Uno de los pilares fundamentales de la Atención Primaria es la accesibilidad al sistema, pero ¿qué es la accesibilidad?, ¿significa acceder a una consulta “lo antes posible”? No siempre.
El acceso al sistema consiste en asegurar una asistencia “adecuada en tiempo y forma” a cada demanda. Por supuesto que, ante una emergencia tiempo-dependiente, la accesibilidad debe de ser inmediata, pero si el problema es el control de una diabetes, el manejo de la ansiedad o un acompañamiento en la deshabituación tabáquica, el adecuado acceso es aquel que permita a las personas contactar con un profesional que pueda darle un seguimiento adecuado; a poder ser, aquel con quien haya podido establecer una relación de confianza, que conozca su historial y sus preferencias en cuanto al manejo de su salud. Por tanto, la accesibilidad, en este caso, tiene mucho que ver con otro de los pilares que definen a la Atención Primaria, la longitudinalidad.
Sin embargo, ¿cómo podemos saber qué tiempo es el adecuado para cada proceso?, ¿quién lo decide? Cuando los usuarios contactan con el sistema, frecuentemente se les plantea: “¿Es urgente?”. A lo que éste debe contestar valorando si el tiempo para acceder a una consulta ordinaria con su profesional es “adecuado para su proceso”.
Cuando la demora en Atención Primaria estaba entre 1 y 72 horas, la espera sí era adecuada para la inmensa mayoría de los procesos. Pero cuando ésta ha pasado a ser, en ocasiones, hasta de más de 15 días, pocas demandas no son “urgentes”, lo que lleva a sobresaturar las agendas de los profesionales con consultas catalogadas como “urgentes”. Esto claramente repercute en la calidad de la asistencia, en la salud de las personas y en las condiciones de trabajo de los profesionales.
En la actual tormenta de entrevistas, debates y reflexiones por la crisis de la Atención Primaria, hay voces que abogan por “limitar” el acceso, por poner barreras en pro de frenar esta situación que cada vez se hace más insostenible. ¿Es la solución? Claramente, no. En la Declaración de Alma Ata se habla de la autorresponsabilidad y autodeterminación de los individuos en el desarrollo de la asistencia sanitaria. Pero, para ejercer esa responsabilidad, los usuarios deben conocer cómo funciona el sistema y entender su papel en la gestión de los recursos sanitarios disponibles en su comunidad.
¿Es esto una utopía en una sociedad cada vez más individualista y contaminada por la cultura de la inmediatez? Hoy en día, puedes tener casi cualquier cosa en tu casa en pocos minutos u horas, cualquier día de la semana y a cualquier hora (sobre todo si vives en una gran urbe, muy diferente es la realidad de la vida rural). En este aspecto, las empresas dan respuesta a esa demanda ofreciendo sus servicios 24/7. La industria de los seguros de salud privados también se sube al carro, promoviendo un modelo centrado en el consumo de servicios sin límites que vende una falsa sensación de seguridad.
Pero ¿es todo consecuencia de la evolución de valores de la sociedad? Con los tiempos de espera actuales no se da respuesta a las necesidades de la población. ¿Qué pasa con la responsabilidad del sistema? Hasta ahora, el sistema se ha centrado en ofrecer un servicio asistencial en un modelo de “consulta para todo”. En concreto, “consulta médica para todo”. Desde, obviamente, problemas de salud, como controles médicos, certificados de ausencias y otras tareas administrativas, hasta dudas sobre cuidados, malestares laborales o legales, dudas logísticas, etc. Poco a poco, se ha ido creando la necesidad de resolver todas las demandas a través de ese modelo, entre otras cosas, porque el sistema no se ha dotado de otras herramientas, puede que incluso por un exceso de erróneo celo corporativo de los profesionales.
Pero imaginemos que existieran grupos comunitarios facilitados por profesionales para reflexionar y responder a dudas, miedos o dificultades que puedan surgir en torno a una circunstancia común a todos los participantes: grupos de lactancia, cuidadores principales de personas dependientes, personas que estén en proceso de duelo, grupo de insomnio, pacientes oncológicos, víctimas de tráfico, personas que sufren dolor crónico, deshabituaciones…
Imaginemos que, en la resolución de todas esas demandas, existiera una participación coordinada y activa entre profesionales médicos, de enfermería, profesionales farmacéuticos y administrativos, fisioterapeutas, psicólogos, inspectores, trabajadores sociales, terapeutas ocupacionales, ayuntamientos, asociaciones, escuelas y residencias. Sin que pivote todo sobre la consulta médica, sino manteniendo una comunicación clara y fluida, con sistemas de información eficaces, entre todos los actores del sistema, con el objetivo de dar respuestas que las personas sientan como satisfactorias.
Imaginemos que los medios de comunicación se utilizaran para dar información útil y práctica sobre salud que empodere a la sociedad, en vez de promover el miedo y generar inseguridades. Imaginemos que, en vez de aislar a nuestros mayores en grandes residencias con asistencias estandarizadas en las afueras de las ciudades, adaptáramos los espacios y servicios públicos a sus necesidades.
Imaginemos la acción comunitaria como medicina que permita desbloquear las consultas asistenciales y alivie el actual malestar, tanto de la sociedad como de los profesionales. Confiemos en el poder de lo común para construir una sociedad más empoderada, independiente y sana.
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