Cuando tienes la convicción de que cuentas con una larga vida para navegar en el Atlántico y sabes que la vida no es unirse con las ideas de líderes que lo fueron de verdad.
Cuando nos sabemos de memoria qué es la verdadera entrega y qué es trabajar a fondo, sin mirar nunca el reloj que marca los tiempos, sin salir en las pantallas de las televisiones para decir: ¡qué maravilloso soy, qué perfecto soy! reivindicar ¿el qué? solo ser floreros de mesa de madera noble puestos al revés.
Cuando vemos lo que de sabiduría hay, en la sabia, hombre o mujer, que nada precisa de pantallas venidas a menos, mezcladas de insurrecciones de parodias desteñidas por el afán de aparentar, de presumir, cuando en realidad el buen trabajo ha sido realizado por otros.
Cuando experimentamos que humanizar la vida es allanar los caminos y no dar empujones a los auténticos, a los extraordinarios.
Cuando despertamos cada día ofreciendo al Dios del cosmos nuestro destino, nuestros gozos, nuestros sueños y luchas del camino, con atino, batallas y buen tino de mujer que se quedó en la Tierra cuando estaba a punto de pasar a la otra orilla… solo cabe decir: Gracias.
Sí, gracias por seguir viva. Gracias a esas manos prodigiosas del cirujano salmantino Dr. Juan Sánchez Tocino, que luchó con todas sus fuerzas para devolverme la vida cuando no había ninguna esperanza (dos largas operaciones en cuatro días de una duración de seis horas cada una).
Cuando piensas que eres inmortal porque siempre has gozado de una salud extraordinaria (solamente en una ocasión he visitado al médico cuando era adolescente), ni una sola falta a clase, ni mucho menos una baja laboral cuenta en tu expediente. Cuando has sobrevivido a las guerras más sangrientas de Centroamérica (Nicaragua, El Salvador y Guatemala) de finales de los años ochenta, en represiones militares brutales e insurrecciones armadas revolucionarias, y has logrado salir de la batalla asida a una docena de casquillos de bala y los carretes de fotos que dejan constancia de lo que has sentido, de lo mucho que has vivido, de lo mucho que has sufrido, de tantos recuerdos que han quedado y que no podrás olvidar jamás… Ver como años después, de un día para el otro, entras caminando por la puerta pequeña del Hospital Universitario de Salamanca y no vuelves a salir hasta casi tres meses después, sentada en una silla de ruedas, sin ningún tipo de recuerdo que apuntar en la agenda, pero por la puerta grande, es obligatorio decir: Gracias.
Ha pasado una década desde entonces (cada año celebro mi resurrección de entre los vivos), desde que un cáncer de páncreas entró, sorpresivamente, por la ventana de mi jaima o barraca, sin previo aviso, sin un pequeño silbo gomero de llamada avisando de la llegada. Pienso que hoy es el momento de brindar un merecido homenaje epistolar a la persona que me salvó la vida, al gran profesional de la medicina en España, en Salamanca, al cirujano castellano, charro, el doctor Juan Sánchez Tocino, que hizo posible que en estos momentos yo siga acá, en el planeta Tierra, para recordarle, para contarlo y para darle las gracias: Gracias a este ser extraordinario (y a su equipo) cargado de humanidad, de filantropía, de generosidad… que llevó a cabo las dos largas intervenciones quirúrgicas y que en su lucha diaria contra el destino, cruel, es incapaz de abandonar el campo de batalla sin mirar las agujas del reloj que marcan el paso del tiempo. Millones de gracias.
No puedo enseñar nada a nadie, solo hacerles pensar y reflexionar: ¿Qué hubiera sido de esta guerrillera de la pluma, sobreviviente de muchas batallas, si no hubiera encontrado en su camino a este profesional de la medicina (cirujano diez estrellas y otros tantos luceros), Dr. Sánchez Tocino, que en medio de la oscuridad siempre mantuvo encendida la luz de la confianza? En el ayer y entonces, en el acá y ahora y hasta que llegue el día del “último viaje”, continuaré brindando cada día (con agua pura y cristalina) por la inmortalidad de vos, Dr. Juan Sánchez Tocino, para que con sus manos prodigiosas pueda seguir revolucionando el mundo salvando vidas.
Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas. El hombre bueno, el profesional, dice y hace cosas maravillosas, cosas extraordinarias y de manera silenciosa, porque el bien y la profesionalidad están en su corazón, mientras que las personas mediocres hacen cosas a medias (eso ocurre en todas las profesiones). Sí, hay quienes pretenden ser emperadores para aprovecharse de los poderes y de la sabiduría de los auténticos, de los que nunca caminaron con la cabeza gacha sin volver la mirada hacia otras realidades (no me refiero al síndrome de Orfeo).
Recuerdo, como si fuera ahora mismo, el día que le pregunté a mi cirujano salvador Sánchez Tocino (una vez finalizado el tratamiento de 22 sesiones de quimioterapia, posteriores a recibir el alta hospitalaria) que cuánto tiempo podría quedarme de vida después de extirpar todo el páncreas, la vesícula biliar, medio estómago y medio intestino delgado (un procedimiento quirúrgico en este caso de cáncer agresivo y que asocia una nada despreciable mortalidad perioperatoria) y me respondió: “Visto lo visto… tú no morirás nunca, pues mientras nos recuerden, estaremos vivos”.
Cierto que ya no podré lanzarme en paracaídas, ni volver a las Antípodas, la distancia más grande que hay en la Tierra, ni reencontrarme con aquellos niños (hoy ya hombres) que conocí en las montañas de Nicaragua como hacía antes, pero estoy viva, estoy acá para contarlo.
¡Ojalá que los miles y miles de pobladores que en estos momentos sufren el dolor, la tristeza y la incertidumbre de no saber si tendrán una nueva oportunidad, un mañana hermoso para poder disfrutar, soñar, vivir… encuentren pronto a profesionales de la medicina, como el Dr. Juan Sánchez Tocino, que sean capaces de ganar la guerra al destino cruel.
¡¡Lucha hermano, mañana lo verás de diferente forma!!
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