
Todos hacemos traducciones, yo la primera, pero toda traducción es perversión, porque lo que hacemos es ajustar lo que nosotros creemos que dice el texto; pero si estás ante una palabra que quiere decir diez cosas y tienes que elegir una para un castellano de andar por casa, ¿qué has hecho con las otras nueve restantes? Perderlas. Les ponía yo el ejemplo el otro día a mis alumnos sobre la palabra dominatio, teniendo en cuenta, además, que alumnos ahora no quieren profundizar en los textos, quieren aprender de memoria, no están acostumbrados a pensar. Esta palabra, a priori, es muy fácil de entender, pero, por ejemplo, si hablamos de la dominatio de Sila, uno de los más notables políticos y militares romanos, ¿hablamos de la dominación abstracta o genérica que ejerció sobre su pueblo, o de una dominación concreta que se ejerce a través de una tiranía? Si utilizamos la palabra tiranía en la traducción, vemos que tiene unas connotaciones en griego y otras muy distintas en latín. ¿Dictadura? Porque, a fin de cuentas, Sila fue un dictador… De momento, son tres palabras, y yo no tengo tres palabras para traducirlo, sólo puedo poner una, con lo cual me voy a equivocar, porque el historiador Cornelio Tácito, con la palabra dominatio, juntó todos los significados.
“La objetividad del relato histórico no existe
desde ninguna de las perspectivas en las que se busque,
ni la moral ni la ética, ni siquiera la histórica,
porque ¿quién gana y quién pierde?”
Entonces la Historia que nos han contado, ¿hasta qué punto es verdad?
Ese es el problema con el que tengo que lidiar. En un 90%, no es verdad, pasó algo, pero desde luego, no como nos lo han contado; con un poco de suerte, es verdad que Aníbal perdió la guerra de Cartago, pero el resto…
¿La historia es una reducción al máximo, como un mal titular de periódico?
Sí. En el siglo IV, por ejemplo, excepto casos como el del historiador Amiano Marcelino, que tiene un nivel muy elevado, aunque no ha visto morir a Firmo y lo ha contado, en general se llega a un reduccionismo muy sucinto, un relato muy breve y muy factual. Ganaron los godos, ganaron los alanos, perdieron los romanos, que, a fin de cuentas, eso es cierto, o ganan o pierden, pero los matices también se pierden.
Al final siempre hablamos de una historia de ganadores y perdedores, es lo único que nos queda, y olvidamos todos los demás.
Completamente cierto, lamentablemente. Porque una historia cultural acaba siendo aburrida, si no tiene detrás autores con una cultura impresionante, pero son excepciones. El tema positivista acaba ganando adeptos, a ver quién explica el problema catalán con un cierto distanciamiento y una cierta objetividad, que sea aceptado en su análisis por tirios y por troyanos.
Difícil… Se explicará cuando se acabe: o ganaron o perdieron.
Pero eso no es explicar, sólo es enunciar un resultado.
Y bueno, ganar o perder aquí es muy relativo…
Por eso digo que la objetividad del relato histórico no existe desde ninguna de las perspectivas que se busque, ni la moral ni la ética, ni siquiera la histórica, porque ¿quién gana y quién pierde?
Cuándo cayó el Imperio Romano, ¿ganamos o perdimos?
Se perdió mucho, porque había una cultura, con sus fallos, claramente, y una mente que luego desaparecieron en la Edad Media. Lo que no puede ser es que te corten la cabeza porque no pienses igual o que te torturen. Recuerdo con espanto una exposición en Fonseca, hace bastantes años ya, sobre la Inquisición. No he visto cosas más espantosas que los relatos de los procesos a los que se sometía sobre todo a las mujeres, a las brujas; fue escalofriante.
¿Eso en Roma no pasaba?
Ni en Grecia. Por eso perdimos; allí había una tolerancia que se perdió.
En uno de sus trabajos, también indagó, precisamente, sobre la caracterización femenina en la biografía latina.
Fue un proyecto de una compañera que me pidió una colaboración y le dije que no pensara que yo iba hacer un panfleto feminista, sino un análisis histórico filológico, y lo hice por ella. Me pareció una forma de exponer cómo las mujeres, en el fondo, resultan determinantes desde siempre, pero también siempre desde un segundo plano.
“La Universidad de Salamanca tiene la suerte
de conservar la formación clásica; no sólo latín o griego, sino la idea de la totalidad, la universalidad”
Otro proyecto ambicioso son los 10 artículos de Historiografía en el Área de Cultura y Filología Clásicas para la Literatura Latina de Antón Alvar Ezquerra.
Es un tema muy interesante, porque se trata de una historia de la Literatura latina on line, más asequible económicamente y hecha por especialistas, convirtiéndose en una gran herramienta para las oposiciones docentes o para los alumnos. Además, como no se trata de una edición impresa que te exige una extensión, puedes elaborar textos más amplios, añadir ejemplos, incorporar más datos. He hecho sólo tres, Los Epitomadores del S. IV, Amiano Marcelino y Tito Livio; me queda el resto, que es prácticamente todo.
La huella de Roma es infinita, también muy relevante en la Universidad de Salamanca…
Universitas Studii Salmanticensis. Simplemente observando la fachada histórica, los letreros de todas las cátedras en el edificio histórico, pero sobre todo el pensamiento. La Universidad de Salamanca tiene la suerte de conservar la formación clásica, no sólo latín o griego, sino la idea de la totalidad, la universalidad, frente a la tendencia actual de hacer estudios parciales, de estudiar una parte de las materias, de especializarse. Una mala idea desde el punto de vista del pensamiento; luego puedo uno especializarse, pero la base no puede ser reduccionista.
En los orígenes de esta Universidad, como en las que afloraron en Europa en aquella época, el griego y el latín eran la base, y ahora…
Ahora parece que no hay alternativa, están suprimiendo plazas de Latín y Griego a diestro y siniestro; estas lenguas no venden, no son Informática.
Ya, pero…
Pero nada, no hay alternativa. ¿Dónde está la economía que subvenga a esas necesidades de plazas de Latín que se están amortizando? En Castilla y León, por ejemplo, algo que se hizo rematadamente mal fue permitir que las Universidades de Valladolid, Burgos o León tuvieran sus estudios de Clásicas; se lo podían haber ahorrado y dejarlo todo como estaba en mi época, con cuatro grandes referentes, como eran Granada, Barcelona, Madrid, Santiago de Compostela y Salamanca. Se ha ido mucho dinero a Valladolid, por ejemplo, a una biblioteca que nadie utiliza, cuando aquí en Salamanca era necesaria esa inversión, porque tenemos un desastre de biblioteca, donde no caben los libros, simplemente porque muchos de esos libros, el edificio, los profesores y otras cosas están en Valladolid, donde a lo mejor tienen un alumno.
Llevamos años sufriendo la amenaza constante contra el latín, el griego y hasta contra la Filosofía.
Es que la letra no vende, ¿para qué sirve pensar?
Para todo, se supone.
Ya, pero los políticos no ven ya el valor formativo de unas Clásicas o de una Filosofía; eso no vende, luchamos contra gigantes.
¿Hay camino de retorno?
Yo, sinceramente, no lo veo. Incluso en Oxford, donde antes se hacía un examen de Latín para cualquier carrera, ya no se le exige ni a los que están allí investigando. Por eso se peleaban por uno de nuestros alumnos, un alumno de Clásicas de pro, porque sabía latín y griego, y eso es una joya absolutamente escondida.
Está en juego el modelo humanista de nuestra educación.
Es que no les interesa. Incluso en la investigación, ya ni siquiera pido proyectos en Castilla y León, porque en el último informe me pusieron un 10 en el apartado científico y un cero en lo que aporto a la comunidad. Claro, porque yo no tengo ningún contrato con ninguna empresa. ¿Qué contrato quieren que yo haga sobre un César muerto hace siglos?
Conocer la historia está por encima de cualquier contrato, es otra cosa, es pensamiento, es formación, es cultura…
A los políticos les da igual, como no puedes firmar un contrato, no sales en la prensa; como no tienes posibilidades de hacer ninguna invención y no tendrás ninguna patente, no existes. Es muy desesperanzador.
“Los jóvenes ahora lo copian todo, porque trabajar
es muy aburrido, y no hay curiosidad por entender las cosas;
por ejemplo, el tema del plagio es un problema gravísimo”
Ahora que hay una especie de obsesión con el inglés y el bilingüismo, que en realidad no existe como tal en ningún colegio público, valdría con recordar que más de la mitad del vocabulario del inglés, por no hablar de nuestras propias lenguas romances, proviene del latín y del griego, y también muchas de sus categorías gramaticales, como el género neutro o el genitivo sajón.
No existe en absoluto el bilingüismo del que hablan, sólo vende mucho, hay muchos profesores y, además, te vas a Inglaterra y quedas genial. Es falso. Si los alumnos no saben lo que es un huevo, yo quiero, como me decía una madre, que mi hijo sepa lo que es un huevo, y luego ya le pondrá el nombre, aquí o en Inglaterra. Ahora lo que quieren es que hablen de huevos en inglés, aunque no sepan de qué están hablando.
Como afirma la Sociedad Española de Estudios Clásicos, ¿cómo no van a ser útiles el griego y el latín, si en esas lenguas se compusieron las primeras obras de la literatura occidental; si en esas lenguas se habló por primera vez de democracia, se discutió de libertad e igualdad, se establecieron las bases del derecho que ahora poseemos, se pusieron nombres a las distintas especies animales y vegetales y se dieron respuesta a muchas de las cosas que han preocupado a la humanidad?
Sobre todo del Derecho; antes se aprendían de memoria el Derecho Romano, y ahora ya no se puede aprender así, porque la gente no sabe latín, no hay solución…
Incomprensible también que no estudien latín y griego los futuros médicos; basta recordar que sufijos como –itis (rinitis) y –algia (cefalalgia) designan inflamación y dolor, respectivamente.
Es utilísimo. Lo fácil que sería explicar una flebitis o una otitis… O en cualquier rama de Ciencias. Me cuenta una compañera de Químicas que cuando explica el significado de termodinámica en latín, la miran como si estuviera loca.
Luego decimos Estomatología y pensamos que es el médico del estómago.
Sí, claro, suena más, por eso soy tan pesimista. Porque el problema no es solo saber latín y griego, sino no querer saber en general. Ahí está el tema del plagio, gravísimo para la investigación. Los jóvenes ahora lo copian todo, porque trabajar es muy aburrido, y no hay curiosidad por entender las cosas. Lo veo en la docencia. En cinco años, esto ha dado un vuelco increíble, y digo cinco porque es la última referencia que recuerdo donde he disfrutado de una docencia creativa. Cada vez hay peor base, porque hacer trabajos en casa es muy aburrido; a lo más que llegamos es a internet y a copiar en la wikipedia. Si yo lo único que hago es jugar con el móvil, la tableta o consultar internet, ¿qué se queda en la mente? La letra con sangre entra, y queda lo que se esfuerza uno por aprender.
Si los alumnos han decidido estudiar una Filología Clásica se les presupone una vocación, porque salidas laborales ya vemos que no hay muchas.
O no. A lo mejor hay una exclusión o un error de base. Si yo me quedo en la historia de Firmo colgando en la celda o con cuántas mujeres se acostó Júpiter, igual te parece divertida la Filología, pero cuando llega el momento de la Gramática, que es muy dura, con sus declinaciones, entonces ya todo es muy aburrido, y no me gusta, y no lo estudio, y no lo aprendo.
Usted también da clases en el máster para futuros profesores de Educación Secundaria, en concreto Innovación Docente: textos e imágenes del mundo antiguo para la educación del siglo XXI. ¿Qué herramientas de innovación se pueden ofrecer para dar valor a unas enseñanzas infravaloradas? ¿Qué hacemos para que no sean un rollo, como dicen?
Yo soy muy partidaria de utilizar todo tipo de recursos. Por eso hace años me inventé una asignatura con una importante trayectoria en la utilización de recursos audiovisuales, sobre todo el cine. La impartía cuando había asignaturas de creación específica, era anual y se estudiaba el cine como elemento básico para, a partir de su información, estudiar los textos latinos. Fueron nueve años muy interesantes, proyectábamos la película y luego los alumnos leían los textos que yo había mandado y hacían un trabajo comparativo. Por ejemplo, Popea, según dice la historia, murió de una patada que le dio Nerón en un ataque de ira cuando estaba en cinta, tuvo un aborto y falleció, pero en la película Quo Vadis muere estrangulada. ¿Es una mentira muy censurable? Al fin y al cabo la mata. Así que distingamos lo que es una invención de lo que es una adaptación, distingamos lo que es una esencia modificada. Luego esta idea la adapté al máster de innovación docente.
“En la educación, el pensamiento es lo más importante,
independientemente de que luego yo invente un móvil
o me dedique a estudiar Filosofía”
¿Lo podemos aplicar para los escolares?
El problema es que a estas edades no pueden llegar a leer los textos, pero desde luego hay que entrar por lo audiovisual en la educación.
Aprovechemos este final de entrevista para responder por qué hay que leer a los clásicos. ¿Por qué profesores, alumnos y políticos deben entender que es necesario estudiar latín y griego?
Por dos razones: primero, porque en los clásicos está todo, por eso son clásicos. No creo que haya un sólo tema que no esté tocado entonces, y muy especialmente, la Historia clásica nos ofrece modelos de casi todo lo que se puede aplicar, incluso en la actualidad. Uno de los elementos, a veces pernicioso, del relato histórico, fue que en la época de Augusto, más o menos, se utilizaron los mitos del pasado para apuntalar el presente y de ahí muchas de las deformaciones históricas. Podríamos volver a caer en esta tentación, pero al menos deberíamos conocer la base de un proceso histórico, que puede repetirse o no, la eterna discusión. Pero si aprendemos de lo que tenemos narrado en amores, en historia, en odios o tragedia, podemos conseguir un presente un poco más llevadero. Los clásicos son fundamentales; hablaríamos mejor, pensaríamos mejor, seríamos más tolerantes, liberales, generosos… Tendríamos una visión de futuro mucho más a largo plazo… Bueno, eso no lo sé, porque lo que interesa ahora es mi utilidad, mi interés, mi gusto, y eso, ni con los clásicos….
Y a los políticos, ¿qué les diría?
Pues que, en la educación, el pensamiento es lo más importante, independientemente de que luego yo invente un móvil o me dedique a estudiar Filosofía. Si no conseguimos que esta generación vuelva a pensar, no vamos a ninguna parte; no se trata de que piensen ellos, sino de que pensemos todos. Los políticos deberían pensar que tenemos que pensar.
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